Mientras no
exista un cambio radical en los valores de esta sociedad, podremos votar
millones, que solo ayudaremos a sustentar el statu quo del capitalismo
dominante
Desde hace días, las
redes sociales me golpean con el 25 de mayo. PP y PSOE, aunque
parece que odian Twitter y solo piensan en regularizarlo y censurarlo, se
aprovechan de sus ventajas y patrocinan twetts para llegar al joven electorado.
Izquierda Unida, más comedida, hace lo propio en Facebook. Los partidos
minoritarios como Podemos o Primavera Europea se ayudan de sus fieles
seguidores para difundir al máximo su mensaje. Parece que hay dos líneas muy
marcadas: PP y PSOE piden el voto para
ellos con el fin
de mantener el ‘orden establecido’, mientras que el resto –desde Podemos a VOX-
reclama que se apoye a las opciones minoritarias para acabar con el poder del
bipartidismo. Y, en añadido, estos partidos repiten una y otra vez la
importancia de votar: Si
no votas, beneficias al #PPSOE. Si votas en blanco, también.
Vota porque nuestros antepasados derramaron mucha sangre para conseguir ese
derecho… Soflamas que se repiten siempre que hay elecciones. Y sí, digo bien,
soflamas, peroratas, porque, aunque puedan tener parte de razón, ¿de verdad
alguien piensa que quienes lucharon por conseguir el derecho al voto estarían
orgullosos de ver de qué manera hemos devaluado aquellas sufridas victorias?
Y es que, con el paso de los años, la democracia formal se ha
convertido en el medio más eficaz que tienen los poderosos para legitimar su
explotación. Los ricos están en el poder
porque los pobres les avalan con su voto. Antaño, las clases
más pudientes se lo tenían que currar un poco más, y conseguían su hegemonía
por la fuerza de las armas, entrampando las elecciones, haciendo votar a los
muertos o comprando a los electores con artimañas y promesas concretas. Hoy,
esas técnicas siguen existiendo, el caciquismo está a la orden
del día, pero ya no es lo esencial. Los poderosos –aun siendo
una sarta de energúmenos como están demostrando estos días- no tienen que
actuar así y si lo hacen es porque están tan sumamente convencidos de su
supremacía que hasta se pueden permitir el lujo de ser unos impresentables. Insultan
a las mujeres, a los migrantes, a las familias desahuciadas, a los jubilados
estafados, a los desempleados y a los manifestantes. Sin decoro, sin respeto.
Están tan crecidos –y tan protegidos por la Policía y las leyes que ellos
mismos han diseñado- que se vanaglorian de ser la minoría rica que controla a
la mayoría pobre y, además, con una supuesta legitimidad democrática que emana
de las urnas.
Este verticalismo reinante, esta ruptura entre el político y el
votante se ha
convertido en la más burda cotidianeidad. Los políticos miran desde arriba, el
pueblo, los votantes, desde abajo. El nuevo paradigma de las sociedades de
consumo es “una persona-un voto”, y el poder para los mismos de siempre. E
intentar romper este esquema, además de ser casi imposible, te convierte en
perroflauta o en antisistema. Pero si hemos llegado a esta
situación es por nuestra culpa. Porque hemos protagonizado un
largo proceso de claudicaciones, fracasos y derrotas. Porque quienes de verdad
lucharon por tener derecho al voto hoy estarían escandalizados al ver cómo la
propia ciudadanía ha corrompido ese derecho. Y
todo porque el ciudadano actual ha renunciado a la solidaridad con su entorno y ha asimilado como propia –y única-
la cultura basura que le brinda el sistema.
En la actualidad, tras dos siglos de capitalismo, la tónica se
repite una y otra vez. A pesar de que las mayorías
están empobrecidas, siguen entregando una y otra vez el poder a los ricos.
