El pasado año cerró con cifras
alarmantes: más de 45 millones de personas desplazadas en todo el mundo, tanto
en sus países como en otros estados. La situación es alarmante y ACNUR y el
resto de organizaciones que trabajan con ellos denuncian la falta de recursos
humanitarios y de soluciones políticas
A finales de 2012, 45,2 millones de
personas de todo el mundo vivían desplazadas de sus casas a causa de
conflictos, persecuciones, violencia generalizada o violación de derechos
humanos. Alrededor de 15,4 millones de esas personas eran refugiados: 10,5
millones bajo el mandato de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Refugiados) y 4,9 millones de palestinos bajo el amparo de la UNRWA y a
quienes dedicaremos un artículo completo en unos días. La cifra global incluye
también 28,8 millones de desplazados internos y cerca de un millón de
solicitantes de asilo.
Según datos de ACNUR, solo en 2012, alrededor de 7,6
millones de personas fueron desplazadas de sus lugares de origen a causa de
conflicto o persecución, incluyendo a 1,1 millón de nuevos refugiados, la cifra
más alta desde 1999. Esto quiere decir que durante el pasado año más de 23.000
personas al día tuvieron que abandonar sus casas para buscar protección en otro
lugar, tanto en su país como en otro diferente. En conclusión, las cifras de
2012 son las más elevadas desde 1994, cuando se estimó que cerca de 47 millones
de personas habían tenido que abandonar su territorio por causa violenta.
Para comprender tan dramática
situación, en Fundación Melior hemos contactado con María Jesús Vega,
responsable de Relaciones Externas de ACNUR en España. En este encuentro, remarcó que Naciones
Unidas divide a las personas desplazadas en cuatro tipos: refugiados,
desplazados internos, solicitantes de asilo y apátridas. “Los refugiados son
personas que se encuentran fuera de su país de origen por infundado temor de
persecución por razón de raza, religión, opinión política o pertenecer a un
grupo social determinado y que no pueden acogerse a la protección de las
autoridades de su país”, amplía Vega. Por su parte, un desplazado interno es
quien ha abandonado también su lugar de origen, “pero sin cruzar ninguna
frontera dentro de su país”. Puede ser por las mismas razones que un refugiado
o a causa de desastres naturales.
Por otro lado, los solicitantes de
asilo son personas que han sido reconocidas como refugiadas, “pero que tienen
en marcha una petición de asilo en un país determinado y están a la espera de
resolución”, añade. Por último, el caso más grave y también más olvidado es el
de los apátridas, “personas que no tienen una nacionalidad reconocida por ningún
estado”, ya sea por secesión de países, porque se han creado algunos nuevos o
porque, simplemente, el Estado en cuestión no quiere darles la nacionalidad por
ser de una etnia concreta o minoría religiosa. Actualmente se calcula que
existen unos diez millones de apátridas, sin embargo, los gobiernos los
rebajaron a 3,3 millones. “Estas personas quedan marginadas y no tienen
derechos, no pueden circular libremente ni ir al colegio, no constan en ningún
lugar y a veces mueren sin haber figurado en ningún sitio, como si nunca
hubieran existido”, asevera Vega. Es algo que ocurre, por ejemplo, a los más de
800.000 musulmanes de etnia Rohingya que viven en el oeste de Myanmar.
La dura vida del refugiado
Cada país de acogida decide como
gestionar los flujos de las personas desplazadas. “Algunos permiten que se
puedan construir campos de refugiados, pero otros intentan invisibilizarlos,
les obligan a malvivir en barrios marginales y escondidos del resto porque no
tienen permisos de residencia”, explica María Jesús Vega. Es lo que ocurre en
Siria, donde más del 75% de los 1,6 millones de refugiados que han salido este
año están en zonas urbanas, lo que dificulta sobremanera la tarea de ACNUR y
del resto de organismos humanitarios, ya que es muy complicado aportarles
asistencia o información.
