España, 2017. Por fin nos acercamos al pleno empleo soñado. Sin embargo, cada vez más personas viven por debajo del umbral de la pobreza. ¿Cómo se explica esto?
Latinoamérica, 2013. Hacia el pleno empleo. Las economías latinoamericanas se acercan poco a poco a este “sueño” deseado. Según los datos publicados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el paro siguió bajando en la región en 2012 hasta situarse en el 6,4%, la tasa más baja desde que la organización empezó a medir este indicador hace ahora 22 años. (…) El gran desafío, sin embargo, sigue siendo mejorar la calidad de estos puestos de trabajo: la mitad de los empleos no cotiza en la Seguridad Social y algunos trabajadores reciben ingresos con los que no logran salir de la pobreza –un mal que afecta al 28.8% de los latinoamericanos-. (El País, 15 de enero de 2013).
¿Este es el futuro de España? Parece que así es. Los datos de empleo empiezan a repuntar gracias a las aberrantes reformas laborales que han condenado a la más absoluta precariedad a la población española en edad laboral. El más ruin neoliberalismo se introdujo hace décadas en Latinoamérica y los resultados empiezan a ser palpables hoy: se genera abundante empleo, pero se produce en sectores con bajos índices de productividad y por ende, con muy bajos salarios y sin apenas prestaciones.
¿Casualidad? Lógicamente no. El 31 de mayo, el Banco de España ya proponía nuevas fórmulas que permitieran contratar con sueldos inferiores al salario mínimo. Dos días antes, la Comunidad de Madrid dio luz verde a un nuevo plan de colaboración por el que los desempleados que reciben prestaciones tendrán que trabajar para los ayuntamientos de la Comunidad si quieren seguir recibiendo su prestación. Unos cuantos días después, Percival Manglano, ex consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular, justificaba la medida alegando que serviría para “cualificar” a esos trabajadores.
Actualmente, como bien dice el periodista Pablo Iglesias, “lo importante ya no es lo que te paguen, sino tener trabajo”. Se está empobreciendo a la ciudadanía a pasos agigantados y, lo triste, es que muchos de esos nuevos pobres, sí tienen empleo. Un empleo precario que no les permite siquiera pagar la luz, el gas o el tener una vivienda digna. Según el Informe sobre la desigualdad en España presentado hace unas semanas por la Fundación Ideas, la crisis ha aumentado en nuestro país el índice de la llamada “pobreza laboral”. Solo de 2007 a 2010, la tasa ha pasado del 10,8% al 12,7%, unos datos que, según las estadísticas, empeorarán considerablemente en el trienio 2011-2014.
En términos de desigualdad, la cosa es aún peor: según los datos de Eurostat (la oficina de estadísticas de la Comisión Europea) España es el país más desigual de Europa junto con Portugal, Bulgaria, y por encima, por ejemplo, de Grecia. ¿Cómo es posible? Pues porque, como bien argumentaba Pablo Iglesias en La Sexta Noche, los datos de redistribución del PIB español hablan por sí solos: Entre 1995 y 2010, el 48% del PIB iba a parar a los trabajadores en forma de salarios, mientras que el 41% recaía en manos de los empresarios en forma de excedentes. Pues bien, en 2012, por primera vez en la historia económica de España, los empresarios recibían un porcentaje de PIB mayor que el que entraba en los bolsillos de los trabajadores. Es más, me pregunto, ¿cómo es posible que en uno de los años más negros de la crisis -2012- las grandes empresas españolas (IBEX 35) han aumentado en un 40% sus beneficios?
Porque son unos malnacidos. No hay otra respuesta posible. Estas grandes empresas españolas, ejemplo a seguir según el Gobierno y los analistas neoliberales, son las mismas que desvían fondos a paraísos fiscales para no tributar impuestos en España. Y son las mismas que, aun tras haber obtenido un 40% de beneficios en 2012, han ejecutado Expedientes de Regulación de Empleo que han acabado con más de 30.000 trabajadores en la calle. Según este reportaje de Público.es, a pesar de haber ganado entre enero y septiembre de 2012 un total de 11.655 millones de euros (un 60% más que en año anterior), han despedido a sus trabajadores con solo 20 días por año trabajado con un tope de doce mensualidades gracias a la reforma laboral del Partido Popular. Porque esa reforma no ayuda al panadero autónomo ni a las pymes. Solo ayuda a los poderosos, a los que ganan varios millones de euros al año. Y a la vez, las grandes empresas que mantienen a sus trabajadores, los explotan hasta la saciedad como ya denuncié hace unas semanas en un artículo dedicado a Inditex, el imperio de Amancio Ortega.
En definitiva, el neoliberalismo está ganando la batalla. Los ricos cada vez son más ricos y los pobres, aunque trabajen, cada vez tienen más problemas para llegar a fin de mes. Es lo que buscan: reventar las desigualdades y mantenernos callados a base de algo de pan y mucho circo –ya sea Mundial, Eurocopa, Olimpiadas, Confederaciones o fichajes de última hora-. Los Bárcenas y Urdangarines de turno ya no preocupan a los ciudadanos. Nadie se queja, nadie se rebela. Mientras tanto, nos siguen explotando.
“¿Qué peor esclavismo hay, el trabajar o el no trabajar?”, se preguntaba Percival Manglano en ese mismo debate que mencionaba anteriormente. “Si alguien quiere trabajar por 500 euros al mes, ¿por qué no va a poder hacerlo?”, decía en referencia al descuelgue del salario mínimo que pedía el Banco de España. Pues bien, este señor cobraba 100.000 euros al año por ser consejero. Se nota que no sufren las consecuencias de sus decisiones. Pues quizá va siendo hora de obligarles a que tomen su propia medicina. Porque si no lo conseguimos, en unos años estarán hablando de pleno empleo y nosotros estaremos trabajando diez o doce horas diarias para enriquecerles más y echando extras en sus cubos de basura buscando entre las sobras de sus comilonas.
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