22 de marzo de 2013

Samar, víctima de Irak

Diez años después de la ocupación ilegal de Irak por parte de Estados Unidos y la OTAN, el conflicto sigue abierto y millones de víctimas sufren las consecuencias



“Y finalmente (llegó) la madrugada del 20 de marzo de 2003, y con ella el aullido de las sirenas anunciando los primeros ataques aéreos,  la huella de los misiles rasgando el cielo nocturno, el primer gran temblor del suelo, los primeros gritos, los primeros muertos, una mano separada de un cuerpo en un bombardeo contra un mercado, las operaciones quirúrgicas en el suelo del hall de un hospital repleto de heridos y falto de camas, el ataque contra las centrales eléctricas que dejó a Bagdad sin agua y sin luz, sumida en la oscuridad”. Así recuerda la periodista Olga Rodríguez en eldiario.es los primeros momentos de una guerra que nació como un drama, pero que se convirtió en una gran tragedia. Un trauma imborrable para millones de personas que vieron sus vidas truncadas por culpa de una ocupación ilegal e innecesaria por parte de un gobierno, el estadounidense, que tenía sed de venganza tras los atentados del 11 de Septiembre. Sed a la que se sumaron el gobierno inglés y el español con la famosa foto de Las Azores, donde Blair, Bush y Aznar se presentaban al mundo como salvapatrias.

Han pasado ya diez años del inicio de aquella cruenta masacre que, aunque ya no cope portadas e informativos, todavía sigue abierta. Siguen las detenciones, siguen las torturas y, sobre todo, siguen las secuelas. Las físicas -80.000 mutilados documentados y más de un millón de heridos- y las psicológicas –más de tres millones de personas siguen desplazadas o exiliadas y un elevado porcentaje de la población padece depresión y enfermedades nerviosas-.

Y es aquí donde quiero parar, para recordar la dura historia de Samar Hassan. Su foto, que es la que abre este reportaje, dio la vuelta al mundo y se convirtió en dramático icono de la guerra de Irak. La dura imagen de Samar fue tomada el 18 de enero de 2005. Con apenas cinco años, la niña llora cubierta por la sangre de sus padres y su hermano. El coche en el que viajaba junto a su familia acaba de ser tiroteado por soldados estadounidenses en un punto de seguridad cercano a Tel Afar, en el norte de Irak. En su cara se refleja terror. Pánico, incomprensión y rabia.

No he podido encontrar información de la situación actual de Samar. El último dato apareció en mayo de 2011 en The New York Times, gracias a un magnífico reportaje de Tim Arango, del que hoy traduzco gran parte. Hasta ese momento, Samar Hassan no había visto la famosa fotografía que tristemente protagonizaba. “Mi hermano estaba enfermo y lo llevamos al hospital. En el camino de vuelta sucedió todo”, contaba entonces al diario neoyorkino. “Justo entonces escuchamos las balas”. “Mi madre y mi padre fueron asesinados, sin más”.

En ese momento, el fotógrafo de guerra Chris Hondros, asesinado en abril de 2011 en el frente de Misrata (Libia), disparó su cámara. La foto de Samar, de 5 años, gritando y cubierta de sangre iluminó el horror de las víctimas civiles y se convirtió en uno de los pocos iconos de esta vil e injusta ocupación imperialista. La imagen de Samar se congeló en el tiempo y el ejército estadounidense prohibió a Hondros volver a trabajar junto a sus soldados.

En 2011, cuando The New York Times encontró a Samar, la niña tenía doce años. Vivía con varios parientes en las afueras de Mosul. En un país donde el sistema de salud apenas trata los problemas psicológicos y traumáticos, miles de iraquíes han sido abandonados en la soledad de sus tormentos. La hermana mayor de Samar, Intisar, y su marido, desempleado ex oficial de policía, cuidan de ella. Dos de sus hijos son policías y sus salarios mantienen a la extensa familia.
Aunque miles de iraquíes han sido golpeados por el dolor de la guerra, la historia de Samar merece un punto y aparte. Tres años después del asesinato de sus padres por tropas imperialistas, su hermano Rakan murió cuando un ataque insurgente golpeó la casa donde ella vive ahora. Rakan fue gravemente herido en el tiroteo que acabó con la vida de sus padres y, después de que Hondros publicó la famosa instantánea de Samar, fue enviado a Boston para ser tratado. A su vuelta a Irak comenzó el horror.

Marla Ruzicka, una voluntaria americana que ayudó a Rakan en su tratamiento, fue asesinada con un coche bomba en Bagdad. El marido de Intisar, la hermana de Samar, sospecha que el bombardeo insurgente que asesinó a Rakan fue a causa de haberlo enviado a los Estados Unidos para su recuperación. “Cuando Rakan volvió, todos pensaban que yo era un espía”, explica Nathir Basir Ali, esposo de Intisar.

Tras la muerte de su hermano, Samar abandonó la escuela porque su tristeza no le permitía avanzar, aunque su deseo era volver y convertirse en doctora cuando fuera mayor. En 2011, tal y como describe el reportaje, Samar solo abandonaba la casa en las pocas excursiones familiares y solo tenía dos amigas que la visitaban de vez en cuando para jugar con muñecas o para charlar. Samar pasa los días limpiando, escuchando música en su habitación o viendo episodios de su programa favorito, una telenovela turca sobre dos enamorados llamados Mohanad y Samar.

“Yo soy Samar”, dijo cuando se presentó a Tim Arango, de The New York Times. Vestía un largo vestido rojo y se sentó en el sofá junto al señor Ali. Dos de sus hermanos, que se encontraban también en el coche cuando asesinaron a sus padres, se sentaron cerca de ella. “Los he llevado muchas veces al hospital para que tomen pastillas” por sus problemas psicológicos, explica Ali. “Todos toman pastillas”.

Samar junto a Ali – Foto Ayman Oghanna for The New York Times
Cuenta que Muhammad, hermano de ocho años de Samar, habla consigo mismo cuando está solo. “Cuando salimos para ver a la familia, ellos permanecen tristes”, explica. “Algunas veces, -relata Ali- encuentro a los niños juntos en su habitación, todos llorando. Cuando recuerdan el accidente, hablan como si también hubieran muerto”.

Samar nunca se atrevió a ver la foto hasta 2011. Con las manos tapándose la cara y agarrada a un cojín, dijo que entendía que esa imagen mostraba al mundo “las cosas malas que estaban sucediendo en Irak”. Al final de la entrevista, relata Tim, ella señaló una foto de su familia que colgaba en la pared. “Todos los días sueño con mi padre mi madre y mi hermano”. Samar nunca llegará a entender por qué un día, cuando volvía del hospital, unos hombres de verde truncaron su vida para siempre. Sin embargo, para el ejército de la OTAN, ese accidente no fue más que un daño colateral de los miles que ocurrieron en Irak. Solo son un par de números más.

Artículo publicado en Micronopio de Cordopolis.es

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