Reporteros
Sin Fronteras sitúa a España en el puerto 35 en cuanto a libertad de prensa,
por detrás de países como Namibia o Surinam. Parece que el poder político
controla los medios a su antojo, pero realmente, ¿quién está detrás del control
mediático que padecemos en nuestro país?
Siempre que se habla de falta de libertad
de prensa, se suele pensar en gobiernos de países convulsos. Casualmente, casi
nunca se mira hacia España. Sin embargo, la tendencia empieza a cambiar. Las
ruedas de prensa sin preguntas o con preguntas pactadas de antemano se han
convertido en la tónica de este Gobierno, que parece reacio a tener que dar
explicaciones o a justificar nada de lo que dice o hace. Y todo ello se ve
amplificado gracias a un sinfín de “voceros mediáticos” que se encarga de
elevar a los altares el mensaje del político de turno.
Aun así, parece que poco a poco va
calando el mensaje que algunos periodistas repetimos desde hace años: España pierde su libertad de prensa. En
la última clasificación mundial publicada por Reporteros
Sin Fronteras, España está situada en el puesto 35 en cuanto a libertad de prensa, por detrás de países como
Ghana, Surinam o Namibia. Sin duda, un dato cuanto menos llamativo, pero
lógico, especialmente cuando se percibe la represión que sufre quien ejerce su
libertad de expresión con ahínco. En los últimos meses hemos vivido graves
situaciones que van desde el golpeo
y detención sistemática de periodistas en las manifestaciones o la condena
a músicos perseguidos por sus letras, hasta la imputación hace apenas unos
días de una veintena de jóvenes acusados de “enaltecer”
el terrorismo en algunos de los comentarios vertidos en la red social
Twitter. O incluso casos muy sonados como los de Pedro J. Ramírez y Javier Moreno, ambos apartados casi a la vez de la dirección de El Mundo y El País,
respectivamente. Dos medios que, casualmente, han suavizado su línea editorial desde
entonces. ¿Existe manía persecutoria del Gobierno hacia quienes piensan u
opinan de forma contraria a sus intereses?
Más allá del control político
Aun así, este análisis va un poco más
allá. Y pone el punto de mira en los tentáculos invisibles de quienes
verdaderamente dirigen el entramado mediático que existe en nuestro país: las multinacionales.
Porque ni siquiera Rajoy puede frenarlas. El gobierno es también un mero títere
que se mueve bajo las directrices que imponen los de arriba, esas elites inalcanzables, intocables y, hasta
no hace mucho tiempo, invisibles.
Si se fijan bien, en el elenco
mediático actual existen opciones para muy diferentes tendencias. La gente más
progresista o de izquierdas, los más comprometidos con la justicia social, se
decidirán por La Sexta, mientras que los más conservadores podrán leer La Razón o escuchar la COPE. Parece que
siempre hay hueco para denunciar públicamente una injusticia o para criticar al
partido X o al partido Y. Hasta ahí, la supuesta democracia mediática parece
funcionar correctamente. Tanto que periodistas tan dispares como Jordi Evole o Paco Marhuenda pertenecen a
la misma empresa, el Grupo Planeta. Son nichos de mercado que los
diferentes grupos de comunicación pretenden cubrir. Pero, ¿verdaderamente se
respeta el cacareado artículo 20 de la Constitución?
Antes de responder, les invito a que
hagan un sencillo ejercicio de reflexión: ¿Cuántas veces han escuchado una noticia negativa sobre El Corte Inglés,
Zara o Repsol en algún medio generalista español? Al fin y al cabo, todos y
todas pudimos atacar a Esperanza Aguirre cuando se dio a la fuga con su
vehículo y volcó la moto del Policía o cuando Jorge Moragas le colgó el
teléfono a Jordi Évole en el Salvados del último domingo. Pero, ¿cuándo han
escuchado críticas hacia la pésima situación en la que viven
los trabajadores de Inditex? ¿O les han informado acerca de la explotación
laboral a la que están sometidos los
empleados de Carrefour? Esas voces críticas con los grandes poderes
empresariales de este país solo se pueden leer en blogs y páginas webs que,
muchas veces, son incluso censuradas o perseguidas.
He aquí el gran dilema: la gran parte de la información que leemos
y escuchamos está controlada por Repsol, el BBVA, el Grupo Planeta, al Banco
Santander o a Telefónica. Así lo explica el periodista y gran experto en
estas lides Pascual Serrano, que en el
documental “Una mosca en la Coca-Cola”,
dirigido por Javier Couso, hermano del periodista asesinado en Irak, José
Couso, explica las dificultades que tuvo para publicar su libro Traficantes de información, donde
cuenta todos los lazos económicos que se esconden tras los grandes grupos de
comunicación. “Cuando el libro llegó no al editor, que es quien controla lo que
se escribe, sino a los accionistas, optaron por decir que no se publicaba, que
me lo pagaban, pero que no lo publicaban”, explica en el documental.
Serrano, que trabajaba en un periódico
regional del Grupo Vocento, tenía libertad para criticar al político que
quisiera, fuera del partido político que fuera. Podía poner verde a Bush y
hablar mal de la OTAN. Nunca pasaba nada. “Hasta el día en que se me ocurrió
hablar de la jubilación de un alto cargo del BBVA, accionista del Grupo Vocento”,
indica. Ese día, tuvo que hacer la maleta. “Creemos ser libres porque podemos dar golpes al político de turno, pero
los verdaderamente poderosos, los accionistas o los dueños del grupo, son
intocables”, remarca.
En definitiva, ese es el gran reto al
que se enfrentan los periodistas de hoy en día. ¿Han de seguir lamiendo la mano
de quien les da de comer? ¿Es de recibo que se proteja a entidades financieras
y multinacionales hagan lo que hagan? ¿Se puede tolerar que un gobierno como el
valenciano manipule, controle y cierre una televisión como Canal 9 a su antojo?
¿Se puede permitir que gobiernos y empresas dirijan las cúpulas de los medios
de comunicación? La ciudadanía ha de
responder, pero también los propios profesionales del Periodismo. En un día
como hoy, 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, es intolerable que
todavía seamos muy pocos quienes alcemos la voz contra la manipulación
mediática que sufre este país. Sin embargo, tras leer este artículo sé que
mucha gente dirá eso de… pues en Cuba y en Venezuela, ni te digo. Probablemente
tengan toda la razón, pero por suerte o por desgracia, yo vivo aquí y analizo
la realidad que me rodea, no la que acontece a más de 6.000 kilómetros de
distancia.
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