Noelia Cotelo está encarcelada en España. No sale en La Sexta ni nadie se preocupa de su situación. Sin embargo, ha sido torturada en múltiples ocasiones y sometida a todo tipo de vejaciones
Una de las primeras preguntas que me hice al ver el programa
“Encarcelados” de La Sexta fue, ¿por qué no se dan un paseo por cárceles de
aquí? Es decir, ¿por qué el programa se centra exclusivamente en las cárceles
extranjeras –especialmente Latinoamericanas- y no en las de nuestro país? ¿Aquí
no hay nada que denunciar? Lógicamente sí, y mucho. Al caso de Alfon, el bukanero
del Rayo Vallecano que estuvo dos meses en prisión provisional bajo
régimen FIES (Ficheros
de Internos de Especial Seguimiento), hay que sumar los de cientos
de presos políticos –no solo en el País Vasco- que son humillados, golpeados y
alejados de sus familias solo porque se oponen con valentía a este sistema
caduco. Pero, además, no hay que olvidar los cientos de detenciones que se
producen cada año como consecuencia de las manifestaciones y protestas que se
suceden día tras día en toda España. Personas que son fichadas y registradas de
por vida en un fichero policial –aunque la ley diga lo contrario- y a las que
obligan a pasar un par de noches a la sombra. De hecho, como bien se publicó
hace unos meses, ninguno de los casi 450 detenidos en movilizaciones del 15M ha sido
condenado. Entonces, si no hay pruebas contundentes para detenerlos, ¿por qué
lo hacen? ¿Por qué les obligan a pasar por ese calvario?
Pero, centrémonos. En las cárceles españolas también hay tortura
y vejación. No solo ocurre en las cárceles extranjeras que tan terroríficas
parecen a los ojos de La Sexta y de su programa estrella. Hace una semana,
saltó de nuevo a la luz el caso de Noelia Cotelo Riveiro. Esta
joven gallega lleva cinco años privada de libertad bajo estrictos regímenes de
aislamiento. Noelia fue condenada a 16 meses de cárcel por agredir a una enfermera y a una policía local en el centro de salud de Matogrande,
en el momento en que recibía una dosis de metadona mientras se sometía a un
programa de desintoxicación.
Pues bien, la actitud poco sumisa de Noelia y su valiente
denuncia de los abusos y violaciones que ha sufrido en diferentes cárceles de
España, entre ellas las de Brieva (Segovia) y Picassent (Valencia), han hecho
que aumentara su encarcelamiento, sumándose cuatro nuevas condenas. Su abogado
ha denunciado públicamente que Noelia vive presa en unas condiciones que violan
el régimen penitenciario y la ley orgánica penitenciaria general. Su madre,
Lola Riveiro, ha interpuesto varias denuncias y ha intentado que su voz llegara
a los medios nacionales. Pero no ha habido suerte. Solo algunos medios
alternativos recogen el comunicado que enviaron varios colectivos afines y el
desgarrador relato de Lola. “Donde peor lo pasó mi hija fue en Brieva”, cuenta la madre en esta entrevista.
“El 23 de octubre le rompieron una mano con una paliza mientras hablaba conmigo
por teléfono”, añade. “De pronto, escuché una voz de una ‘señorita’ que la
llamaba hija de puta y le decía que soltara el teléfono”. Al día siguiente, la
llamada diaria de Noelia no se produjo. Lola llamó a la prisión y le aseguraron
que su hija estaba bien. “Al día siguiente, Noelia me llamó y me dijo que no la
habían llevado al médico, que la habían tenido esposada a una cama y que un
carcelero llamado ‘Jesús’ la había intentando violar”. El parte médico fue de
muñeca rota y varios tendones machacados.
Pero no cesó ahí la tortura. Obligada a ducharse con agua fría,
el único día que Noelia tuvo la suerte de poder disfrutar de un poco de agua
caliente, se retrasó un poco en la ducha. “Dos tipos entraron, la sacaron
desnuda y a rastras de la ducha y la tiraron en su celda”, añade la madre. “La
forense que la vio tras la denuncia de mi hija quedó asustada de ver cómo tenía
el cuerpo de magullado”, explica.
Ahora, Noelia está en Granada. Ha sido trasladada de nuevo. Su
madre asegura que aunque está a más de 1.200 kilómetros de su tierra, está
mejor que en las dos cárceles anteriores. Lola solo puede ir a visitarla cada
tres o cuatro meses porque no tiene dinero para costearse el viaje. Depende de
la ayuda de familiares y amigos. “Pero, al menos, aquí hay un médico que la
mira”, reconoce.
En conclusión, Noelia ha sido torturada en múltiples ocasiones,
sometida a restricciones de comunicaciones, de horas de patio, de entrada de paquetes
de ropa de abrigo; obligada a ducharse con agua fría, se le ha prohibido el
acceso a cursos educativos, actividades terapéuticas, deportivas y lúdicas. Ha
vivido sola y aislada durante meses en una galería, saliendo solo dos veces al
día al patio durante 30 minutos cuando el régimen penitenciario establece un
mínimo de tres horas diarias de patio y, en su máxima sanción, un mínimo de dos
sin que esta situación se pueda alargar más de 14 días.
Se le ha denegado la asistencia médica a pesar de padecer, por
sus condiciones carcelarias, graves infecciones tanto de boca como de oídos. En
un momento dado, un carcelero le aseguró que no necesitaba ningún médico porque
ella “iba a morir allí”. En lugar de tener acceso a la sanidad, se le ha
administrado medicación de todo tipo sin consulta ni prescripción médica. Entre
esta medicación, una dosis altísima de metadona que le provocó una sobredosis.
Noelia se ha sometido a varias huelgas de hambre para denunciar las torturas y
vejaciones a las que está siendo sometida y una de ellas casi le cuesta la vida
al estar a punto de entrar en un coma hipoglucémico.
Sin embargo, apenas se escuchan voces que denuncien esta
práctica inhumana y salvaje. Al menos, en Change.org hay una petición que podéis firmar para denunciar su
situación. Seguro que si la historia de Noelia la contara La Sexta desde Panamá
o desde El Salvador, muchas más voces exigirían al Gobierno la liberación de la
joven y la mejora de su injusta situación. Por desgracia, su gran condena es
estar presa en España. Donde nos hacen creer que el sistema penitenciario es
perfecto y modélico. Las instalaciones serán mejores, pero el trato en muchos
casos es inhumano. Quizá por eso dificultan tanto el acceso de los periodistas
a las cárceles españolas. No querrán que grabemos su miseria.
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