Y es que 2012 se ha convertido en uno
de los años más negros para las personas refugiadas. Los conflictos en la
República Democrática del Congo, Mali, Siria y la frontera entre Sudán del Sur
y Sudán han forzado a más de un millón de personas a abandonar sus países y
saltar a Estados vecinos. Más de 3.000 personas diarias se convirtieron en
refugiados durante el pasado año, cinco veces más que en 2010. Estos nuevos
refugiados se sumaron a los más de 800.000 que ya habían surgido en 2011.
“La vida en un campo de refugiados es
muy difícil, empezando por las condiciones de acogida y continuando por la
falta de libertad de movimientos”, explica María Jesús Vega. Las organizaciones
humanitarias procuran cubrir las necesidades básicas de las personas que están
allí y, cuando la financiación lo permite, “se cubren otro tipo de necesidades
tan fundamentales como el apoyo psicosocial, la educación, los grupos de
terapia para víctimas de violencia de género, el autoempleo…”, añade Vega. El
objetivo, sin duda alguna, “es mantener viva la esperanza porque en los campos se
depende exclusivamente de la ayuda humanitaria para sobrevivir y, por mucho que
facilitemos las cosas, un campo no tiene nada que ver con la vida que llevaban
esas personas antes de entrar, por muy pobres que fueran”, explica. “Es
dificilísimo soportar la monotonía de despertar cada día bajo una tienda de
campaña que se inunda en la época de lluvias y que alcanza los 50 grados en
verano”, afirma.
Pero eso no es lo más grave. “Los
chavales comparten un libro de texto entre siete u ocho por lo que la educación
es complicada y existen casos de violencia sexual contra mujeres y niñas porque
las tiendas están muy juntas, se comparten letrinas y es imposible darse una
ducha en intimidad”, reconoce Vega.
De dónde salen y a dónde van
Actualmente, hay más de 2,5 millones
de afganos que han tenido que abandonar su país en busca de refugio en un país
vecino. Le siguen los somalíes con más de 1,1 millón de personas e Irak y Siria
con más de 730.000 refugiados. El medio millón de personas desplazadas fuera de
sus fronteras lo superan ya Sudán y la República del Congo, mientras que Myanmar
con 415.000, Colombia con 394.000, Vietnam con 337.000 y Eritrea con más de
285.000 refugiados cierran esta macabra lista.
En cuanto a los países de acogida, la
mayor parte de los afganos ha saltado al vecino Pakistán, que actualmente ampara
a más de 1,6 millones de personas refugiadas. Le sigue Irán con 868.000 y
Alemania, que es el único país europeo que aparece en esta lista, con casi
600.000 refugiados. Kenia, con más de medio millón de personas en el gigantesco
campo de Dadaab, y Siria con algo más de 476.000 refugiados completan el
quinteto. Etiopía, Chad, Jordania, China y Turquía cierran esta tabla con una
media de 300.000 refugiados por país. Según los datos de ACNUR, de todos los
refugiados que viven en campos, el 48% son mujeres y chicas jóvenes, mientras
que el 46% son niños menores de 18 años, una cifra que, desgraciadamente,
aumenta cada año. Por su parte, España no puede sentirse orgullosa en este aspecto,
pues a finales de 2012 solo acogía a 4.500 refugiados, destacando así como uno
de los países europeos que menos desplazados ampara.
Sin embargo, no todas las noticias son
tan negativas. En 2012, 526.000 refugiados volvieron voluntariamente a sus
países de origen, la mitad de ellos a Afganistán, Irak y Costa de Marfil. Una
cifra no muy alta, similar a los datos de 2011, pero muy alejada de las que se
recogían en la década pasada.
¿No hay solución?
El gran dilema que se abre es que
pasan los años y los campos de refugiados son cada vez más grandes. La ONU aprueba
resoluciones que nadie acata y a muy pocos países parece importar la durísima
situación que viven estos 45 millones de personas desplazadas. Desde ACNUR y la UNWRA se barajan tres
soluciones para los refugiados: la repatriación voluntaria al país de origen
auspiciada por el Derecho al Retorno, el reasentamiento en el país de acogida
o, como última opción, el realojamiento en un tercer país.
