Las oportunidades se
agotan. El tiempo pasa y la sociedad en general, salvo honrosas excepciones, se
aleja a pasos agigantados de los loables principios que defiende este documento
promovido en el entorno de Naciones Unidas allá por el año 2000. Nuestro planeta
se acerca poco a poco al coma irreversible, pero aún estamos a tiempo de
salvarlo
Casi 14 años después de que se publicara la Carta de la Tierra se podría decir
que, una vez más, se está muy cerca de demostrar que con una declaración no se
transforma el mundo. El destino habitual de cartas de este tipo es “el panteón
de declaraciones ilustres”: se proclaman, se celebran, todo el mundo está de acuerdo
con lo que dice, pero casi nadie lo cumple. Finalmente, se le pone un hermoso
marco y ahí se queda. Pero, ¿estamos a tiempo de salvar esta justa declaración?
Pedro Pozas, naturalista y director ejecutivo del Proyecto Gran Simio en España lo ve
complicado. “No existe un programa concreto para la Carta de la Tierra, ni una
obligatoriedad por parte de los países para su puesta en práctica. Es cierto
que organizaciones y gobiernos locales (que no nacionales) han adoptado algunos
de sus principios, pero no es suficiente”. Por desgracia, este interesante
documento se conoce muy poco entre la ciudadanía. Incluso algunos círculos
ecologistas desconocen su existencia o la han olvidado. “Se ha traducido a más
de 30 idiomas, pero sigue navegando en solitario, sin rumbo, sin que la
sociedad exija a sus políticos que esta brillante carta, tal vez lo más hermoso
creado por el hombre, sea llevada a los programas electorales y sea base de
todas las constituciones y parlamentos del mundo”, añade.
¿Pero qué dice la Carta?
Como ya explicamos en un artículo de Fundación Melior,
la Carta de la Tierra es el principal intento de redactar una constitución
global. La situación del planeta es muy crítica, por lo que la humanidad debe
elegir su futuro y esta iniciativa es la traducción a la práctica de esa
sociedad mundial sostenible, solidaria, justa y pacífica que tanta falta hace
en este siglo XXI. Sin embargo, parece que avanzamos en dirección contraria.
“Se están incumpliendo los cuatro pilares que defiende esta carta”, explica
Pedro. Son los siguientes:
1. Respeto y cuidado de la vida
2. Integridad ecológica
3. Justicia social y económica
4. Democracia, no violencia y paz
Razón no le falta al reconocido naturalista, pues cada vez hay más países
en guerra, más conflictos enconados y los ciudadanos ven como poco a poco sus
derechos desaparecen. Además, la Tierra no deja de sufrir. Se elimina y asesina
a líderes indígenas y campesinos que defienden sus territorios, se les expulsa
y se devastan sus regiones. “Todo por las plantaciones de monocultivos,
especialmente los de palma aceitera que están arrasando millones de hectáreas
en África, Indonesia, Perú o Colombia”, añade.
Desconocimiento y desidia
Quizá el gran problema al que se enfrenta actualmente la Carta de la Tierra
es el desconocimiento generalizado que existe. “Para mí, aquel momento fue casi
increíble. Ver a tantos países reunidos, hablando de medio ambiente… Pero han
pasado 14 años y las generaciones que vinieron después desconocen esta carta y
lo que significa”, reconoce Pedro Pozas. Aun así, aunque la pasividad de la
ciudadanía es un problema, la desidia de los políticos lo es todavía más.
“Nuestros gobernantes no creen en ningún cambio, solo defienden sus intereses y
les importa muy poco lo que le pueda pasar a la Tierra. Solo quieren llenarse
los bolsillos y no hay país en donde no haya corrupción”.
De todas formas, los políticos son el espejo de la sociedad, por tanto es
muy difícil que de pronto, un día, todos los ciudadanos se unan para defender
el planeta y su sostenibilidad. “Hace falta educación, es imprescindible.
Nuestro futuro depende de los niños que tienen 7 u 8 años, es la esperanza que
nos queda”, manifiesta Pedro. Pero la sociedad actual incentiva con sus
actuaciones el desgaste sistemático de la tierra y el agotamiento de los
recursos. “Los ciudadanos desconocen por ejemplo el crimen de lesa humanidad
que supone el biocombustible, que
se produce mayormente de la palma de aceite, pues para plantar esta palmera se
están destruyendo selvas tropicales y con ella especies animales y poblaciones
indígenas enteras”, alarma. Los políticos nos lo venden como algo “eco” o “bio”
cuando, en verdad, está trayendo más destrucción y desertización que cualquier
otro combustible.
Aún estamos a tiempo
Aunque estemos remando en dirección contraria a esta Carta de la Tierra, Pedro Pozas quiere dejar
claro que la esperanza no está perdida del todo. “Hay muy poco margen de
maniobra”, asevera. De hecho, pone todas sus esperanzas en esa generación de
niños que está creciendo en solidaridad y tolerancia. Aun así, el sistema
capitalista que nos engulle acaba siempre premiando a los más fuertes. El
Darwinismo social se impone con fuerza en la sociedad actual y solo permite la
supervivencia de los más fuertes. Los de arriba, son los triunfadores. Los de
abajo, fracasados. Mientras esa concepción no cambie, mientras las personas no
se guíen por la solidaridad y el apoyo mutuo y mientras el egoísmo y la defensa
a ultranza de la propiedad reinen, nuestra existencia parece condenada.
“La única esperanza es el cambio”, afirma Pedro. Ayudar al prójimo, ser
menos consumista y más sostenible. Pensar de manera colectiva, aportar
soluciones que no solo me beneficien a mí, buscar la mejora social de mi
comunidad y no la mía exclusivamente. Mientras no empecemos a creer en el bien
común y en el desarrollo sostenible no tenemos esperanza. El futuro de la
sociedad tal y como la conocemos depende de ello.
Aun así, si una carta ha de recordarnos principios tan básicos como que
para sobrevivir necesitamos respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad,
erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental o fortalecer
las instituciones democráticas para que exista transparencia y buena
gobernabilidad, ¿de verdad nos merecemos seguir aquí?
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