Hace cien años, más de un millón de personas se manifestaron en Europa en el primer Día Internacional de la Mujer. Pedían el fin de la discriminación y que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres a trabajar, a votar y a decidir el futuro de sus países.
Pero hasta que la mujer pudo tener un día donde defender su lucha, tuvo que bregar mucho tiempo desde la clandestinidad y el silencio. La idea de un día internacional de la mujer surgió a finales del XIX, en plena revolución industrial y durante el movimiento obrero. Pero esta lucha existe desde siempre. El famoso dramaturgo Aristófanes ya reflejaba en su obra Lisístrata cómo las mujeres se pusieron en huelga sexual contra los hombres para que éstos pusieran fin a la guerra. Siglos más tarde, en plena Revolución Francesa, las mujeres parisinas que defendían su derecho a ser partícipes de aquel famoso lema de libertad, igualdad y fraternidad, marcharon hacia Versalles para exigir el sufragio femenino.
Pero no fue hasta el comienzo del siglo XX cuando se empezó a proclamar con fuerza desde diferentes organizaciones internacionales de izquierda la celebración de una jornada de lucha específica para la mujer y sus derechos. La lucha tuvo su recompensa: el 19 de marzo de 1911, Austria, Dinamarca y Suiza acogieron el Día Internacional de la Mujer, iniciativa propuesta un año antes por la militante socialista Clara Zetkin en el VIII Congreso de la II Internacional Comunista, que se celebró en Copenhague. La proposición fue aprobada de forma unánime por las más de 100 mujeres, de 17 países diferentes, que estaban en aquella conferencia. Entre ellas estaban las tres primeras mujeres elegidas para un parlamento, el de Finlandia.
Pero menos de una semana después de esta primera celebración, más de 140 jóvenes trabajadoras, la mayoría inmigrantes, murieron en el trágico incendio de la fábrica Triangle de Nueva York. Este suceso marcó las celebraciones posteriores del Día Internacional de la Mujer, pues las pésimas condiciones laborales fueron las que condujeron al desastre.
Inmigrantes pobres en su gran mayoría, aquellas mujeres debían trabajar jornadas de 14 horas diarias para ganarse como máximo 2 dólares. El 8 de marzo de 1857 se declararon en huelga por las brutales condiciones de trabajo a las que eran sometidas y fueron reprimidas furiosamente. Las luchas no cesaron durante más de medio siglo. En 1903 comenzó a afianzarse la participación femenina en los sindicatos, lo que le dio mayor empuje a la lucha por el derecho al voto. Fueron las sufragistas, en efecto, quienes instauraron en EE.UU. el Día de la Mujer en 1908. Pero ese 25 de marzo de 1911, para evitar que las activistas pro derechos laborales ingresaran a los talleres, los dueños de la textil habían cerrado con candado todas las salidas y las escaleras. Al no poder huir, las obreras quedaron atrapadas por las llamas entre los pisos 6 y 9 del edificio. Muchas se arrojaron en llamas por las ventanas.
El 2 de abril de ese año, en el Metropolitan Opera House, en Manhattan, se realizó un acto en honor a estas mártires. La lideresa obrera Rose Schneiderman, dijo estas palabras en esa ocasión:
“Yo sería una traidora a estos pobres cuerpos quemados si viniera aquí a hablar de buen compañerismo. Los hemos tratado de buena gente y esto es lo que hemos encontrado. La antigua Inquisición tuvo su parrilla y sus tornillos y sus instrumentos de tortura con dientes de hierro. Sabemos cuáles son esas cosas hoy en día: los dientes de hierro son nuestras necesidades, los tornillos son las máquinas de gran potencia y rapidez a la que debemos trabajar, y la parrilla está aquí, en estas estructuras, trampas de fuego que nos destruirán en el momento en que se incendien. Esta no es la primera vez que las niñas han sido quemados vivas en la ciudad. Cada semana tengo que saber de la prematura muerte de una trabajadora, de una hermana trabajadora.
Cada año, miles de nosotras acabamos mutiladas. La vida de los hombres y mujeres es tan barata, pero la propiedad es tan sagrada. Hay tantas de nosotras [esperando] por un puesto de trabajo, que poco importa si 146 se queman hasta la muerte. Nosotras los tratamos a ustedes de ciudadanos y ustedes les dan un par de dólares a las adoloridas madres, por caridad (…). Yo no puedo hablarles de compañerismo a quienes están aquí reunidos (…) Sé por experiencia que la gente trabaja para salvarse. ¡La única manera de salvarse es un fuerte movimiento de la clase trabajadora!”.
Años más tarde, en 1917, como reacción ante los dos millones de soldados rusos muertos en la Primera Guerra Mundial, las mujeres rusas escogieron de nuevo el último domingo de febrero para declararse en huelga en demanda de pan y paz. El resto es historia: cuatro días después el zar se vio obligado a abdicar y el gobierno provisional concedió el voto a la mujer. Ese histórico domingo fue 23 de febrero, según el calendario juliano utilizado entonces en Rusia, u 8 de marzo, según el calendario gregoriano.
Un siglo después
Mucho ha cambiado la situación en los últimos cien años, pero persiste gran parte de los problemas. Las mujeres tienen muchas más probabilidades de ser pobres. En muchos países, se les dice lo que pueden hacer, incluso cómo vestir. Si defienden sus derechos, se les acosa, detiene, tortura... En Occidente, siguen teniendo sueldos diferentes por mismo puesto laboral, derechos más precarios, menos posibilidades de conciliar vida laboral y familiar, dificultades para acceder a la cúpula de las empresas...
En los últimos dos meses, millones de personas han salido a las calles en Oriente Medio y el Norte de África para reclamar reformas y el fin de la represión política. Y a nadie extraña que las mujeres se manifestaran con los hombres. Como ellos, han sufrido falta de libertades, pero además, han padecido leyes discriminatorias y una desigualdad de género profundamente arraigada.
Muchas personas empiezan ahora a mirar con esperanza al futuro, pero aún está por ver cuánto va a cambiar la vida para las mujeres. La promesa de cambio sólo se hará realidad si se les escucha. ¡Todavía tienen mucho que decir!
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