“Hay algunos campos que se perpetúan
en el tiempo, pero otros se han ido cerrando poco a poco”, explica María Jesús
Vega, de ACNUR y, continúa, que también es cierto que hay situaciones “en las
que ves que no hay gestión posible porque hay negativa total tanto del país de
origen como del de acogida para poder integrar a tan numeroso grupo de personas”.
Surge ahí la opción del realojamiento de personas refugiadas en terceros
países, como ocurrió el pasado año en Brasil, cuando cerca de 2.000 angoleños y
liberianos fueron acogidos de forma permanente tras un decreto del
gobierno de Dilma Rousseff. Sin embargo,
esta solución no es siempre factible porque, como recuerda María Jesús, “¿qué
país va a acoger a las más de 500.000 somalís que sobreviven en el campo de Daabad en Kenia?”. Este asentamiento, el más grande
del mundo y que acaba de cumplir veinte años de historia, vive una gravísima crisis humanitaria por su masificación. Su
población lo convierte en la tercera ‘ciudad’ más grande de Kenia, superado
solo por la capital Nairobi y por Mombasa, principal puerto del país.
Por tanto, los más de 10 millones de
refugiados que existen actualmente en todo el mundo siguen reclamando su Derecho
al Retorno al país de origen en condiciones de dignidad. Sin embargo, la ONU no
tiene potestad para obligar a cumplir ninguna de sus resoluciones. “Es por esto
que desde ACNUR no podemos dar solución política a los conflictos que obligan a
estas personas a abandonar sus lugares de origen”, manifiesta María Jesús Vega.
Además, “para nosotros es muy duro ver año tras año languidecer a estas personas
porque pierden poco a poco la esperanza de volver. No podemos detener esta
masacre diaria, pero los países sí pueden hacerlo, así que denunciaremos y
chillaremos esta injusticia donde sea necesario”.
¿Cómo puedo ayudar?
En primer lugar, es fundamental interesarse
por esta dura realidad. “Hay muchas personas que rechazan a ACNUR porque dicen
que deberíamos preocuparnos de la situación que hay en España, en vez de estar
pensando en gente que hay más allá de nuestras fronteras”, reconoce María Jesús
Vega. Aun así, reitera que aunque aquí se pase mal, cuando giras la cabeza y
miras lo que hay afuera “te das cuenta de que la situación es mucho peor que la
nuestra. Allí, sencillamente, estamos hablando de la diferencia entre la vida y
la muerte”. Por eso, desde ACNUR solo podemos pedir que se rechace la xenofobia
y el racismo, “porque si sigue habiendo campos de refugiados es porque estamos
haciendo algo mal, tanto nosotros como las personas a las que votamos”. E
insiste en que las personas refugiadas no tienen culpa alguna: “Todos podríamos
vernos en una situación así”.
Además, quien quiera y pueda, a través
de la web de ACNUR (www.acnur.es) puede encontrar diversas formas para ayudar
económicamente con este organismo. Desde mandando un sms con cargo de 1,20
euros hasta haciéndose socio o ayudando con donaciones más grandes. Porque,
recuerda Vega, “la situación es muy dura, insostenible y muy preocupante,
especialmente porque la crisis y los recortes han acabado con muchas de las
inversiones de los Gobiernos en ayuda humanitaria”.
En conclusión, en el tiempo que ha
tardado en leer este reportaje, unas 500 personas han sido desplazadas de su
lugar de origen. Algunas acabarán malviviendo en suburbios de su propio país,
otras terminarán recluidas en campos de refugiados en algún país vecino. Las más
afortunadas podrán solicitar derecho de asilo o, como mucho, subsistir gracias
a la ayuda humanitaria a la espera de poder volver algún día a su casa. Pero,
por desgracia, muchas de ellas concluirán sus días alejadas de la tierra que
las vio nacer, muriendo un poquito cada día bajo un techo de plástico, a la
espera de que alguien les haga caso de una vez.
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