España tendrá pronto cinco millones de parados, parte de ellos sin prestaciones ni ingresos. Pero nadie hace nada. Resulta cada vez más inaceptable que los grandes bancos, principales beneficiarios de la burbuja económica, hayan sido los receptores prioritarios de las ayudas públicas, e incrementen actualmente sus beneficios y los supersueldos de sus ejecutivos. Los trabajadores temen además que se les recorten derechos sociales básicos conquistados tras largas luchas. ¿Por qué las organizaciones sindicales no responden con una huelga general?
Hace unos días, tuve la suerte de leer el artículo publicado por Miguel Ángel Herrero, diplomado en Relaciones Laborales, en Le Monde Diplomatique. Por fin, alguien que se preguntaba lo mismo que yo: con todo lo que está cayendo, ¿por qué no se monta una huelga general? ¿A qué estamos esperando? Muchas grandes empresas han llevado a cabo regularizaciones masivas de empleo, recortes de derechos sociales, ajustes salariales y supresión o reducción del tiempo libre. Muchas personas, que han trabajado durante años para labrarse un futuro mejor, han visto cómo sus bancos se quedaban con sus viviendas. Estas personas suspiran hoy por un mero contrato temporal, buscando desesperadamente una actividad con la que salir de la crítica situación que están viviendo.
Hasta no hace muchos años, la huelga general era una baza muy eficaz con la que se conseguían objetivos casi inimaginables. A Felipe González le cayeron cuatro (1985, 1988, 1992 y 1994), mientras que a Aznar una en 2002. Pero esas épocas mejores ya murieron. Hoy, España es uno de los países de la Unión Europea con menos trabajadores afiliados a los sindicatos, sólo el 15% del total. El porcentaje medio de la Unión está en el 25% y quedamos a años luz si miramos a países como Suecia, Finlandia o Dinamarca, donde el 72% de sus trabajadores están afiliados. Paradójicamente, nuestro país se encuentra entre las economías con un mayor número de empresas escritas a las patronales: un 72%. ¡Se ha dado la vuelta a la tortilla!
Entretanto, el Banco de España sigue insistiendo en abaratar el despido, y la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), es decir, la patronal, exige al Gobierno una legislación que rebaje el coste del despido. Su presidente, Díaz Ferrán no cesa de reclamar más facilidades al empresario para que, si tiene que “estrechar plantillas”, pueda hacerlo. No entiendo yo, si tantas dificultades tienen, cómo han sido capaces de enviar a cuatro millones de personas al paro en los últimos dos años…
Pero lo más sorprendente de todo es que en un contexto social de crisis como el actual, donde debería primar la lucha social, ésta ha disminuido. Otrora, por ejemplo, de 1985 a 2002, se registraron más de 720 huelgas al año. En cambio, en 2008 el número de huelgas cayó en un 18% respecto a 2007. Es más, el número de participantes en las huelgas que se convocaron cayó… ¡en un 36%! Como si a más crisis correspondiera menor conflictividad laboral. Resulta también paradójico que entre enero y agosto de 2008 sólo 2.000 trabajadores de la construcción, el sector más afectado por la crisis, se pusieran en huelga, cuando en el mismo periodo de 2007 fueron 45.300.
La mayor parte de culpa de esta dejadez la tienen las organizaciones sindicales. Han perdido esa capacidad de lucha como consecuencia de la vía reformista y de diálogo que adoptaron hace unos años. Esa alianza con las patronales ha sido la progresiva pérdida del concepto de clase social, que se ha transformado en un concepto de clase media que ha calado muy bien en multitud de ciudadanos. Y lo más triste es que esos ciudadanos siguen encontrándose en circunstancias muy similares a como estaban cuando hacían llamarse “clase obrera”. Simplemente, han ido adaptando sus cánones de vida y de consumo a los contemplados en las clases más pudientes.
Esta transformación es fruto también de la alienación ideológica y del lavado de cerebro permanente que ocasiona la publicidad y el bombardeo mediático. Esta constante “represión invisible” ha ido domesticando poco a poco las mentes. La mera posibilidad de una pequeña insurgencia social queda asfixiada por el registro preventivo e incesante de movimientos o conversaciones. En otros tiempos, no muy lejanos, la asunción del riesgo a la represión era inversamente proporcional a lo que podía perderse. Cuando una parte de la sociedad está confinada a unas condiciones sociales y laborales de penuria, el temor a una peor situación pasa a un segundo término. Pero las pautas de consumo actuales impiden valorar esa realidad: se facilita la propiedad de bienes tales como la vivienda o el automóvil a cambio de generar una deuda permanente, y un nuevo tipo de esclavitud y de dependencia impulsadas desde el consumo y el crédito.
Todas estas reflexiones, compartidas por Miguel Ángel Herrero y por mí, pueden extrapolarse al tema local con la misma contundencia. Los yeclanos agachan la cabeza. Más de 3.600 parados y subiendo. El Gobierno local sin aportar medidas. Las obras concedidas por el Plan E adjudicándose a empresas de fuera. El Gobierno regional prometiendo y no haciendo nada. Bueno sí, dejarnos a la cola en inversiones. Mientras las empresas cerrando, recortando plantillas y golpeando derechos. Y los sindicatos sin rechistar. Pero nos da igual. A los trabajadores esto no nos importa. Yeclanos y españoles, somos unos conformistas.
Con este panorama no entiendo cómo los sindicatos no han convocado una huelga general. Bueno, es sencillo, el papel asumido hoy por las cúpulas sindicales ha dejado de ser el de denuncia del sistema. Es decir, se critica al capitalismo como foco de todos los males, pero no se lucha contra él. Simplemente, espero que esa clase media, otrora conocida como clase obrera, cansada de contemplar cómo pierden siempre los mismos mientras otros siguen enriqueciéndose cómo nunca, alcen un poco la voz. Espero que no hayamos dicho ya nuestra última palabra.
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