La situación que nos toca vivir no es más que la consecuencia de una serie de políticas neoliberales impuestas a la fuerza por la Escuela de Chicago
Esta semana ha muerto Thatcher.
Margaret, la dama de hierro, la lideresa conservadora y ultraliberal de Reino
Unido se ha apagado para siempre. La persona que apoyó a Augusto Pinochet en
sus políticas privatizadoras en Chile, incluso vendiéndole armas para su correcta aplicación, es hoy
tratada en los medios de comunicación como una gran pensadora. Una mujer de
principios, añaden en muchos medios. Una señora de fuertes convicciones,
aseguran otros. Sin embargo, no la voy a echar de menos. Porque si miras al
trasluz de la situación, te percatas de que algo ocurre. De que no somos más
que marionetas que se mueven al son de la música que los de arriba deciden
interpretar. Pero, ¿cuándo empezó la película? Y, especialmente, ¿por qué no me
doy cuenta de que soy parte del argumento?
Todo comenzó el 15 de
agosto de 1971. Ese día, el presidente estadounidense Richard Nixon anunció que
Estados Unidos suspendía la convertibilidad
del dólar en oro. El nuevo capitalismo nació aquella mañana y,
con él, la globalización neoliberal. En los años que siguen, llegaron al poder
los teóricos de la Escuela de Chicago,
algunos de los cuales saltaron a Chile para aconsejar al dictador Pinochet. Más
tarde, en 1979, dieron el salto a Inglaterra para estar junto a Margaret
Thatcher y en 1980 se aliaron al EEUU de Reagan.
En nombre de la “revolución
conservadora”, estos líderes económicos mostraron un neoliberalismo agresivo,
avivado por un anti-keynesianismo militante, para acabar con la larga tradición
de intervención económica y social del Estado. Su primer objetivo era quebrar
los sindicatos para que así fuera más fácil desregular la economía y
desencadenar una cascada de privatizaciones. La plaga se fue poco a poco
extendiendo y hoy estamos viviendo en España sus consecuencias más severas.
Pero, ¿quiénes fueron los
ideólogos de esta ideología ultraliberal? Principalmente, Friedrich von Hayek
(1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006). De hecho, sus tesis dominaron el
campo de la teoría del capitalismo durante más de treinta años. Y de aquellos
barros, estos lodos.
Hayek
y el Estado mínimo
Es el profeta de los
neoliberales. Critica toda forma de regulación de la economía con el pretexto
de que ésta sería demasiado compleja como para pretender organizarla. Defiende
una concepción mínima del Estado, una democracia limitada y preconiza la
supresión de las intervenciones sociales y económicas públicas. Su objetivo
principal: derribar el “Estado providencia”.
Su concepto de “Estado
mínimo”, desprovisto de todo poder de intervención económica, y su idea del
“mercado que siempre tiene razón”, cuya “autorregulación espontánea” no debe
ser planificada (apología del “laissez-faire”), se convirtieron, durante tres
décadas, en los pilares de un dogma cuasi religioso para los neoliberales. Una
“Verdad Única” en materia de economía. Además, para Hayek, el Estado no debe
garantizar, en nombre de la “justicia social”, la redistribución de la riqueza.
En sus dos libros, Hayek
expuso su programa: desregularizar, privatizar, limitar la democracia, suprimir
las subvenciones para la vivienda y el control de los alquileres, disminuir los
seguros de desempleo, reducir los gastos de la seguridad social y, por último,
quebrar el poder sindical. Es más, en 1976 llega incluso a proponer la
desnacionalización de la moneda, es decir, la privatización de los bancos
centrales para someter la creación monetaria a los mecanismos del mercado… A
pesar de la insolidaridad que desprendían sus ideas, Hayek recibió el premio
Nobel de Economía en 1974. Su colega Friedman en 1976 y, más tarde, el resto de
discípulos neoliberales: George Stigler (1982), James Buchaman (1986), Ronald
Coase (1991) y Gary Becker (1992).
Milton
Friedman y la violencia capitalista
Aunque Hayek fue un gran
precursor, Friedman fue el gran gurú del neoliberalismo. Este teórico
estadounidense es además el instigador de la nueva violencia capitalista. “El
libre mercado es un sistema científico perfecto en el cual particulares que
actúan en su propio interés, crean, para todos, la mayor cantidad de ventajas
posibles”.
