Hoy, releyendo un viejo suplemento de Infoempleo de ABC, donde trabajé durante un magnífico año, y en busca de información acerca de un tema sobre el que me había pedido escribir una amiga (porque estoy abierto a todo tipo de solicitudes), he encontrado un reportaje de mi compañera, amiga y gran profesional Rosario Sepúlveda donde desarrolla una problemática que está muy de moda actualmente: Desempleo y estrés, un cóctel explosivo. ¿Os suena?
Hasta no hace muchos años, el estrés se asociaba al exceso de trabajo. La sobrecarga de reuniones, viajes, horas delante del ordenador... influían perjudicialmente en el sueño, en las relaciones familiares y sociales, en nuestro comportamiento... detonando finalmente en una fuerte crisis de ansiedad, llegando incluso a provocar trastornos psicológicos. Hoy, ese estrés laboral ha dado lugar a otro tipo de estrés... el del desempleado.
En el artículo de mi compañera Rosario, se recogen las declaraciones de Lina Badimon, directora del Centro de Investigación Cardiovascular: “Últimamente se ha evidenciado ese tipo de estrés, el de la gente que se queda sin trabajo, que llega angustiada a fin de mes”. Y es que el estrés de tener que sobrevivir para salir adelante, también produce enfermedades cardiovasculares. Es más, apenas un mes después del derrumbe de Lehman Brothers en Estados Unidos, Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud, avisó de que no convendría subestimar las consecuencias psicológicas de la crisis económica. “Y tampoco debería ser una sorpresa que empezáramos a ver más casos de estrés, suicidios y desórdenes mentales”. Es decir, algo similar a lo que ocurrió después del Crack del 29.
Tanto que, según reza un reportaje publicado el pasado año en El País, el Colegio de Psicólogos de Madrid estima que el número de personas que acuden a consulta con una sintomatología depresiva causada de forma directa por la pérdida del trabajo, por miedo a perderlo o por no encontrar uno nuevo, se ha incrementado entre un 20 y un 25 por ciento en los últimos meses.
Pero, sin duda alguna, el cóctel más explosivo surge de la combinación de estos trastornos con situaciones de desempleo y exclusión social. “El estado de salud empeora a medida que los indicadores de posición socioeconómica lo hace. Es decir, cuanto mayor es la cualificación en el trabajo, mejor es el nivel de salud”, confirma, según el reportaje de Rosario, Lucía Artazcoz, directora del Instituto de Servicios a la Comunidad de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, donde han documentado que los trabajadores no cualificados y los parados tienen más problemas de salud mental, dolores de espalda y cabeza, fuman más y tienen mayor tendencia al sobrepeso.
Jesús de la Gándara, jefe del servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, identifica dos tipos de pacientes cuyo número ha crecido con el deterioro económico: “Han aumentado los trastornos entre los que viven una gran situación de desprotección social y entre los pequeños empresarios y autónomos”. A corto plazo, los primeros síntomas de este estrés por desempleo son los ansioso-depresivos. “En un nivel más alto de malestar se puede llegar al abuso de sustancias, alcohol, tabaco, café... Y, por último, al suicidio”, explica de la Gándara, que resume en un acrónimo, SIN, el cuadro clínico de las personas que necesitan ayuda. “La `S´ hace referencia al sufrimiento; la `I´ es la incapacidad, porque ya no puedes dormir, comer o divertirte, y la `N´ es necesidad, de beber, fumar, de pastillas. Cuando se cumplen los tres requisitos, ese señor está enfermo”.
Hay otro concepto que psicólogos y psiquiatras manejan para entenderse: la indefensión. Designa ese momento en que un individuo se ve desbordado, cuando se tiene la sensación de que, por mucho que se haga, por mucho que uno se esfuerce, no va a conseguir cambiar nada de lo que le rodea. Suele aparecer cuando se rompe un equilibrio estable como, por ejemplo, perder un empleo o unos ingresos. Entonces, si nuestras herramientas mentales para la transformación quedan bloqueadas, podríamos vernos abocados a una espiral depresiva. “Se trata de un trastorno de adaptación, una respuesta psicológica de tristeza, pesimismo y ansiedad ante una situación estresante. Es decir, no es una depresión en sentido estricto, que se caracteriza por una profunda tristeza patológica sin causa aparente”, explica Eduardo García-Camba, jefe del servicio de psiquiatría del hospital Universitario de la Princesa de Madrid.
A todo esto, hay que sumar que el estrés intenso y crónico, que se alimenta de incertidumbres y pesimismo duradero, es muy dañino para el cerebro porque destruye neuronas. Por ejemplo, la versión oficial dice que la incertidumbre sobre el futuro provocó una cadena de suicidios (hasta 40) entre los trabajadores de France Telecom.
En definitiva, que estar en desempleo, dejar de recibir una serie de ingresos que presumíamos vitales y no ver luz al final del túnel produce una serie de desvaríos psicológicos que pueden acabar con nosotros. Pero, ¿hay solución? Por el momento, lo único que se puede hacer es potenciar nuestras habilidades para encontrar empleo, algo verdaderamente complicado en una situación como la actual. “En un mercado competitivo, muy guiado por la imagen y los procesos rápidos de selección de personal y con una elevada tasa de desempleo, el encontrar trabajo puede ser una tarea realmente ardua. En este contexto es imprescindible no sólo mejorar la preparación y las capacidades propias de cara al trabajo, sino también la actitud y las habilidades de comunicación y presentación necesarias para convencer al seleccionador de que eres un candidato apto para ese puesto”.
Esto es lo que dicen los “profesionales”. Mi versión: A) O tienes un buen enchufe (de esto ya hablaré otro día) o B) Te lo curras como nadie. Además de tener que demostrar a cada segundo que eres muy bueno en lo que haces, que eres resolutivo, que tienes iniciativa, que eres competitivo, buen profesional, mejor compañero... Y aun así, no las tengas todas contigo. Apuesto por el enchufe o por mi decisión actual: ser autónomo. Aunque lo de salir echando leches de este país en quiebra tampoco es mala opción.
Conclusión: Estamos jodidos.
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