El modelo de
aprendizaje cooperativo gana adeptos entre los docentes españoles. Esta forma
de enseñar potencia la interrelación entre los alumnos y su integración,
aumenta su motivación y su autoestima y les ayuda a retener mucho mejor los
conocimientos
“Está demostrado que con el aprendizaje cooperativo
los alumnos aprenden mucho más y mejor que con el sistema individualista”.
Anastasio Ovejero, catedrático de Psicología Social de la Universidad de
Valladolid, lo tiene claro. Pero no es el único. Cada vez son más los
profesores y profesoras que se decantan por esta metodología de aprendizaje
colaborativo y rechazan el sistema educativo tradicional, donde la jerarquía
prima y el profesor es como un dios omnisciente que brinda parte de sus
conocimientos a sus inconscientes alumnos. “En el modelo cooperativo cobra importancia la relación
alumno-alumno, ya que en el aprendizaje más tradicional se
niega. Aquí se reconoce y se potencia”, explica Javier Gómez, profesor de
Tecnología en el IES Gómez Moreno de Madrid. Este docente, defensor tenaz de
este modelo educativo, imparte sus clases de forma colaborativa. “La relación profesor-alumno se
desdibuja, el docente coordina, planifica y corrige las
actividades, pero no dicta todos los conocimientos”, añade.
Hasta ahora, el sistema educativo más común
era el individualista, que aunque no se reconoce como tal, sí
se entiende como aquel que premia personalmente a los
mejores alumnos en
detrimento de los que se quedan por detrás. Es decir, en este modelo
tradicional las personas aprenden de acuerdo a sus posibilidades personales,
dejando atrás a los más desfavorecidos, ya sea por su nivel cognitivo, por las
pocas posibilidades que ofrece su entorno sociocultural, por la poca capacidad
adquisitiva de materiales o libros… Es, sin duda, un modelo muy injusto desde el
punto de vista de la equidad, pues beneficia a quienes tienen
más facilidades, especialmente a aquellos que tienen mejor estatus en
detrimento de quienes están en peor situación social.
Sin embargo, el aprendizaje colaborativo,
que poco a poco va ganando adeptos, está orientado a la generación de
conocimiento y mutuo compromiso de los participantes. Surge
como respuesta necesaria a la mejora educativa, ya que promueve la construcción
de conocimiento porque obliga a activar el pensamiento individual, a buscar la
forma de investigar, sea de manera independiente o en grupo, y promueve valores
en forma semiconsciente como la
cooperación, la responsabilidad, la comunicación, el trabajo en equipo,
así como la autoevaluación individual y de los compañeros. “Por eso, este
proceso de enseñanza considera algo secundario los hechos y teorías, buscando
más el desarrollo del pensamiento crítico en los alumnos y del uso de
estrategias de razonamiento de nivel superior”, indica el investigador Gustavo
Aristimuño.
El objetivo, por tanto, es crear personas
críticas, que puedan apropiarse de
la información, examinarla, evaluarla y aplicarla de manera adecuada, algo que,
desgraciadamente, queda muy descuidado en el sistema tradicional, donde se
prima la memorización de conocimientos para, más tarde, volcarlos en un examen,
sin apenas rigor crítico y correlación alguna. Conocimientos que, a la postre,
se olvidan apenas se escriben en el papel.
“De hecho, una de las grandes ventajas de este sistema es que los conocimientos se adquieren
de manera más permanente”, reconoce Javier Gómez. “Es más,
algunos años después he coincidido con alumnos que ya no solo recordaban el
procedimiento que seguía en mis clases, sino también muchos contenidos”,
afirma. Por esto, la motivación de los alumnos se
eleva. Como bien reconoce Aristimuño, “las experiencias de
aprendizaje cooperativo favorecen actitudes más positivas hacia las materias y
hacia la educación general y una motivación más firme para el aprendizaje”. A
su vez, los autores que han estudiado este tema han llegado a la conclusión de
que cuanto mayor es el grado de involucramiento de los estudiantes en su
experiencia de aprendizaje, más probable es que lleguen a graduarse, es decir,
se aburren menos y se interesan más por los conocimientos que adquieren.
A su vez, los estudios concluyen que el trabajo con los propios
compañeros es el mejor sistema de apoyo para aumentar los logros de los
estudiantes. De hecho, este es uno de los principios más importantes de la
psicología social: el trabajo en conjunto para
alcanzar objetivos comunes produce logros superiores y mayor productividad que
el trabajo individual. Por tanto, los defensores del
aprendizaje cooperativo apuestan por recurrir a él “cuando son importantes los
objetivos del aprendizaje, cuando se busca privilegiar la destreza y la
retención, cuando la tarea es compleja o conceptual, cuando hay que resolver
problemas o se desea que haya pensamientos divergentes o creativos, cuando se
espera un desempeño de calidad y cuando se necesitan estrategias de razonamiento
y pensamiento crítico de nivel superior”, matiza Aristimuño.