Según él, el Estado “tiene
como única función proteger nuestra libertad de sus enemigos externos y de
nuestro propios conciudadanos”. Poco más. Hace que reine la ley y el orden y
que se respeten los contratos privados para favorecer la competencia”. Eso es
todo. Pero lo más importante es que no se ocupe de la economía y que promueva
el librecambio.
El fanatismo económico
llevó a algunos de estos economistas a colaborar con gobiernos dictatoriales,
especialmente con la dictadura chilena de Pinochet. Tras el viaje de Friedman a
Santiago, las autoridades chilenas lanzaron su “terapia del shock” particular:
privatización de empresas del sector público, adopción del librecambio y
supresión de las barreras aduaneras, liberación de los precios de miles de
productos, reducción del presupuesto del Estado y despido de miles de
funcionarios, autorización de sus ganancias, anulación de las leyes que
protegían a los trabajadores, “flexibilidad” en el empleo, privatización de los
sistemas de salud y de jubilaciones…
Hayek, que también viajó a
Chile, declaró que su preferencia personal “se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde
todo liberalismo esté ausente”. Tal análisis explica por qué muchos discípulos
de Friedman y Hayek no experimentaron repugnancia alguna al colaborar y
aconsejar a regímenes dictatoriales favorables a las “terapias del shock”
neoliberales.
Neoliberalismo
y democracia
En el fondo, el
neoliberalismo mantiene una relación poco feliz con la democracia, esa que
Hayek aceptaba solo de modo “limitado”. Se siente más cómodo con regímenes autoritarios
que, en caso de ser necesario, pueden imponer por medio del terror y de las
alteraciones económicas y sociales que exige la aplicación de su teoría.
Muy probablemente, no sea
casual que los primeros laboratorios donde se experimentaron, con una población
cobaya y forzada, las tesis ultraliberales de Schumpeter, Hakey y Friedman,
fueron la Indonesia bajo la bota del general Suharto y el Chile aterrorizado
del general Pinochet. En su libro La doctrina del shock. El auge
del capitalismo del desastre, Naomi Klein mostró cómo, durante el
primer año de aplicación de la terapia prescrita por estos “locos eruditos
ultraliberales”, la economía de Chile experimentó un retroceso del 15% y la
tasa de desempleo –que había sido solo del 3% durante el gobierno democrático
de la Unidad Popular de Salvador Allende- trepó al 20%. En 1988, luego de
quince años de experiencias ultraliberales, el 45% de los chilenos se
encontraba bajo la línea de pobreza. Semejante cataclismo social no impidió que
Milton Friedman admirara la política económica del general Pinochet, calificara
sus resultados como “milagro de Chile” y… recibiera como ya mencionaba
anteriormente, el Premio Nobel de Economía de 1976.
Todo
orquestado
Por tanto, como reza el
titular de este artículo, basado en varios capítulos del libro La catástrofe perfecta de
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique,
la dura situación que actualmente nos ha tocado vivir no es más que la
conclusión de una serie de acontecimientos que poco a poco han ido sucediéndose
en el tiempo y en diferentes países del mundo. Simplemente, ahora nos toca
vivir en España lo que en tiempos pasados vivieron los ciudadanos chilenos o,
posteriormente, los ingleses con Thatcher o los estadounidenses con Reagan.
Los dominantes van a
proponer a los dominados, a los pobres y a los excluidos, que acepten el
carácter inevitable y natural de la pobreza y la lucha sin piedad por la
supervivencia individual. Han acabado con el “nosotros” y han creado una
infinidad de “yoes” en competencia entre sí por el acceso a los bienes y
servicios esenciales. El evangelio de la competitividad es el único argumento
que usan para explicar y justificar la perennidad de la pobreza que nos ha
tocado vivir. Y los grandes medios de comunicación van de su mano para poder
asentar y normalizar este sistema corrupto, injusto e insolidario. En nuestra
mano está despertar y frenar esta represión económica que nos va a traer
décadas de decadencia, pobreza y restricción de derechos. Ha llegado el momento
de cambiar de orquesta.
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