El Gobierno valenciano echa
el cierre de su televisión pública y los trabajadores se amotinan para
denunciar todo lo que han sufrido durante estos años. ¿No llega muy tarde tanta
protesta?
Estos días solo se habla de Canal Nou.
Un grupo amplio de trabajadores desprotegidos que se ven en la calle después de
que el Gobierno de Alberto Fabra haya decidido echar el cierre a la televisión
pública. Lo fácil es solidarizarse con ellos y criticar abiertamente al
Gobierno. Comparto la segunda parte, pero no la primera, aunque la pueda
respetar. Echando un ojo a la hemeroteca, solo se perciben un par de llamadas
de atención a la dirección de la cadena por parte de los trabajadores. La
última fue en febrero de 2012, tras una semana de protestas de jóvenes
estudiantes en Valencia. En ese momento, el comité de empresa de Radio
Televisión Valenciana pidió la dimisión del director general del ente y de los
directores de Canal 9, Radio Nou y de sus respectivos informativos. Denunciaron
que “cuando las cargas policiales provocaron más detenciones y heridos”, todas
las ediciones informativas de la televisión y la radio públicas “ocultaron
intencionadamente todas las imágenes de los golpes y la brutalidad policial
contra los estudiantes del IES Lluís Vives” y, además, “se presenta a la
Policía como víctimas y a los estudiantes menores de edad como culpables”.
Antes que esa, en 2008, otro pequeño
grito de protesta, auspiciado por los sindicatos, esta vez contra Pedro García,
el que por entonces era director general del ente público “por manipular la
información y dar trato de favor al PP”.
Después de eso, las protestas solo se
han producido por el ERE que dejó en febrero de este año a 843 trabajadores en
la calle. Unos días antes, Radio 9 había hecho lo propio con otros 79
empleados. Entre las personas despedidas, además de algunas caras visibles de
la televisión valenciana, estaban las tres mujeres que
denunciaron al ex secretario general de RTVV, Vicente Sanz, por acoso sexual en
2010.
Consumado el despido masivo, los 324
trabajadores que se quedaron en plantilla, callaron. Algunos de los despedidos
también, pues acabaron en puestos de dirección de RTVV, como Xelo Miralles –una
de las más críticas con el ERE-, que pasó al Consejo del ente a petición del PP
valenciano.
Unos meses más tarde, en agosto, 161
técnicos y 29 cámaras afectados por el ERE y que tenían que dejar su puesto de
trabajo el 31 de ese mes fueron rescatados para garantizar así la
continuidad de las emisiones de la
televisión autonómica. ¿Se consiguió este éxito gracias a la presión de los
empleados? NO. Esta decisión fue efectiva después de que un responsable técnico explicara la
complicada situación de la cadena a su directora general,
Rosa Vidal. Pero para conseguirlo no hubo presiones, ni protestas. Finalmente,
fue la propia dirección quien decidió rescatar a esos empleados para asegurar
la emisión en septiembre.
Con este artículo, lo que quiero decir
es que me parece justa la protesta de los trabajadores y trabajadoras que se
ven afectados por el cierre de la televisión pública valenciana, pero que llega
tarde. Igualmente, me parece vergonzoso que hoy hablen de “servicio público”
cuando han estado veinte años al servicio del poder sin que haya habido apenas
voces discordantes dentro de la cadena. Solo se escuchaban quejas desde los
bancos de la oposición, aunque sin proponer alternativa alguna. Y sonoros
abucheos en las calles, donde las cámaras de Canal 9 eran recibidas con pitos
en manifestaciones y protestas. Muy al estilo de lo que ocurre cada vez que se
deja ver una cámara de Intereconomía allá donde va. Cuando tantos valencianos y
valencianas se quejaban por la manipulación clara y sin tapujos de Canal 9, la
gran parte de los trabajadores miraba a otro lado.
Ahora, después de conocer el despido y
cierre de la cadena, han tomado la televisión para contar todo aquello que no
han contado en dos décadas. Pienso que actúan por venganza, no por profesionalidad.
Su defensa por el rigor periodístico, por el servicio público, llega demasiado
tarde, como por ejemplo cuando ayer defendieron a las víctimas del metro de
Valencia, silenciadas durante años por RTVV. A buenas horas. 43 personas
perdieron la vida en esa tragedia, pero los trabajadores y trabajadoras de
Canal 9 tuvieron una actitud indigna al abandonar a todas esas víctimas a
cambio de defender a quienes les pagaban. Hoy dicen que actuaron como pudieron.
