Los
grupos de consumo agroecológico son una realidad cada día más presente a nivel
local. Una apuesta importante por la soberanía alimentaria que demuestra una
vez más que es posible llevar a cabo otro modelo de consumo que tenga en cuenta
criterios sociales y medioambientales
La
agricultura industrial y de mercado siempre ha buscado incrementar la
producción de cosechas agrícolas sin considerar las consecuencias posteriores
tanto para el suelo como para la salud que este tipo de prácticas conlleva. El
capitalismo ha fomentado y potenciado la labranza intensiva del suelo, la
práctica de monocultivos –algo que ha multiplicado el hambre en los países del
sur al acabar con su soberanía alimentaria-, el uso indiscriminado de
fertilizantes sintéticos, la ineficacia energética del modelo, el control
químico de las plagas, el uso intensivo de agua de pozos profundos para la
agricultura o la manipulación genética de los alimentos, que ha dado lugar a
que la plantación y cultivo de productos transgénicos se extienda como la
pólvora por todo el mundo, contaminando además a la producción ecológica que
todavía persiste.
Y aunque no se
puede negar que la aplicación de las prácticas e innovaciones tecnológicas en
la agricultura ha multiplicado la producción, no se puede tolerar que para
conseguir esa superproducción, innecesaria y totalmente desequilibrada en su
reparto –pues aunque se producen más
alimentos que nunca, cada vez hay más personas que mueren de hambre-,
se sigan deteriorando los recursos naturales en forma considerable y de manera
irreversible en muchos casos. Además, el costo de los productos no refleja ni
los costes sociales ni medioambientales derivados de este tipo de
producción.
Por esto,
surge la agroecología, “un movimiento social que no solo apuesta por la
agricultura ecológica, sino por conseguir una verdadera transformación social”,
tal y como explicó el activista Enric Durán en el I Congreso de Alimentación
Consciente celebrado en Barcelona. Para ello, la agroecología defiende la
producción y el consumo local “para evitar intermediarios” y apostando, a su
vez, por la horizontalidad “para acabar con las relaciones jerárquicas y de
poder”, añade. Es así como surgen los grupos de consumo y las cooperativas que
tienen por objetivo “llevar a cabo un consumo alternativo, ecológico, solidario
con el mundo rural, relocalizando la alimentación y estableciendo unas
relaciones directas con el consumidor y el productor a partir de unos circuitos
cortos de comercialización”, según comenta Esther Vivas, activista
especializada en consumo responsable en su artículo “Consumo agroecológico, una
opción política”, publicado en la revista Viento Sur.
Modelos
de grupos
Aunque en
estos grupos suelen primar principios como la autogestión y la horizontalidad,
es cierto que cada uno es único. Actualmente, en Madrid existen decenas de
ellos que, a su vez, se ramifican en otros grupos más pequeños. Aun así, la
gran mayoría se pueden clasificar en dos grandes modelos:
Autoconsumo: son cooperativas que se encargan de la
producción, la distribución y el consumo de los productos. El BAH! (Bajo el
Asfalto está la Huerta!) es un claro ejemplo en Madrid. En este interesante documental
de presentación, María Sol, una de las consumidoras de la
cooperativa, explica que en el BAH! “no se vende nada, sino que todo lo que se
produce en la huerta se ha de devolver a la gente que forma parte de la
cooperativa”. Es decir, este tipo de cooperativas busca integrar en un mismo
marco a productores y a consumidores, consiguiendo un compromiso estable de
solidaridad mutua. Por tanto, hay personas que trabajan en el huerto –y que
reciben una asignación por ello- y luego hay un grupo de consumidores que les
respalda de forma fija todo el año y acuerda con ellos lo que se cosechará.
Todo se decide de forma asamblearia y no se compra nada, sino que existe una
cuota mensual fija que se mantiene en el tiempo. Además, este tipo de grupos de
consumo se autogestiona totalmente y llega a acuerdos con otros productores
para recibir semanalmente productos ecológicos diversos (lácteos, vino, pan,
huevos, carne…). Estos acuerdos suelen ser semestrales o anuales para dar así
estabilidad y seguridad a esos productores.
A
la carta: La mayoría de los grupos
son de este tipo. Se organizan igualmente mediante asambleas horizontales y
realizan pedidos semanales, quincenales o mensuales a distintos productores:
hortalizas, fruta, pan, lácteos… Normalmente existe un compromiso de pedir una
cantidad mínima en cada pedido para que el grupo sea estable, pero cada unidad
pide los productos que quiere y paga solo por ellos. Los consumidores contactan
con los diversos productores y se organizan periódicamente para hacer el
reparto de los diferentes alimentos, para realizar los pagos correspondientes y
organizar el resto de tareas.
¿Cómo
encontrar un grupo de consumo?
Los primeros
grupos de consumo de nuestro país surgieron a finales de los 80 y principios de
los 90. La mayor parte de estas experiencias surgió de núcleos militantes en
movimientos sociales de la época, aunque es cierto que en la última década,
casos como las vacas locas o la gripe aviar, ha despertado el interés de la
población en su alimentación y en el origen de los productos que consume. De
hecho, tal ha sido el ánimo suscitado, que en muchos grupos y cooperativas la
demanda ha superado a la oferta.
Además, gran
parte de estos grupos se ha encontrado con un problema importante: la doble
sensibilidad de las personas que los componen. Como bien indica Esther Vivas en
su artículo, existen por un lado los sectores interesados “en comer bien y con
poca trayectoria activista” y por otro “personas que provienen de movimientos
sociales y que ven los grupos de consumo como espacios políticos y de
militancia”. El equilibrio entre estas dos sensibilidades no siempre es
sencillo y suele generar diferencias dentro de los grupos. Por ello, Vivas
añade que “es fundamental concienciar a aquellos sectores menos politizados de
que ‘comer bien’ implica necesariamente una acción política”.
Por tanto,
quien quiera participar de un grupo de consumo debe tener ese objetivo bastante
claro. Es consumo responsable, pero también es acción política. Una vez
concienciados, encontrar un grupo o cooperativa no es complicado. Hay decenas
repartidos por todas las grandes ciudades y, cada vez más, por los pueblos. El
camino más sencillo es preguntar en centros sociales o asociaciones de vecinos.
Aun así, también podéis consultar alguna de estas páginas webs:
En conclusión,
las cooperativas y grupos de consumo son una pieza más del complejo engranaje
con el que pretendemos cambiar el actual modelo político, económico y social
capitalista. Por ello, es fundamental que estos grupos se unan a otras
iniciativas y colectivos para participar de otros espacios de cambio. Hay que
empezar a crear puentes que unan las muchas islas solidarias y autogestionadas
que existen en este inmenso océano neoliberal que fomenta el individualismo y
potencia la pobreza.
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