Cada vez son más las voces que reclaman una reforma de la Ley Electoral y, concretamente, la instauración de un sistema de listas abiertas para hacer de la democracia un arma mucho más efectiva. Algunos partidos y dirigentes políticos también empiezan a hablar ya d esta variante electoral. Sin embargo, ¿serviría de algo esta reforma concreta de la ley?
El descrédito
de los partidos políticos y los sindicatos es máximo. Cada vez son más los
ciudadanos que confían en los movimientos sociales y en la protesta pacífica
para luchar por unas causas justas, que quienes confían en la acción de
partidos y sindicatos. De hecho, hace apenas una semana, el Centro de
Investigaciones Sociológicas confirmó que, junto al paro –en primer lugar- y la
economía –en tercero-, la corrupción es la segunda lacra que más preocupa a los
ciudadanos de este país. A su vez, la mayoría de la población acoge con agrado
los escraches que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca realiza desde hace
semanas para presionar a los políticos que rechazan su propuesta de ley.
Sin
embargo, la antipatía que despiertan las instituciones públicas y sus
representantes contrasta con el fortalecimiento de la partitocracia, que
cada vez es mayor en nuestro país. Por otro lado, aumentan las voces que
reclaman una reforma de la Ley Electoral y, concretamente, la instauración de
un sistema de listas abiertas para hacer de la democracia un arma mucho más
efectiva. Aun así, muchos expertos aseguran que suponer que las listas abiertas
cambiaría a fondo la situación actual es un posicionamiento ingenuo y casi
utópico.
En primer
lugar, hay que marcar la diferencia entre listas abiertas y listas
desbloqueadas. La primera opción es por la que abogan movimientos como el 15M o
Democracia Real Ya, mientras que la segunda es la que defienden algunos
partidos y representantes políticos, incluido el PSOE y la ex presidenta de la
Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Para Alberto Garzón, diputado en el Congreso por Izquierda Unida, el
sistema político español debería ser “más flexible”, pero cree que las listas
abiertas “no solucionan nada”. Por su parte, Demetrio Castro, catedrático de
Historia del Pensamiento Político opina que “las listas abiertas pueden ser
razonables para un electorado informado y motivado, algo no habitual en el caso
de España”. Veamos, por tanto, las diferencias.
Listas
cerradas y bloqueadas
Es el sistema
que actualmente se utiliza en las elecciones generales, autonómicas y municipales.
El elector vota la enumeración de candidatos que presenta cada partido donde el
orden viene fijado de antemano y sin que haya opción alguna de cambiarlo. Jorge
de Esteban, catedrático español de Derecho Constitucional, remarca que así los
electores no pueden cuestionar “el orden establecido por las camarillas de cada
partido”. Esta opción se ha consagrado en España y en países como Israel,
Noruega, México o Argentina y ha conseguido que los ciudadanos defiendan unas
siglas, sin pensar en el tipo de personas que hay detrás.
Listas
cerradas y desbloqueadas
Esta es la
opción que defienden algunos partidos políticos, pero que ya se utiliza en
España a la hora de elegir a los senadores. En las elecciones al Senado, cada
elector debe votar a tres candidatos por circunscripción electoral. Da igual el
orden y el partido, sin embargo, casi siempre suelen coincidir con los
resultados que se dan en el Congreso, puesto que la mayoría de los electores
vota a los tres que presenta el partido que más le agrada. Esto ha permitido
que, por ejemplo, el famoso Luis Bárcenas haya sido elegido en dos legislaturas
como senador por Cantabria a pesar de ser de Huelva. Nadie le conocía y le
votaban, simplemente, porque era el candidato que abría la lista por el Partido
Popular.
En un país con
tanto apego a un partido u otro y donde existen tantos políticos es muy difícil
que prime la simpatía a una persona concreta. Este sistema funciona en los
países anglosajones, donde existe un sistema electoral mayoritario uninominal
en el que el país se divide en tantas circunscripciones como escaños a elegir,
teniendo en cuenta que en cada circunscripción se elige solo al diputado que
tiene mayor número de votos. En este formato sí es más fácil que la población
de una comarca concreta se identifique con una persona por encima de una
ideología concreta. Por ello, sería una opción interesante para las
circunscripciones más pequeñas. En los municipios, los ciudadanos suelen
conocer a casi todos los candidatos, por lo que resultaría más sencillo abrir
las listas y que cada cual estableciera el orden que quisiera, al menos entre
los primeros candidatos de cada partido político.
Listas
abiertas
Aunque hay
quien defiende que el sistema que rige el Senado es de listas abiertas, no hay
más que compararlo con el sistema de Finlandia para percibir que no tiene nada
que ver. En el país nórdico, ya no solo se permite al elector escoger
candidatos de diferentes partidos y establecer un orden de preferencia entre
ellos –listas cerradas y desbloqueadas-, sino que se permite que cualquier
ciudadano mayor de edad pueda presentarse a las elecciones.
Por una parte,
están los partidos políticos, que pueden presentar sus listas por separado o
formando coaliciones, y por otro están las listas independientes que puede
presentar cualquier asociación. Para ello, basta con presentar 100 firmas de
votantes del distrito respaldando al candidato. Además, estas asociaciones
pueden formar coaliciones entre ellas para presentarse. A su vez, en las listas
electorales aparecen los candidatos mezclados con un orden que se determina por
sorteo, para evitar así que sean elegidos exclusivamente las personas que
tienen apellidos que empiezan con las primeras letras del abecedario. Eso es,
por ejemplo, lo que ocurre actualmente en el Senado español. Los partidos
ordenan a sus candidatos por orden alfabético y si comprueban la composición
actual de la Cámara Alta española, hasta 70 senadores –de un total
de 208- tienen apellidos que comienzan por A, B o C.
Igualmente, en
Finlandia todavía son más transparentes, y en la papeleta solo viene el nombre
del candidato, el municipio de residencia y su profesión o titulación, además
de un número de identificación que será el que se usará para registrar el voto.
No hay referencia alguna a la entidad o partido por el que se presentan.
¿Solución?
Sin duda
alguna, el sistema finés es el más transparente y democrático de los
anteriormente expuestos y sería un ejemplo a seguir. Sin embargo, para que su
aplicación fuera justa en nuestro país habría que establecer unos mecanismos
compensatorios que garanticen que cualquier ciudadano que quiera hacer política
pueda presentarse en igualdad de condiciones económicas que el resto de
candidatos. Pero ¿quién puede competir con las ingentes subvenciones públicas y
privadas que reciben los dos grandes partidos?
Por tanto, y
mientras que ese condicionante no pueda ser efectivo, habría que apostar por
unas listas más flexibles, más abiertas y democráticas, que se limite el número
de mandatos y que la celebración de primarias en todos los partidos políticos
sea de carácter obligatorio. Además, es vital que exista alguna institución que
ejerza algún tipo de control para evitar que se presenten candidatos de dudosa
respetabilidad como el propio Luis Bárcenas. En conclusión, solo se conseguirá
acabar con la partitocracia cuando los ciudadanos obliguen a los partidos a ser
transparentes. Solo así, la democracia, que actualmente está secuestrada en
manos de unos pocos, volverá de nuevo al pueblo.
Artículo publicado en melior.is
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