Aunque resulte complicado, esta medida
sería la única que tambalearía los pilares y estructuras de este anclado
sistema
Imagino que la respuesta del 99% de
quienes hayan leído el titular de mi artículo de hoy habrá respondido con un no
rotundo. No lo voy a negar, hoy en día, vivir sin dinero es realmente
complicado. Pero, hay excepciones. Heidemarie Schwermer es una alemana de
70 años que desde hace veinte vive sin un billete en el bolsillo. Y sigue viva,
contenta y muy bien alimentada. “Ahora no tengo nada. Soy una persona sin
techo, pero ante todo una persona libre”, afirmó poco después de escribir el
libro Mi vida sin dinero, una obra autobiográfica
donde cuenta su historia y las diferentes fórmulas y redes sociales que ha
creado para poder sobrevivir con total dignidad. El dinero que ganó tras los
miles de libros que consiguió vender lo repartió entre mujeres maltratadas,
asistentes sociales y diversos colectivos de ayuda. “Yo no lo necesitaba”,
aseguró.
Adentrémonos en su
historia. Heidemarie nació en la antigua Prusia en 1942. Con apenas dos años, y
a causa de la guerra, tuvo que huir con su familia a Kiel, al norte de
Alemania. Allí finalizó sus estudios de Magisterio y pronto consiguió un
trabajo de profesora de enseñanza primaria. Pero al no tener libertad para
poner en práctica sus ideales pedagógicos, dejó esta profesión para estudiar
Psicología y Sociología, especializándose en psicoterapia gestáltica. Al
concluir, abrió una consulta en Dortmund y en 1994 fundó el primer centro de
intercambio de la ciudad.
Dos años más tarde, en
1996, Heldemarie decidió dar un giro mucho más radical a su vida. Regaló todos
sus muebles y abandonó su casa y la consulta. Desde entonces, se aloja en pisos
y casas de personas que están de viaje y lo poco que necesita para vivir lo
consigue a través de una de las formas más antiguas de relación económica: el
trueque. Lo que empezó como una prueba para intentar vivir “un mes sin dinero”,
se ha convertido en un enriquecedor periplo que ha llevado a esta alemana a
cumplir más de década y media sin echar una moneda en sus bolsillos.
Asegura que una y otra vez
le preguntan que por qué lo hace. “No se trata de que todo el mundo haga lo
mismo que yo, para mí es mucho más una cuestión de impulsos, de incitar a las
personas a reflexionar sobre las estructuras existentes”, explica con
sinceridad. Y es cierto, ¿son tan vitales todos los mecanismos y andamios que
sustentan nuestra realidad? Les puedo asegurar que quienes nos hemos formulado
esta pregunta, hemos encontrado respuestas totalmente enriquecedoras. A
Heldemarie le ha pasado lo mismo: “Mi actividad, que tiene como misión llamar
la atención sobre la injusticia, es mi vocación. No necesito vacaciones. Ése es
uno de los errores de nuestra sociedad, que separa ocio y trabajo, porque la
mayoría hace algo que no le gusta solo por ganar dinero y gastarlo en cosas que
no necesita”, asevera. Su vida ha ganado en riqueza y libertad, una libertad
que, aunque siempre nos han asegurado tener, ahora se pone en duda al comprobar
que nuestra palabra, nuestra queja o nuestra repulsa no sirve de nada. ¿La
libertad significa poder votar a unas personas para que después hagan lo que
les dé la gana sin cumplir el mínimo pacto social que se ejemplifica en un
programa electoral? Creo, más bien, que eso es una dictadura endulzada con
caramelos de fresa. Y no estamos para tonterías. ¿O acaso alguien piensa que
habrá dimisiones después del escándalo destacado hoy con los sobresueldos que Bárcenas
ofrecía a altos dirigentes del PP? Pero todavía, ¿alguien cree
que van a devolver un duro de lo robado?
Por eso hay que cambiar la
mentalidad. Cambiar el chip. La crisis nos está demostrando que se puede vivir
con mucho menos y que podemos ser protagonistas mucho más activos de nuestro
devenir. Además de que se puede ser más feliz. ¿Cuántos de ustedes trabajan en
lo que de verdad les gusta? ¿Cuántos de los millones de desempleados que tiene
este país está pensando en realizarse como persona lanzándose a un proyecto que
de verdad le apasione? Por desgracia, creo que pocos. En verdad, pienso que la
gran mayoría solo está dejando currículum tras currículum en lugares donde hay
cientos antes que el suyo. Sin aspiración alguna. Sin interés. Con el único
objetivo de malvivir para aguantar lo que venga hasta que estemos de nuevo como
hace dos años. Pero ese no es el camino. Vamos a cambiar nuestra vida. Porque
lo que conocíamos, nunca más volverá.
Sin duda, en ese periodo
de cambio, en esa transición, habrá que tomar muchas decisiones importantes.
Hay que pensar en el trueque como moneda de cambio, crear bancos de tiempo y
potenciar la cultura y la educación libre. Es decir, fomentar el intercambio,
porque, o nos ayudamos entre todos, o estamos muertos. Sin duda, afrontar el
pago de la hipoteca, para quien la tenga, es el problema más grave. La
esclavitud del siglo XXI. El banco que nos encadena del cuello y nos obliga a
picar piedra durante años a sueldos irrisorios para poder pagar una propiedad
que, al final, cuesta tres veces más de lo que nos pidieron por ella pero que,
si decidimos venderla, cuesta tres veces menos. Así es la vida. Sin embargo,
nuestra deuda nos deja en la calle. La del banco, nos deja más pobres, porque
se refinancia con dinero público. Así funciona esto. Tú no eres nadie. El Gobierno
no piensa en ti. Solo piensa en ese 5% que está arriba, que manda, que mueve
los hilos. Por eso creo que hay que organizarse. Tenemos que conseguir que
tiemblen sus estructuras. Porque si todos dejáramos de pagar la hipoteca, ¿qué
iban a hacer? Si todos decidiéramos, por ejemplo, no pagar el metro, en
protesta por haber duplicado su precio en apenas un año, ¿pasaría algo? Sí: desobediencia civil.
Y este es el quid de la
cuestión. Porque la desobediencia civil es totalmente legítima. No es más que un acto
público, no violento y político, contrario a la ley y que se comete con el
único objetivo de ocasionar un cambio en una ley o en los programas del
gobierno. Es la herramienta más válida que tienen los ciudadanos. Mucho más que
las manifestaciones o las protestas. Este tipo de acciones directas es lo que
de verdad duele al poder. Lo que de verdad le obliga a cambiar. Si no empezamos
a actuar de forma conjunta, coordinada y solidaria estamos perdidos. Una
persona que vive sin dinero, como Heidemarie, no es más que una anécdota, pero
si todos los ciudadanos, o una gran mayoría, nos organizáramos y empezáramos a
realizar este tipo de acciones directas, tendríamos la fuerza para cambiar el
mundo. Porque somos mayoría. Ha llegado el momento de pasar a la acción.
No podemos esperar ni un segundo más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario