1 de febrero de 2009

Las misteriosas cabezas de la otra Yecla (II)

La pasada semana, les hablé de unas misteriosas cabezas celtas que fueron halladas en el castro vetón de Yecla de Yeltes. (Pinche aquí para leer ese artículo). Les comenté que estas cabezas tenían mucho misterio escondido. Los historiadores que han estudiado la cultura celta hablan de “Cabezas Trofeo”. Pero, ¿por qué?

En 1956 fue hallada la primera cabeza celta en el noroeste de la Península, en Narla, un pequeño pueblo de la provincia de Lugo. Fue entonces cuando, por fin, empezaron a entenderse las leyendas que, muchos siglos antes, habían dejado los historiadores grecorromanos más importantes. ¿Qué representaban estas cabezas? ¿Eran un mero elemento decorativo o algo más simbólico? Diodoro Sicuro, historiador griego del siglo I a.C., nacido en Sicilia, narraba así en su libro V, dedicado a la historia de Europa, la macabra costumbre de los pueblos celtas que poblaban el norte de la Península Ibérica:

“Cuando cae un enemigo le cortan la cabeza y la atan alrededor del cuello del caballo; o bien, entregando los despojos ensangrentados a sus sirvientes, se dedican a saquear entonando el peán [canto guerrero dedicado a los dioses] y cantando el himno de la victoria y cuelgan en sus casas lo mejor del botín, como en algunas cacerías se hace con las fieras. Untan, por otra parte, con aceite de cedro las cabezas de los enemigos más señaladas y las conservan cuidadosamente en una caja para luego mostrárselas a los huéspedes, orgullosos de que esa cabeza ninguno de sus antepasados, ni su padre, ni él mismo ha consentido en darla por una gran cantidad de dinero. Se dice también que algunos de ellos se vanaglorian de que no aceptaron por la cabeza su peso en oro, haciendo gala de una más bien bárbara magnanimidad, y no porque no sea noble el negarse a traficar con las insignias del valor, sino porque es propio de fieras el combatir al semejante, aun después de muerto”.

Aun así, la referencia más antigua a este tipo de hábito celta la encontramos en el famoso historiador latino, Tito Livio (I a.C.), al relatar la batalla de Sentinum en el 295 a.C.: “Los jinetes galos llevan las cabezas colgadas del pecho del caballo y clavadas en sus lanzas, mientras entonan los cánticos que acostumbran”. El mismo Livio atribuye esta costumbre a los Boios [pueblo de raigambre celta originario de La Galia] en el año 216 a.C.: “Los caudillos de los Boios llevan en triunfo al templo, que entre ellos es más venerado, los despojos del cuerpo y la cabeza cortada. Luego que, como tienen por hábito, han limpiado cuidadosamente la cabeza, adornan el cráneo con oro, y esto les sirve de vaso sagrado con el que hacen las libaciones en sus solemnidades, así como de copa para los sacerdotes y encargados del templo”.

Al parecer, esta costumbre la tenían todos los pueblos del norte de Europa. Pero, está claro que no era una simple “cosecha de cabezas”. Al ser considerada esta parte del cuerpo como la residencia del espíritu, eran cortadas antes de que éste lo abandonase. Según sus creencias, eso suponía poseer el espíritu del enemigo vencido, al que por un lado se le impedía proseguir su camino al más allá y por otro se le obligaba a proteger, al modo de un talismán, a su dueño, al que también traspasaba su coraje y valor. Las casas, las puertas del poblado, los recintos sagrados estaban adornados con cráneos, normalmente bien limpios y pulidos, pero en algunas familias celtas especialmente ricas tenían en sus hogares cabezas momificadas con un carísimo aceite de cedro (árbol endémico del Líbano). Eran cabezas especiales, que pertenecieron a grandes guerreros o a reyes a los que les llegó su hora. Su valor era incalculable y se heredaba como parte del patrimonio familiar. De hecho, en algunos lugares de la Céltica, los jóvenes tenían como prueba iniciática final el salir de “cosecha”, regresando con la consabida cabeza, lo que le facilitaba entrar con pleno derecho en el estrato social de la casta guerrera dominante.

Algunas familias, e incluso coleccionistas, optaban por pagar un buen rescate por la cabeza de alguno de los suyos. Normalmente, las familias que las poseían no se desprendían de ellas. Aun así, esto era un merecido homenaje para el guerrero caído en combate. En caso de que se concretara “la venta”, correspondía a un druida, (sacerdotes de los pueblos celtas del norte de Europa), realizar el ritual correspondiente para liberar el espíritu, agujereando el cráneo para indicarle el camino a seguir en su ruta por el más allá. De hecho, esto explicaría el porqué varios cráneos encontrados en Barcelona o en Soria están atravesados por un clavo.

