Considerando que esta sociedad es injusta, porque divide a sus
miembros en dos clases desiguales y antagónicas: una, la burguesía, que,
poseyendo los instrumentos de trabajo, es la clase dominante; otra, el
proletariado, que, no poseyendo más que su fuerza vital, es la clase dominada.
Que la sujeción económica del proletariado es
la causa primera de la esclavitud en todas sus formas: la miseria social, el
envilecimiento intelectual y la dependencia política. Que los privilegios de la
burguesía están garantizados por el Poder Político, del cual se vale para
dominar al proletariado.
Considerando que la necesidad, la razón y la
justicia, exigen que la desigualdad y el antagonismo entre una y otra clase
desaparezcan, reformando o destruyendo el estado social que tiene sumidos en la
más espantosa miseria a los que emplean toda su vida en producir la riqueza que
poseen los que muy poco o nada son útiles a la sociedad; (…)
El Partido Socialista tiene por aspiración:
Primero.- La posesión del poder político por
la clase trabajadora
Segundo.- La transformación de la propiedad
individual o corporativa de los instrumentos de trabajo (la tierra, las minas,
los transportes, las fábricas, etc.) en propiedad común de la sociedad entera
(…)
En suma el ideal del Partido Socialista es la
completa emancipación de la clase trabajadora. Es decir, la abolición de todas
las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores libres e
iguales, honrados e inteligentes (…)
Manifiesto fundacional del PSOE (20 de julio
de 1879)
Estas palabras se incluyen en el prólogo del primer programa electoral
aprobado por el Partido Socialista hace ya 135 años. Ha llovido
mucho desde entonces y por más que se esfuerce, el PSOE de hoy no tiene
absolutamente nada que ver con
aquel ilusionante partido político que nació de forma clandestina en la taberna
madrileña Casa Labra en torno a 25 personas: 16 tipógrafos, cuatro médicos, un
doctor en ciencias, dos joyeros, un marmolista y un zapatero. Y encabezados todos ellos por el
tipógrafo Pablo Iglesias Posse, que nada tiene que ver con el
Pablo Iglesias que actualmente copa todas las televisiones y que ha dado la
sorpresa con Podemos. Aunque, probablemente, políticamente hablando aquel
Iglesias tendría mucho más en común con este Iglesias que con los dirigentes
que actualmente se dedican día tras día a hundir en el fango al partido mal
llamado socialista y obrero.
Los militantes del PSOE se avergüenzan de su
dirección. Lo manifiestan tímidamente
en las redes sociales, pero no se atreven a levantar la voz y dar un puño en la
mesa. Al final, con el rabo entre las
piernas siguen obedeciendo. Sin rechistar. Es más, Rubalcaba, que
tras la debacle en las elecciones europeas anunció que dejaría la dirección del
partido en julio, ha querido salir por la puerta
grande y asestar una puñalada mortal a su propio partido. El
PSOE se ha declarado monárquico, ha
apoyado casi por unanimidad (solo dos abstenciones) al rey entrante, ha firmado
una alianza de estado con el PP y ha decidido así dinamitar toda
su historia en apenas unos días. ¿Ya han olvidado que fue un pacto republicano-socialista el que permitió a Pablo Iglesias Posse
conseguir su primer acta como diputado en 1910? ¿Ha olvidado el PSOE que
durante la II República fue el partido que sustentó este sistema de gobierno
hasta que el golpe de Estado lo dilapidó?
Con este abrazo a la Monarquía y al PP, el PSOE rompe con su pasado,
abandona en la cuneta a los cientos de miles de militantes que perecieron
peleando por la República, y a los miles que fueron
represaliados, torturados, encarcelados y exiliados, como mi abuelo. Los
dirigentes del Partido Socialista han pasado a formar parte de esa clase
burguesa contra la que querían combatir en su fundación. Rubalcaba y todo el
órgano del partido –diputados incluidos- han corroborado que “los privilegios
de la burguesía están garantizados por el poder político, del cual se vale para
dominar al proletariado”. Es decir, le han dado la vuelta a la tortilla. Se han convertido en los
burgueses que destruían España y a quienes apuntaba con el dedo el
señor Iglesias.
Han sido ellos, más incluso que el Partido Popular, quienes han potenciado la desigualdad y
el antagonismo entre una clase y otra, permitiendo así su
perdurabilidad en el tiempo y aumentando la miseria en nuestro país.
Pero aunque quizá este apoyo a la Monarquía ha sido el caso más
flagrante, el PSOE hace tiempo que se
esfuerza en romper con su historia. Aprobó la reforma laboral;
sufrió huelgas generales convocadas por su propio sindicato afín, aprobó junto al PP la
modificación del famoso artículo 135 de la Constitución para primar el pago
de la deuda y ha eliminado totalmente la
lucha de clases de su discurso. Es más, aunque en 1997 se
identificaban “como el partido de las clases trabajadoras”, la acepción de clase no aparece
en ninguno de sus programas desde 2004. Fue entonces cuando se
autoproclamó partido de “las clases medias” y, por tanto, después de que esta
clase etérea se haya esfumado tal y como dicen que llegó, el PSOE está condenado a
desaparecer también. Se ha quedado sin espacio político.
Tras abandonar en 1979 la línea marxista que había marcado su
fundación y que fue finiquitada posteriormente con González, Guerra y Zapatero, el PSOE se queda sin hueco. La negación de la clase obrera y la
utilización de la denominación de “clases medias” es una acepción profundamente
ideológica e inculcada por el pensamiento neoliberal. La
derecha y el centro son del PP y de UPyD. Izquierda
Unida se desmarca con los trabajadores. Un poco más allá, se
instala Podemos, que
también se ha llevado a muchos socialistas disconformes. El PSOE no sabe dónde buscar.
Intenta captar votantes del PP, mientras hace campaña contra Rosa Díez, Cayo
Lara y Pablo Iglesias (Turrión). De pronto, se ha dado cuenta de que todos son
enemigos a sus ojos, ya no ideológicamente, sino electoralemente. Sin hueco político, el PSOE
está viendo como poco a poco su apoyo se desgrana, desaparece.
Sus militantes se van sin hacer ruido y sus votantes, irritados, cansados,
apoyan otras opciones políticas o se quedan en casa. Si Pablo Iglesias levantara la
cabeza… haría todo lo posible para acabar con sus aburguesados compañeros.
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