Los pobres, imbuidos de esa mentalidad de nuevos ricos virtuales, votan a los
poderosos aportando de paso plena legitimidad a su explotación y a sus
políticas neoliberales. Porque, el neocapitalismo del siglo XXI sigue con paso
firme, eliminando todos los obstáculos que impiden su pleno desarrollo, entre
ellos, el Estado del Bienestar. La educación, la sanidad o la justicia tienen
que pasar a manos privadas para poder así hacer negocio hasta de los derechos
más fundamentales. Porque el monstruo del capitalismo nunca se sacia.
Y, al margen de todo esto, están los
abstencionistas. Ese núcleo ingente de
población que no vota y que este domingo decidirá, una vez más, no acudir a las
urnas. Unos lo harán por convicción política –aunque hay que reconocer que en
nuestro sistema electoral la abstención activa
tiene poco fundamento, pues la tienen tan poco en cuenta
como la abstención pasiva-, otros lo harán simplemente por dejadez, por
aburrimiento, por desidia.La
democracia se ha convertido en un ritual de votación cada X años, pero sin participación real en la
esfera pública, pues cuando esta existe, se erradica con violencia sistémica:
véase 15M, #stopdesahucios, asambleas de barrio… La democracia actual no es más
que una mutación de la democracia verdadera, que se corresponde
a la acción directa de una ciudadanía responsable. La democracia se ha
convertido en una ceremonia litúrgica, en una especie de coreografía vacía
donde las víctimas elevan a los altares del poder a sus verdugos.
La culpa, también de la izquierda
Pero la culpa no es solo de los ciudadanos alienados, sino de los partidos políticos de
izquierda y de las organizaciones sindicales, que solo atienden
a crecer como estructura de poder, alejándose de sus verdaderos principios y
valores originales. Estas organizaciones han sido
engullidas por el propio sistema, han perdido sus valores, han
renunciado a una cultura propia y, al final, no han hecho más que
retroalimentar el sistema competitivo y destructivo que fomenta el capitalismo.
Por todo ello, sumido en estas divagaciones,
me planteo qué hacer el próximo domingo. Porque no creo que la solución vaya a
ser cuantitativa (por
el número de votos), si no existe antes un cambio radical en los valores, una
verdadera revolución cualitativa (por la calidad de los votantes). Mientras
esto no ocurra, esa ‘votación masiva’ que defienden los partidos pequeños solo
servirá para consolidar el statu quo que ha levantado el bipartidismo. La única revolución es la
evolución continua, porque solo los valores que se asumen como
propios, que se adhieren como cultura vital durante generaciones, producen
auténticas sociedades nuevas. Mientras no cultivemos unos
valores nuevos y trabajemos constantemente por cambiar esos paradigmas que
sustentan el sistema capitalista, no cambiaremos nada. El
domingo podremos ir a votar muchos millones de personas pero, sin trabajar
concienzudamente la psicología de las masas, su filosofía y escala de valores,
seguiremos obteniendo los mismos resultados que benefician exclusivamente a esa
minoría poderosa que tanto nos oprime.
P.S. En Francia, ejemplo
político para muchos, votan. Y votan mucho. Y este domingo va a ganar el
ultraderechista Frente Nacional de la saga de los Le Pen. Los
que dicen que “el Ébola puede solucionar los problemas de la inmigración”. Pero
hay más, ayer el alcalde de Sestao dijo que él eliminaba la mierda a base
de hostias -en referencia a la inmigración-. Pues bien, no solo no ha dimitido,
sino que además está siendo vitoreado y aplaudido por sus propios ciudadanos.
1 comentario:
Si no se vota es aún peor: http://www.elpsicologodemrhyde.com/quieres-un-cambio-politico-pero-te-da-asco-participar/
http://tomapartido.info/elecciones-europeas-2014.html
http://sergicastanye.com/2014/05/20/partidos-politicos-que-se-presentan-a-las-elecciones-europeas-el-25-de-mayo-de-2014-en-espana/partits/
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