Diez años después de la ocupación ilegal de Irak por parte de Estados Unidos y la OTAN, el conflicto sigue abierto y millones de víctimas sufren las consecuencias
“Y finalmente
(llegó) la madrugada del 20 de marzo de 2003, y con ella el aullido de las
sirenas anunciando los primeros ataques aéreos, la huella de los misiles
rasgando el cielo nocturno, el primer gran temblor del suelo, los primeros
gritos, los primeros muertos, una mano separada de un cuerpo en un bombardeo
contra un mercado, las operaciones quirúrgicas en el suelo del hall de un
hospital repleto de heridos y falto de camas, el ataque contra las centrales
eléctricas que dejó a Bagdad sin agua y sin luz, sumida en la oscuridad”. Así
recuerda la periodista
Olga Rodríguez en eldiario.es los
primeros momentos de una guerra que nació como un drama, pero que se convirtió
en una gran tragedia. Un trauma imborrable para millones de personas que vieron
sus vidas truncadas por culpa de una ocupación ilegal e innecesaria por parte
de un gobierno, el estadounidense, que tenía sed de venganza tras los atentados
del 11 de Septiembre. Sed a la que se sumaron el gobierno inglés y el español
con la famosa foto de Las Azores, donde Blair, Bush y Aznar se presentaban al
mundo como salvapatrias.
Han pasado ya
diez años del inicio de aquella cruenta masacre que, aunque ya no cope portadas
e informativos, todavía sigue abierta. Siguen las detenciones, siguen las
torturas y, sobre todo, siguen las secuelas. Las físicas -80.000 mutilados
documentados y más de un millón de heridos- y las psicológicas –más de tres
millones de personas siguen desplazadas o exiliadas y un elevado porcentaje de
la población padece depresión y enfermedades nerviosas-.
Y es aquí
donde quiero parar, para recordar la dura historia de Samar Hassan. Su foto, que es la que abre este
reportaje, dio la vuelta al mundo y se convirtió en dramático icono de la
guerra de Irak. La dura imagen de Samar fue tomada el 18 de enero de 2005. Con
apenas cinco años, la niña llora cubierta por la sangre de sus padres y su
hermano. El coche en el que viajaba junto a su familia acaba de ser tiroteado
por soldados estadounidenses en un punto de seguridad cercano a Tel Afar, en el
norte de Irak. En su cara se refleja terror. Pánico, incomprensión y rabia.
No he podido
encontrar información de la situación actual de Samar. El último dato apareció
en mayo de 2011 en The New York Times, gracias
a un magnífico
reportaje de Tim Arango, del que hoy traduzco gran parte. Hasta
ese momento, Samar Hassan no había visto la famosa fotografía que tristemente
protagonizaba. “Mi hermano estaba enfermo y lo llevamos al hospital. En el
camino de vuelta sucedió todo”, contaba entonces al diario neoyorkino. “Justo
entonces escuchamos las balas”. “Mi madre y mi padre fueron asesinados, sin
más”.
En ese momento,
el fotógrafo de guerra Chris Hondros,
asesinado en abril de 2011 en el frente de Misrata (Libia), disparó su cámara.
La foto de Samar, de 5 años, gritando y cubierta de sangre iluminó el horror de
las víctimas civiles y se convirtió en uno de los pocos iconos de esta vil e
injusta ocupación imperialista. La imagen de Samar se congeló en el tiempo y el
ejército estadounidense prohibió a Hondros volver a trabajar junto a sus
soldados.
En 2011,
cuando The New York Times encontró a Samar, la niña tenía
doce años. Vivía con varios parientes en las afueras de Mosul. En un país donde
el sistema de salud apenas trata los problemas psicológicos y traumáticos,
miles de iraquíes han sido abandonados en la soledad de sus tormentos. La
hermana mayor de Samar, Intisar, y su marido, desempleado ex oficial de
policía, cuidan de ella. Dos de sus hijos son policías y sus salarios mantienen
a la extensa familia.
Aunque miles
de iraquíes han sido golpeados por el dolor de la guerra, la historia de Samar
merece un punto y aparte. Tres años después del asesinato de sus padres por
tropas imperialistas, su hermano Rakan murió cuando un ataque insurgente golpeó
la casa donde ella vive ahora. Rakan fue gravemente herido en el tiroteo que acabó
con la vida de sus padres y, después de que Hondros publicó la famosa
instantánea de Samar, fue enviado a Boston para ser tratado. A su vuelta a Irak
comenzó el horror.
Marla Ruzicka,
una voluntaria americana que ayudó a Rakan en su tratamiento, fue asesinada con
un coche bomba en Bagdad. El marido de Intisar, la hermana de Samar, sospecha
que el bombardeo insurgente que asesinó a Rakan fue a causa de haberlo enviado
a los Estados Unidos para su recuperación. “Cuando Rakan volvió, todos pensaban
que yo era un espía”, explica Nathir Basir Ali, esposo de Intisar.
Tras la muerte
de su hermano, Samar abandonó la escuela porque su tristeza no le permitía
avanzar, aunque su deseo era volver y convertirse en doctora cuando fuera
mayor. En 2011, tal y como describe el reportaje, Samar solo abandonaba la casa
en las pocas excursiones familiares y solo tenía dos amigas que la visitaban de
vez en cuando para jugar con muñecas o para charlar. Samar pasa los días
limpiando, escuchando música en su habitación o viendo episodios de su programa
favorito, una telenovela turca sobre dos enamorados llamados Mohanad y Samar.
“Yo soy
Samar”, dijo cuando se presentó a Tim Arango, de The New York Times.
Vestía un largo vestido rojo y se sentó en el sofá junto al señor Ali. Dos de
sus hermanos, que se encontraban también en el coche cuando asesinaron a sus
padres, se sentaron cerca de ella. “Los he llevado muchas veces al hospital
para que tomen pastillas” por sus problemas psicológicos, explica Ali. “Todos
toman pastillas”.
Samar junto a Ali – Foto Ayman Oghanna for The New York Times |
Cuenta que
Muhammad, hermano de ocho años de Samar, habla consigo mismo cuando está solo.
“Cuando salimos para ver a la familia, ellos permanecen tristes”, explica.
“Algunas veces, -relata Ali- encuentro a los niños juntos en su habitación,
todos llorando. Cuando recuerdan el accidente, hablan como si también hubieran
muerto”.
Samar nunca se
atrevió a ver la foto hasta 2011. Con las manos tapándose la cara y agarrada a
un cojín, dijo que entendía que esa imagen mostraba al mundo “las cosas malas
que estaban sucediendo en Irak”. Al final de la entrevista, relata Tim, ella
señaló una foto de su familia que colgaba en la pared. “Todos los días sueño
con mi padre mi madre y mi hermano”. Samar nunca llegará a entender por qué un
día, cuando volvía del hospital, unos hombres de verde truncaron su vida para
siempre. Sin embargo, para el ejército de la OTAN, ese accidente no fue más que
un daño colateral de los miles que ocurrieron en Irak. Solo son un par de
números más.
Artículo publicado en Micronopio de Cordopolis.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario