Inditex, el mayor emporio textil del mundo, es
a su vez una máquina de explotación laboral. Beneficios multimillonarios
conseguidos a base de abuso y precariedad
6:00 de la mañana. Suena
el despertador. Se levanta, se ducha, desayuna y abandona rápidamente la casa.
Va a trabajar. Varios metros con trasbordo incluido. Después, autobuses
abarrotados. Llega puntual para preparar la tienda y abrir. Trabaja en un centro
comercial. En un sitio de esos donde las personas aburridas y sin iniciativa
van a pasear los fines de semana. Ella ofrece tiempo y conocimientos a Inditex,
una de las grandes. Zara, Bershka, Pull & Bear, Stradivarius, Ohio, o
Massimo Dutti, entre otras, son sus marcas. Ella es de Almería, pero le
obligaron a mudarse a Madrid si no quería perder su empleo. No gana mucho, pero
es encargada. Y conforme está hoy la situación, a veces no queda más remedio
que aceptar.
La llegada de Ella a
Madrid fue emocionante. Nueva ciudad, nueva vida. Pero lo que no sabía es que
pronto iba a sentirse esclavizada por su trabajo. Seguía poniendo su tiempo a
disposición del emporio de Amancio Ortega, pero esta vez, en una tienda en
plena Castellana, un lugar muy diferente a la avenida almeriense donde había
estado hasta entonces. Esos primeros meses la vida fue relativamente cómoda.
Trabajaba más de ocho horas diarias, pero llegaba pronto a casa y descansaba
jueves y domingos. Era difícil que pudiera tener todo un fin de semana libre,
pero incluso había veces en que se lo concedían. No era el mejor trabajo del
mundo, pero al menos podía seguir tirando y afrontando facturas e hipoteca.
Pronto llegaron los
recortes. Primero la mandaron a una tienda a las afueras de Madrid. A un macro
centro comercial. Llegar y volver cada día del trabajo se convertía en un
suplicio. Varios transportes y hora y media de viaje. Aun así, la tienda
funcionaba muy bien, es más, raro era el día que facturaba menos de diez mil
euros. Sin embargo, los de arriba, los de traje y corbata, negaban con la
cabeza cada vez que iban a visitarla. “Las ventas no van bien, la situación es
muy complicada”. Qué fácil es decir eso cuando cobras 5.000 euros al mes,
pensaba Ella. “Tienes que apañártelas con menos chicas trabajando”, le decían.
Chicas que tenían contratos irrisorios de 20 horas semanales. Precarias hasta
la médula. Jóvenes, y sin embargo amargadas. “Así que, dile a estas tres que
están despedidas”. Y se giraban y se perdían entre la multitud del centro comercial
con sus trajes de Armani. Y ahí se quedaba Ella. Triste, pensando que cómo
podía entrar en su sueldo de mierda la responsabilidad de echar a la gente sin
motivo aparente alguno. “¿Pero cómo que me echas? Si trabajo mucho, si se hacen
cajas de miles de euros”, se quejaban las chicas despedidas. Y lloraban. Y sus
sueños se desvanecían. Algunas, incluso se pagaban así sus estudios
universitarios. Pero a nadie les importa. Seguro que en ese mismo instante, los
de los trajes de Armani estaban ya tomando vino en un restaurante cercano,
celebrando su maestría con las cuentas de la empresa.
Porque Inditex sigue
ganando dinero a espuertas. Según sus propias cifras, en 2012 obtuvo 400
millones de euros más de beneficios. Pasó de los 1.932 millones
a los 2.361. Un 22% más de beneficios conseguidos gracias a la precariedad de
sus puestos de empleo y, especialmente, a la mano de obra barata y a las
nefastas condiciones laborales que ofrecen las empresas que Inditex subcontrata
en países en vías de desarrollo. ¿Cómo podría si no el hombre más rico de
Europa y tercero
más rico del mundo mantener tal fortuna? Sin duda, su poder económico ayuda
desmesuradamente a mantener pulcra su imagen. Raro es el día que no le vitorean
los medios de comunicación. El gran ejemplo. El gran Amancio. Pero ¿cómo un
personaje tan solidario y generoso a
ojos de los españoles puede ser a su vez un evasor de impuestos demostrado
mediante las SICAV? ¿O
por qué lleva su facturación a países más aventajados fiscalmente como Irlanda? ¿Nadie va a poner el
grito en el cielo ante un señor que ha pagado incluso multas por esclavitud laboral
infantil?