Además, se encuentran dos testimonios escultóricos que confirman esta bárbara costumbre. El primero es un relieve hallado en Entremont, uno de los 14 distritos del cantón de Valais en Suiza, que representa a un jinete, de cuyo caballo cuelga una cabeza humana. El segundo es una moneda en la que se ve a un celta con una cabeza en la mano, costumbre imitada por los romanos en una escena de la Columna Trajana, en la que dos guerreros muestran las cabezas amputadas de sus compañeros. Estas representaciones de cabezas confirmarían también los textos encontrados que hablan de sacrificios humanos en la Península Ibérica. Unas veces se trata de sacrificios humanos en honor de los dioses, como cuando los bletonenses, gentes que moraban no lejos de Salamanca, inmolaban personas a sus dioses entre los años 96-94 a.C. Estos hechos motivaron la intervención del procónsul de la Hispania Ulterior, Publio Craso, para castigar a los jefes que se excusaron alegando la ignorancia de la existencia de las leyes que prohibían semejantes sacrificios, según narra el historiador Plutarco.

Sacrificios humanos
Otras veces, los celtíberos utilizaban los sacrificios humanos en prácticas de adivinación, con un ritual muy semejante al empleado por los druidas y por los galos. El historiador griego Estrabón, nacido en la actual Turquía, narra así estos atípicos sacrificios en el siglo I a.C.: “Son muy aficionados [los celtas] a sacrificios humanos y examinan los intestinos sin sacarlos. Examinan igualmente las venas del pecho, y dan oráculos palpándolas. (…) Cortan igualmente las manos de los prisioneros y dedican a sus dioses las manos derechas”.

Finalmente, los romanos obligaron a los celtas a abandonar estas costumbres, tanto la de conservar las cabezas untadas en aceite de cedro como la de los ritos de adivinación mediante sacrificios humanos. Crucificar a los enemigos o clavarles flechas en la espalda una vez muertos para sacar vaticinios de palpar la espalda ensangrentada, también fueron prohibidos. Aunque es cierto que cada pueblo celta tenía sus propias costumbres de sacrificio.

La evolución de la leyenda
Las cabezas cortadas pasaron al arte como esculturas que adornaban dinteles, muros, joyas o monedas. Algunas, como las del santuario galo-celta de Entremont, que cité anteriormente, considerada tradicionalmente como una puerta al infierno, tienen un inquietante aspecto al no tener marcadas las órbitas de los ojos, lo que podría indicar que fueron hechas tras la muerte de las personas que representan. También las cabezas de Yecla de Yeltes demostrarían esta teoría. Los celtíberos empezaron a crear imitaciones en piedra de las cabezas de sus enemigos para que no se perdieran con el tiempo. Con ellas decoraban todo tipo de edificaciones.

Con el paso del tiempo, el carácter espiritual que los celtas daban a las cabezas no pasó desapercibido a los monjes cristianos, que no dudaron en incluirlas en la decoración de los nuevos templos, facilitando así la conversión a la nueva fe con los elementos familiares. Así llegaron a convertirse en un elemento recurrente del arte medieval, hasta que poco a poco llegó a perderse el recuerdo de su uso originario.

Y aún hoy en día, aunque pocos sean conscientes de ello, el ritual se repite de manera simbólica en la noche de Todos los Santos, “renacida” por el márketing americano como Halloween y que reproduce de una manera bastante patética la parafernalia del Samhain celta. Esta noche tan especial, que significaba el año nuevo celta, también era la noche en la que las puertas que separaban el mundo de los muertos y los vivos permanecían abiertas, con la posibilidad de que los ancestros visitasen a los de su estirpe, tanto para felicitarlos como para castigarlos en caso de no haber cumplido con las expectativas. Esa noche, los cráneos servían como lámparas, posiblemente con la idea simbólica de iluminar el camino de los espíritus en su viaje entre los dos planos. Ahora, las calabazas americanas, con agujeros que forman grotescas calaveras, son las que iluminan esa noche mágica donde los espíritus celtas han sido sustituidos por ridículos zombis y monstruos varios.

Fuentes consultadas:

1. José María Blázquez Martínez Antigua: Historia y Arqueología de las civilizaciones[Publicado previamente en: VII Congreso Arqueológico Nacional. Barcelona 1961, Zaragoza 1962, 217-226. Editado aquí en versión digital por cortesía del autor, bajo su supervisión y con la paginación original].

2. A. Balil: Cabezas cortadas y cabezas trofeos en el Levante español, en Congreso internacional de Ciencias prehistóricas y Protohistóricas, Actas de la IV sesión, Madrid, 1954, 871 ss.

3. Manuel Velasco, Cabezas cortadas, artículo publicado en la revista Año/Cero. Año 2008.

4. José María Blázquez Martínez Antigua: Cabezas cortadas [Otras ediciones en: Historia 16, nº26, 1978, 33-39]. Versión digital

5. Ilustración, Angus McBride, 1995. En ella se puede ver a un grupo de celtas en plena batalla. El guerrero que va en caballo tiene varias cabezas enemigas asidas a la silla.

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