Este va a ser un año de tomar duras decisiones. Me siento atado por el trabajo y quiero romper con esa losa. Necesito volar
El trabajo no dignifica a la persona.
El trabajo esclaviza. Estoy harto. Llevo varios días dándole vueltas a la
cabeza. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Desde que comenzó la crisis y me di de alta
como autónomo no he hecho prácticamente otra cosa que trabajar y trabajar.
Ahora, cinco años después de aquel momento miro hacia atrás y veo todas las
cosas que me he perdido por ser esclavo de esta losa capitalista. Este sistema
atroz nos convence de que la única solución para escapar de nuestra relativa
pobreza es el trabajo. Trabaja duro y asciende en la escala social. Cómprate
una casa, un coche y un apartamento en la playa. Tenlo ahí. Que todo el mundo
lo pueda ver, que te envidien por tus bienes, aunque tú no los puedas
disfrutar. Porque para mantenerlo necesitas horas y horas de duro trabajo. Produce.
Compra.
Hoy sábado, (justo hace tres semanas que escribí este artículo), sentado frente al ordenador, trabajando, he decidido que ya estaba bien. Hace
ya ocho años que comencé a trabajar a jornada completa. Más que completa diría
yo. Desde entonces solo he estado tres meses en el paro. Y desde hace dos años
he tenido que multiplicar el volumen de trabajo para poder recibir más o menos
el mismo sueldo que recibía hace ocho años. Trabajo de lunes a domingo. Sin
apenas descanso. Solo libro algún día suelto al mes. Algún fin de semana que
decido ir de vacaciones, pero sin ser capaz de desconectar de todo lo que
tendré que hacer a la vuelta. De las noches en vela que me esperan para poder
cerrar una u otra revista por haber perdido esos tres días de supuesto descanso. De hecho, hace casi dos
años que no paro más de tres días seguidos.
Por eso, puedo asegurar que el trabajo
no dignifica. O al menos no dignifica a quien no tiene esa ambición capitalista
y atroz de tener cada vez más cosas. Por conseguir casas inmensas y coches de
lujo. No es mejor quien más trabaja y, por tanto, no es mejor quien más cosas
tiene. ¿Nadie puede entender que con un Ford del 87 y una casa en el campo sin
calefacción ni gas natural soy más que feliz? Con leña que quemar, libros que
leer y alguna película que ver tengo más que suficiente. No necesito más. Por
eso, no entiendo por qué sigo y sigo trabajando sin descanso como si tuviera muchas
cosas que conseguir. No tengo más aspiraciones. No quiero tener tres casas para
después tener que estar sentado delante de un ordenador de sol a sol para poder
conseguir el dinero para pagarlas y mantenerlas. No es mi filosofía. No va conmigo. Tanta
plusvalía acabará con nosotros. No quiero hipotecas ni créditos. La vida es una
y no merece la pena malgastarla.
Dice el pensador Bob Black que nadie debería
trabajar más. Que el trabajo se debe abolir. Y añade: “El trabajo es la fuente
de casi toda la miseria existente en el mundo. Casi todos los males que se
pueden nombrar proceden del trabajo o de vivir en un mundo diseñado en función
del trabajo. Para dejar de sufrir, hemos de dejar de trabajar. Eso no significa
que tengamos que dejar de hacer cosas”. Cuando comenzó esta crisis, me dieron
un mal consejo. Me dijeron que aceptara todos los proyectos que me llegaran,
sin mirar el precio. “Todo se paga mucho peor, así que hay que aceptar lo que
venga para poder mantener el ritmo”, me decían. Y yo, inútil de mí, acepté. Desde
entonces trabajo sin descanso. La calidad de mis artículos disminuye
considerablemente. Cada vez escribo peor. Cada vez tengo que recurrir más al
‘corta y pega’ para poder llegar a tiempo a los cierres de revistas mensuales
de 70 u 80 páginas. Porque, por lo que
antes te pagaban por tres buenos reportajes, ahora te lo pagan por 70 páginas
de contenido. La calidad no les importa.
Hoy, cinco años después de adentrarme
en esa vorágine, me encuentro con más dinero en el banco pero con las
mismas aspiraciones que entonces. Quizá el problema es mío, que como autónomo
no he sido capaz de establecer con claridad la frontera que separa mi vida
laboral de la vida personal. El hecho de tener el trabajo y parte del ocio en
el mismo aparato –el ordenador- me ha hecho casi imposible separar lo uno de lo
otro. Jornadas maratonianas de 12 o 14 horas frente al ordenador me están
dejando destrozado. Y lo más triste es que no lo necesito.
Por eso, he decidido que tengo que
romper con esto. Me aterra, lo reconozco. Rechazar algunos buenos empleos que
tengo ahora y salir de aquí con la incertidumbre de no saber qué me encontraré
a la vuelta. Pero con 29 años, estoy en el momento justo para arriesgarme,
equivocarme y empezar de cero. Voy a organizar mi vida durante los próximos
meses para quitarme todos los compromisos que ya he cerrado este año. Pero voy
a intentar apagar el ordenador en agosto y no volver a encenderlo hasta varios
meses más tarde. Necesito salir, volar, ver mundo, respirar otros aires,
conocer a gente nueva. La monotonía de mis días me agobia, me asfixia. No
quiero ser una mercancía más de este sistema.
Cuando estuve en los pueblos de
Bolivia, hace ya dos años y medio, conocí a gente maravillosa. A los ojos del
español consumista serían personas pobres y desgraciadas. A mis ojos, eran
dichosas. Personas que con sus casitas humildes, sus bicicletas y las cuatro
necesidades básicas cubiertas tenían todo a lo que necesitaban. No aspiraban a
más. Eran solidarios, amigables y tremendamente honrados. Necesito volver a
mezclarme con gente así. Romper un poco con el capitalismo atroz y con su rutina asfixiante. Descubrir
que otro mundo es posible. Por eso, durante estos meses voy a organizarme y a demostrarme a mí mismo que soy capaz de
empezar de nuevo. Me va a venir bien. Sin duda. Colombia y Ecuador son dos grandes opciones. Eso sí, ¿alguien se apunta?
1 comentario:
Arriésgate David, el que no arriesga no gana. Yo lo hice (de otra manera mucho menos arriesgada que la tuya) hace mucho y nunca lo he lamentado. Da un giro, pero no dejes de escribir aquí y contarnos como te va. Saludos de un paisano que casi te dobla en edad y te admira por lo que haces.
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