Pedid
trabajo, si no os lo dan, pedid pan, y si no os dan ni pan ni
trabajo, coged el pan. Emma Goldman
El presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González,
que fue puesto a dedo por su antecesora Esperanza Aguirre,
que está siendo investigado por un ático de lujo en
Marbella de 495 metros cuadrados (238 de ellos de solárium) por el que
pagó 770.000 euros y que se embolsa –que se sepa- más de 90.000 euros anuales,
soltó ayer una perla que ya se hacía esperar: comparó a la Marcha de la Dignidad, que mañana sábado, 22 de marzo, llega
por fin a Madrid, con
el movimiento neonazi griego de Amanecer Dorado. Y ante esto, ¿qué se puede decir? Un tipo que presuntamente ha
robado todo lo que ha podido, que se compra viviendas de lujo y que vive a todo
tren gracias al dinero público, ¿qué derecho tiene a insultar así a las miles
de personas que van caminando desde hace días a Madrid con el único objetivo de
exigir pan, techo y trabajo?
Porque no se olviden que esos
son los grandes “lujos” que exige la ciudadanía que mañana se manifestará en Madrid.
No piden vuelos chárter, ni viajar en primera clase, ni cobrar más de 10.000
euros al mes como la mayoría de los chorizos que nos gobiernan. Ni mucho menos. Sus exigencias son tan básicas
y humanas que
hasta me avergüenzo de que en pleno siglo XXI tengamos que salir a reclamar lo
mismo que exclamaban los obreros de este país hace 150 años. ¿Tan poco hemos
avanzado? ¿Tan mal estamos? Y todavía habrá quien me diga eso de “hasta que un
juez no lo demuestre ninguno de estos políticos es culpable”. ¿Qué jueces? ¿Esos que ellos
mismos ponen a dedo? ¿Esos
que obligan a las mujeres
maltratadas a convivir con sus maltratadores? Es un sistema corrupto se mire por donde se mire. Diseñado
para favorecer a quienes más tienen a que cada vez acumulen más y más riqueza.
Aun así, en un primer momento dudé sobre si participar o no en
esta manifestación. No por nada en especial, sino porque he llegado a un punto
de inflexión en el que creo que con una manifestación
no se arregla nada. Que hay que hacer otras cosas, como
construir una alternativa paralela a quienes nos oprimen, desde abajo,
cimentada, para que una vez empoderados, podamos dar la vuelta a la tortilla.
Pero después de ver a varios amigos sufrir los improperios e
insultos del alcalde de Caudete, un pueblo manchego al que
aprecio, pero cuya máxima autoridad ha dado una imagen propia del caciquismo más medieval, me decidí a acudir a la manifestación. Ya no solo
para defender unos derechos que deberían de ser inquebrantables, sino para mostrar mi apoyo y mi
respeto hacia estos luchadores y luchadoras que llevan días y días pateando las
carreteras y los rincones más recónditos de nuestra geografía.
Porque esta gente es sufridora. Y lo está demostrando.
Especialmente cuando en capitales de provincia como Albacete
han tenido que pagar hasta 400 euros para poder hacer uso de un polideportivo, eso sí, sin
calefacción. Esa es la dignidad que tiene la
señora alcaldesa, Carmen Bayod. Porque me indigné con ellos
cuando al pasar por Despeñaperros, la Marcha Sur contempló atónita como la Guardia Civil protegía el
restaurante más fascista de este país, el Casa Pepe, como si de
un monumento nacional se tratara. Porque gracias a su largo devenir han conseguido sacar a la luz
las miserias de la España más vil, rancia y profunda. ¿Por qué
un cuerpo de seguridad pagado con dinero público como la Guardia Civil tiene
que defender un negocio como este donde las odas al franquismo y las banderas
franquistas y falangistas, anticonstitucionales por cierto, como así
lo corroboró el Tribunal Constitucional, ondean como si nada? Ni en la España que tan bien retrató
Berlanga en sus películas se podría haber encontrado una imagen tan rancia y
sumisa como esa.
Y ante todo voy por la ilusión que están
despertando al
pasar por decenas de pueblos y ciudades que parecían dormidos, absortos ante
una situación que también les afecta. Parece que muchas personas hasta que no
han visto las movilizaciones bajo su ventana no se han dado cuenta de que esta
triste historia también iba con ellos. “Al andar removemos la tierra y
desenterramos la ilusión perdida. Tenemos que volver a
llenarnos de ilusión”, decía hace unos días Amparo, una ‘marchadora’ que llega
desde Zaragoza. Y también voy para responder a
todos aquellos energúmenos que han recibido a las marchas con insultos y
menosprecios. Muchos de estos, pertenecientes a esa tambaleante
clase media, quizá llamen a las puertas de la movilización dentro de unos meses
cuando se encuentren sin nada. Quizá ya sea tarde. Sin embargo, si las Marchas
de la Dignidad ponen en jaque al Gobierno y este se ve en la obligación de
echar marcha atrás con algunas de las injustas y represoras leyes que en los
últimos meses está aprobando, estos mismos que hoy se burlan de las marchas y
las critican, serán los primeros en beneficiarse.
Y me pregunto, ¿qué pasa con la gente decente, que todos los que
ni robamos ni estafamos?¿Tenemos
que perder toda la dignidad, quedarnos sin casa, cobrar un salario basura y no
tener ni para comer para que los mangantes, los
sinvergüenzas, los chorizos de este país puedan seguir acumulando riqueza y
poder? ¿Tenemos
que rendirnos para que los banqueros sigan recibiendo dinero público? No.
Dignidad. Dignidad. Que a muchas personas es lo único que les queda. Este
sistema atroz se lo ha robado todo. Pero podrán cortar todas las flores, pero no conseguirán detener
la primavera. Entre todas, juntas, unidas, lo recuperaremos. No
permitiremos que nos obliguen a vivir en la miseria.
P.D. Mientras algunos os quedáis en el sofá, mirando la tele,
sin preocuparos por nada más que por el partido de fútbol del sábado, el
presidente de la CEOE, Juan
Rosell, un malnacidoque
se embolsa más de 250.000 euros al año, ya ha anunciado la próxima medida por la que peleará la
patronal: los jóvenes menores de 35 años tendrán que cobrar por debajo del
salario mínimo. Seguid mirando la tele si queréis, pero yo me piro a Madrid.
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