Este país no tiene arreglo. Y no lo tiene porque los ciudadanos no tienen ganas de cambiar nada. A currar en negro y a ver fútbol. País de pandereta
Ya no estoy harto. Ahora estoy
cansado, apagado. Porque he dejado de confiar. Cada día que pasa me doy cuenta
de que no vamos a poder cambiar nada. Porque como pueblo no nos acercamos ni de
lejos a Turquía, a Italia, a Portugal. Ni siquiera a Francia. Porque cada vez
me encuentro con más personas que son vagas por naturaleza, que no tienen
principios ni proyectos, y que todo lo que hacen lo hacen sin ganas. Son
personas que esperan que siempre sea otro quien le solucione los problemas, no
se mojan, no interactúan, no aportan solución alguna. Solo ponen trabas y no
mueven un dedo. Y además, se quejan. Se quejan sin parar. Porque quejarse por
todo sin aportar soluciones es muy español. Como la picaresca de no pagar
impuestos o currar en negro. Muy nuestro. Además de que tenemos la capacidad de
marear la perdiz una y otra vez convirtiendo decisiones meramente operativas en
debates inaguantables e insufribles. Muy cansinos. Eso no nos da pereza.
Por eso, estoy harto de participar en interesantes
proyectos colectivos que se hunden simplemente porque las diferentes personas
que conforman el colectivo pasan de su responsabilidad individual. Estoy harto
de tener que asumir grandes responsabilidades porque los demás son
incapaces de asumir la parte que le toca. Estoy cansado de comprobar una y otra
vez que los proyectos colectivos se vienen a pique porque los egos y las
individualidades son enormes, porque muchas personas buscan de cada acción
colectiva un rédito exclusivamente personal. Y como siempre hay alguien que lo
haga, pues no se mojan nunca. Total, siempre hay tontos.
Pues como tonto oficial, anuncio que no puedo más. Sin
responsabilidad individual no hay proyecto colectivo alguno que salga adelante.
Las personas que quieran cambiar las cosas tienen que saber que han de estar
juntas, que la única forma de construir desde abajo es haciéndolo entre todas y
para todas. Compromiso y responsabilidad. Si queremos construir algo diferente,
nuevo, solidario y estable tenemos que olvidarnos del yo y empezar a pensar de
una vez en el nosotros. Dejar de lado las meras satisfacciones individuales y
egoístas para pensar en el bien común, en el procomún. Asimismo, hay que acabar
con la inapetencia, con el “yo paso de todo”, con el que lo haga otro. Porque
quienes siempre lo hacemos, estamos hartos. Estamos hastiados de tener que
responsabilizarnos de las decisiones de los demás porque estos no tienen
voluntad alguna en asumir sus compromisos.
Además, el pasotismo generalizado repercute en las
ganas que tenemos algunos de cambiar las cosas. ¿Cuántos compañeros y
compañeras me están diciendo últimamente eso de “ya no puedo más”? Es duro
tirar del carro cuando detrás tienes a una masa inerte y desganada. Una masa a
la cual están vapuleando día tras día desde arriba y que no hace nada por
evitarlo. Es desesperante y descorazonador ver que hay gente que ni siquiera
abre la boca. Te suben el IVA, el IRPF, destrozan a los autónomos y a las
pymes, asfixian a los hipotecados, explotan a los trabajadores, expulsan a los
jóvenes de las universidades e incluso del país, nos dejan sin sanidad, sin
derechos y sin recursos. Y sin embargo, callamos. No abrimos la boca. Y para
más inri, muchos de los que supuestamente quieren cambiar las cosas, se toman
ese cambio como un hobby, como si fuera una clase de baile o de inglés que no
sirve más que para matar las horas muertas. ¿Por sentirse bien con ellos
mismos? ¿Para reforzar su ego personal? ¿Para tener su conciencia tranquila? A saber.
Aun así, solo somos una minoría. La gran mayoría
española directamente pasa de todo. ¿Por miedo? No, cada vez lo tengo más
claro: por pasotismo. Es mejor echarse unas birras el sábado, ver el fútbol y
currar en negro. La gente pasa de hacer nada. Pasa de ir a una manifestación,
pero también pasa de construir un proyecto común. Solo yo, yo, yo. Y el que no
aguante, que se joda. Eso sí, en el bar me quejo. Que eso sí me gusta. No
existe solidaridad, no existe compañerismo. No existe proyecto común, no existe
lucha. Solo existen un montón de individuos que no dudan en pisar cabezas para
conseguir sus objetivos. Estarán desempleados, asfixiados y hambrientos, pero
si pueden, siempre se comerán la naranja más grande. Y si pueden comerse dos y
el de al lado ninguna, mejor. Estoy harto de esta sociedad. De la española,
concretamente. No hay quien la cambie.
El otro día escuché una pregunta al aire. ¿Pensáis que
algún día los poderosos, quienes controlan la economía y la política, se
pondrán de nuestro lado? ¿Creéis que algún día mirarán por nosotros y nos
tratarán mejor? Me dio la risa. Sí, ese es el espíritu. El de esperar a que los
demás hagan algo por ti. Siempre la misma historia. Pues nada, a este ritmo la
mayoría me va a engullir. Habrá que ver Gran Hermano, currar en negro e ir los
domingos al centro comercial de turno. O, quizá no. Quizá lo mejor sea
pirarse a 10.000 kilómetros de este país de pandereta y verbena y empezar de
cero. A practicar esa movilidad exterior que tanto pregona la Báñez.
1 comentario:
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