18 de abril de 2013

¿Listas abiertas o desbloqueadas?

Cada vez son más las voces que reclaman una reforma de la Ley Electoral y, concretamente, la instauración de un sistema de listas abiertas para hacer de la democracia un arma mucho más efectiva. Algunos partidos y dirigentes políticos también empiezan a hablar ya d esta variante electoral. Sin embargo, ¿serviría de algo esta reforma concreta de la ley?



El descrédito de los partidos políticos y los sindicatos es máximo. Cada vez son más los ciudadanos que confían en los movimientos sociales y en la protesta pacífica para luchar por unas causas justas, que quienes confían en la acción de partidos y sindicatos. De hecho, hace apenas una semana, el Centro de Investigaciones Sociológicas confirmó que, junto al paro –en primer lugar- y la economía –en tercero-, la corrupción es la segunda lacra que más preocupa a los ciudadanos de este país. A su vez, la mayoría de la población acoge con agrado los escraches que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca realiza desde hace semanas para presionar a los políticos que rechazan su propuesta de ley. 

Sin embargo, la antipatía que despiertan las instituciones públicas y sus representantes contrasta con el fortalecimiento de la partitocracia, que  cada vez es mayor en nuestro país. Por otro lado, aumentan las voces que reclaman una reforma de la Ley Electoral y, concretamente, la instauración de un sistema de listas abiertas para hacer de la democracia un arma mucho más efectiva. Aun así, muchos expertos aseguran que suponer que las listas abiertas cambiaría a fondo la situación actual es un posicionamiento ingenuo y casi utópico. 

En primer lugar, hay que marcar la diferencia entre listas abiertas y listas desbloqueadas. La primera opción es por la que abogan movimientos como el 15M o Democracia Real Ya, mientras que la segunda es la que defienden algunos partidos y representantes políticos, incluido el PSOE y la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.  Para Alberto Garzón, diputado en el Congreso por Izquierda Unida, el sistema político español debería ser “más flexible”, pero cree que las listas abiertas “no solucionan nada”. Por su parte, Demetrio Castro, catedrático de Historia del Pensamiento Político opina que “las listas abiertas pueden ser razonables para un electorado informado y motivado, algo no habitual en el caso de España”. Veamos, por tanto, las diferencias.

Listas cerradas y bloqueadas

Es el sistema que actualmente se utiliza en las elecciones generales, autonómicas y municipales. El elector vota la enumeración de candidatos que presenta cada partido donde el orden viene fijado de antemano y sin que haya opción alguna de cambiarlo. Jorge de Esteban, catedrático español de Derecho Constitucional, remarca que así los electores no pueden cuestionar “el orden establecido por las camarillas de cada partido”. Esta opción se ha consagrado en España y en países como Israel, Noruega, México o Argentina y ha conseguido que los ciudadanos defiendan unas siglas, sin pensar en el tipo de personas que hay detrás. 

Listas cerradas y desbloqueadas

Esta es la opción que defienden algunos partidos políticos, pero que ya se utiliza en España a la hora de elegir a los senadores. En las elecciones al Senado, cada elector debe votar a tres candidatos por circunscripción electoral. Da igual el orden y el partido, sin embargo, casi siempre suelen coincidir con los resultados que se dan en el Congreso, puesto que la mayoría de los electores vota a los tres que presenta el partido que más le agrada. Esto ha permitido que, por ejemplo, el famoso Luis Bárcenas haya sido elegido en dos legislaturas como senador por Cantabria a pesar de ser de Huelva. Nadie le conocía y le votaban, simplemente, porque era el candidato que abría la lista por el Partido Popular. 

En un país con tanto apego a un partido u otro y donde existen tantos políticos es muy difícil que prime la simpatía a una persona concreta. Este sistema funciona en los países anglosajones, donde existe un sistema electoral mayoritario uninominal en el que el país se divide en tantas circunscripciones como escaños a elegir, teniendo en cuenta que en cada circunscripción se elige solo al diputado que tiene mayor número de votos. En este formato sí es más fácil que la población de una comarca concreta se identifique con una persona por encima de una ideología concreta. Por ello, sería una opción interesante para las circunscripciones más pequeñas. En los municipios, los ciudadanos suelen conocer a casi todos los candidatos, por lo que resultaría más sencillo abrir las listas y que cada cual estableciera el orden que quisiera, al menos entre los primeros candidatos de cada partido político. 

Listas abiertas 

Aunque hay quien defiende que el sistema que rige el Senado es de listas abiertas, no hay más que compararlo con el sistema de Finlandia para percibir que no tiene nada que ver. En el país nórdico, ya no solo se permite al elector escoger candidatos de diferentes partidos y establecer un orden de preferencia entre ellos –listas cerradas y desbloqueadas-, sino que se permite que cualquier ciudadano mayor de edad pueda presentarse a las elecciones. 

Por una parte, están los partidos políticos, que pueden presentar sus listas por separado o formando coaliciones, y por otro están las listas independientes que puede presentar cualquier asociación. Para ello, basta con presentar 100 firmas de votantes del distrito respaldando al candidato. Además, estas asociaciones pueden formar coaliciones entre ellas para presentarse. A su vez, en las listas electorales aparecen los candidatos mezclados con un orden que se determina por sorteo, para evitar así que sean elegidos exclusivamente las personas que tienen apellidos que empiezan con las primeras letras del abecedario. Eso es, por ejemplo, lo que ocurre actualmente en el Senado español. Los partidos ordenan a sus candidatos por orden alfabético y si comprueban la composición actual de la Cámara Alta española, hasta 70 senadores –de un total de 208- tienen apellidos que comienzan por A, B o C. 

Igualmente, en Finlandia todavía son más transparentes, y en la papeleta solo viene el nombre del candidato, el municipio de residencia y su profesión o titulación, además de un número de identificación que será el que se usará para registrar el voto. No hay referencia alguna a la entidad o partido por el que se presentan.

¿Solución?

Sin duda alguna, el sistema finés es el más transparente y democrático de los anteriormente expuestos y sería un ejemplo a seguir. Sin embargo, para que su aplicación fuera justa en nuestro país habría que establecer unos mecanismos compensatorios que garanticen que cualquier ciudadano que quiera hacer política pueda presentarse en igualdad de condiciones económicas que el resto de candidatos. Pero ¿quién puede competir con las ingentes subvenciones públicas y privadas que reciben los dos grandes partidos?

Por tanto, y mientras que ese condicionante no pueda ser efectivo, habría que apostar por unas listas más flexibles, más abiertas y democráticas, que se limite el número de mandatos y que la celebración de primarias en todos los partidos políticos sea de carácter obligatorio. Además, es vital que exista alguna institución que ejerza algún tipo de control para evitar que se presenten candidatos de dudosa respetabilidad como el propio Luis Bárcenas. En conclusión, solo se conseguirá acabar con la partitocracia cuando los ciudadanos obliguen a los partidos a ser transparentes. Solo así, la democracia, que actualmente está secuestrada en manos de unos pocos, volverá de nuevo al pueblo.

Artículo publicado en melior.is

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