No, parece que no. Que es
lo normal. Es que la situación está como está. ¿Pues qué vas a hacer? Si tienes
que trabajar los domingos, pues trabajas y ya está. No te quejes porque te van
a echar. Además, ya no tienes 20 años y sabes que en cuanto pases los 30 ya no
serás una chica perfecta a los ojos de Inditex. Te darán la patada antes o
después, así que al menos aguanta el máximo tiempo posible.
Y mientras tanto, Amancio
se regocija en su mansión. El dinero todo lo puede. La fe ya no mueve nada, son
euros y dólares quienes mueven ahora las montañas. Además, los políticos de
turno les allanan el camino, por ejemplo, permitiéndoles abrir todos los días casi a cualquier hora. La esclavitud
se adueña de su vida. Ahora, Ella tiene que trabajar también los domingos y
solo descansa los jueves. Una vez al mes también le permiten no ir a trabajar
en “festivo”. ¿Y los sindicatos? Que si el convenio, que si es lo que hay, que
no pueden hacer mucho, que si la reforma laboral lo permite… Vamos, que no
hacen nada. Miran para otro lado. Ella no es más que un número dentro de las
cifras macroeconómicas del emporio de Amancio. Solo es una cifra. No es una
persona, no es nada. Es un engranaje más del todopoderoso motor que eleva
diariamente a Inditex a la cima de la explotación.
Ahora, ya no le permiten
descansar ni en su día de descanso. Casi no hay chicas en la tienda porque los
amplios beneficios no han sido tan amplios como en años anteriores, así que
hace unos días llegaron con cuatro despidos procedentes y casi sortearon los
nombres de las personas a las que iban destinados. Tú, tú, tú y tú. Porque sí.
Porque somos los del traje de Armani y este año en vez de ganar 60.000 euros
hemos ganado 58.000 euros y eso es por culpa de los 2.000 euros anuales que te
damos a ti por prestar varias horitas diarias a nuestro emporio. Así que
sobras. Fuera. Despedida.
Y tú, encargada, ya sabes
lo que tienes que hacer. Trabaja más horas, nos da igual cuántas. Pero hazlo
todo. Si no llegas a tiempo un día, estás en la calle. Si bajas de estos
beneficios anuales, estás despedida. Si no consigues que las pocas chicas que
trabajan a tu lado estén calmaditas y sin hacer ruido, olvídate. Y si cumples
30, también. Presión, presión y más presión. Tú sabrás lo que haces. Pero con
la nueva reforma laboral estarás en la calle con una indemnización ridícula y
si dejas de cumplir con tus funciones te verás sin empleo y sin prestación.
Sola y abandonada. Así que solo te queda trabajar cuando te digamos y como te
digamos. ¿Festivos? No existen. Aquí se trabaja cuando nosotros decidamos.
¿Turnos? Los que nos dé la gana. ¿Lo entiendes? Y si estás a 500 kilómetros
porque es tu fin de semana libre, te aguantas. Cualquier ápice de desobediencia
será interpretado como una traición al magnate, al dios supremo. Y al día siguiente
no tendrás que volver. Pero claro, teniendo que pagar facturas, hipoteca y
comida, algún trabajillo tendrás que haber encontrado antes, ¿no crees? Bueno,
al final, siempre podrás dejar de comer, que eso es lo que hacen las personas
de bien.
Y ella, agacha la cabeza,
y sigue sacando cajas y colocando ropa en las estanterías. Es domingo y miles
de personas abarrotan el centro comercial. Esos seres ignorantes y sin alma que
no tienen otra cosa que hacer que deambular por esos pasillos en día festivo
para que esos magnates puedan seguir explotando a personas desdichadas. Esto es
lo que ha traído este afán tristemente consumista. Pasean del Zara al McDonald
sin percibir siquiera que son cómplices de una tirana esclavitud.
23:00 horas. Ella llega a
casa, aturdida, exhausta. Se tira en la cama y llora. No puede más. Pero sabe
que tiene que dormir. Se toma unas pastillas para descansar mejor y cierra los
ojos.
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