El papel del docente
Aunque como se indicaba al principio el docente pierde el
peso jerárquico de antaño, su papel sigue siendo vital
para guiar el proceso educativo de los alumnos. Por ello, debe
procurar que el estudiante sea capaz de diagnosticar sus propias carencias y
necesidades formativas y que, a su vez, sea capaz de responder a esas lagunas o
de poner al menos las pautas que le llevaran a resolver sus vacíos. Por esto,
el profesor ha de ayudar al alumno a conocerse y a aceptarse a sí mismo,
valorando positivamente sus necesidades y competencias para trazar un plan de
acción.
Igualmente, ha de localizar los gustos e
intereses de sus alumnos para
guiar por ahí su método de aprendizaje, generando así una actitud positiva que
fomente su interés por la formación. Es decir, hay que volver a la
mayéutica socrática para,
mediante la inducción, llevar a los alumnos a la resolución de los problemas
que se plantean por medio de hábiles preguntas cuya lógica ilumina el
entendimiento. Si los alumnos consiguen llegar por sí mismos a unas
conclusiones generales a partir de las actividades prácticas que realicen, esos
conocimientos adquiridos quedarán mucho más fijados en su mente. Porque no se
memorizarán, sino que se comprenderán y se asimilarán.
El profesor ha de ser capaz también de
anteponer el “nosotros” al “yo”. Cada
miembro del grupo debe tener muy claro que sus beneficios son para todos, y que
sin el beneficio del resto, no habrá reconforte personal. Con esto, se crea un
importante compromiso hacia otras personas. Por tanto, el buen funcionamiento de este
aprendizaje colaborativo radica en el apoyo mutuo, es decir, en
que quienes aprendan, se aseguren a su vez de que los otros compañeros aprenden
y se esfuerzan al máximo.
Además, como por encima de todo está el grupo, el aprendizaje cooperativo
potencia la integración en el aula. Normalmente, el diferente
siempre se siente rechazado: El inmigrante, la persona con discapacidad, el
homosexual o incluso los más inteligentes. “El profesor ha de ser quien
conforme y planifique los grupos para unir en el mismo a personas de diferente
sexo, origen geográfico, religión o capacidad intelectual”, explica Javier
Gómez. Con esto, neutralizas las carencias que las personas que conforman el
grupo puedan tener por separado. “Si no es así, surgen grupos de afinidad muy
marcados: los inmigrantes de un mismo país se ponen juntos; las chicas por un
lado y los chicos por otro… Por eso es
tarea del profesor hacer que se superen estos prejuicios”,
añade.
Esta interacción estimula a los estudiantes ya no solo durante
las clases, sino también fuera del colegio. Sin duda, “influir en los esfuerzos
del otro para alcanzar los objetivos del grupo motivándoles para buscar un
beneficio mutuo, compartir conclusiones y razonamientos para la toma de
decisiones correcta y actuar de forma confiada y confiable disminuye el estrés
y la ansiedad”. Sin olvidar que este modelo de aprendizaje
elimina gran parte de los conflictos, “pues si todo va bien los
alumnos más disruptivos se integran también en el grupo, tienen una función
mucho más activa de la que tendrían en una clase tradicional, aprenden más y,
en consecuencia, no interrumpen tanto el aprendizaje de los demás”, matiza
Gómez. En resumen, no mejora un solo alumno, sino que mejoran todos.
Y no es ‘antisistema’
Aunque algunos psicólogos y educadores han catalogado de
anticapitalista este sistema educativo, la mayoría de los expertos afirma lo
contrario. Se podría decir que es complementario, que va más allá y que lo que
hace es dar un salto meramente evolutivo. “No va en contra del sistema
capitalista, de hecho cada vez menos empresas apuestan por el individualismo
para resolver sus conflictos y problemas”, matiza Javier Gómez.
Y está en lo cierto, pues la cooperación y la creatividad son dos valores que
poco a poco ganan peso a la hora de resolver los problemas que genera este
sistema económico. En cambio, sí que choca con el
individualismo, es decir, con aquellos que defienden la
independencia y la autosuficiencia de la persona por encima de todo. En este
sistema de aprendizaje el colectivo está por encima del individuo. “Quizá eso
es lo menos habitual, aun así va a costar superar al modelo tradicional”,
reconoce.
Parte del artículo publicado en el número 189
de ‘Entre
Estudiantes’
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