Yo creo que no. Que fueron unos cobardes.
No cabe duda de que el PP valenciano y
sus dirigentes son los únicos responsables de que RTVV sufra hoy este cierre.
De los 1.200 millones de euros dilapidados y de los 1.800 despidos. Pero no
tienen toda la culpa. No la tienen porque los empleados no supieron poner freno
a esta vergonzosa situación. Seguro que muchos de los que ahora protestan por
su despido, colaboraron en generar esa realidad paralela para los televidentes
de esa cadena. No han estado a la altura. No son culpables directos, pero sí
cómplices al cerrar los ojos y olvidarse de su compromiso social como
periodistas de un ente público. Así que no aguanto que vayan de víctimas. No
han sido más que estómagos agradecidos al servicio de un gobierno.
“En RTVV ha habido resistencia a la
manipulación, a la censura y a los abusos, sí, pero mucha menos de la necesaria
y los que la protagonizaron fueron los primeros despedidos”,publicaba ayer en eldiario.es la periodista Julia Álvaro,
ex trabajadora de Canal 9 durante 23 años. “Por eso no puedo dejar de decir que
me avergoncé cuando vi cómo los trabajadores que todavía quedaban en Canal 9 leían un
comunicado cargando contra el PP cuando la mayor parte de
ellos fueron sus cómplices, cuando no sus mismos directivos”, afirmaba.
Canal 9, con la que yo crecí durante
muchos años –en mi pueblo se sintonizaba antes de la TDT y todas esas
modernidades- siempre fue una televisión casposa y retrógrada. Impulsora de la
telebasura con aquel mítico “Tómbola” que tan bien se exportó al resto de
autonómicas –Canal Sur incluido- y que popularizó a personajes tan dañinos e
insultantes para esta profesión como Jesús Mariñas, Karmele Marchante o Lydia
Lozano. Fueron sus años dorados, bajo la batuta de Eduardo Zaplana, que apostó
por la producción propia y multiplicó la plantilla. La audiencia media llegó al
20%. Y el PP la usó como arma. Primero para meter a sus amigos –de 600
trabajadores llegó a casi 2000- y después para manipular hasta la saciedad
creando esa realidad paralela donde la Gürtel no existía. Ni el propio Zaplana
una vez que desapareció de la vida política en beneficio de Camps. Fue un ente
poderoso que adineró a los amigos del gobierno valenciano, ya fuera financiando
la Fórmula 1, el Agua para Todos, la visita del Papa o comprando la Champions.
Pero la nefasta gestión y la baja
calidad de su programación la hundieron. La audiencia le dio la espalda y la
sociedad valenciana dejó de preocuparse por su televisión pública. El PP la
siguió usando por su interés sin que ninguno de sus trabajadores hiciera un
mínimo de autocrítica. Nada. Solo chupar del bote, cuanto más tiempo mejor.
Hasta que hace dos días, Alberto Fabra decidió que ya no la necesitaba para
nada. Que ya no era el arma de propaganda política que había sido a finales de
los 90. Dice que para cerrar un hospital prefiere cerrar la televisión.
Demagogia. No habla del aeropuerto fantasma de Castellón –ayer le inyectaron 25 millones de euros más-
ni de los desmanes que ha habido en esa comunidad, convertida en pozo negro del
derroche en España. La corrupción y la demagogia han vuelto a ganar. Y, por
enésima vez, se demuestra que la clase media, esa que ha perdido su propia
concepción de clase, no puede guiarse por el egoísmo. Porque siempre pierde. Si
los trabajadores de Canal 9 se hubieran unido hace años en pro de un periodismo
riguroso y de calidad, en defensa del servicio público para el que trabajaban,
quizá hoy, otro gallo cantaría. Pero no, no lo hicieron. Prefirieron verse como
funcionarios con puestos de por vida. Hoy están en la calle. Protestan. Luchan.
Más vale tarde que nunca. Pero hasta hace dos días mostraron una falta de
solidaridad abrumadora. Por otro parte, algo muy común en esta profesión. Les
apoyo como compañeros y compañeras que son, pero con la boca pequeña. Porque
hay una pregunta que no deja de rondarme la cabeza: ¿Y si la Justicia
no hubiera revocado el ERE?
Ya
decía Martin Niemöller…
Cuando encarcelaron a los
socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los
sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
no había nadie más que pudiera protestar.
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