Hasta la década de
1970, la soberanía alimentaria aportaba alimentos suficientes a todo el
continente africano. Desde entonces, sus gobernantes han decidido vender
gran parte de su territorio a las multinacionales europeas y estadounidenses
que han implantado los monocultivos y la producción de alimentos transgénicos.
Como consecuencia de ese expolio incontrolado, hoy más de 223 millones de
africanos pasan hambre y 413 millones viven por debajo del umbral de la pobreza
El problema del hambre en África tiene solución, pero no interesa a
gobiernos y multinacionales, que intentan esconderlo a través de los medios de
comunicación, donde nos aseguran cada vez con más ahínco el crecimiento
económico del continente negro. Sin embargo, el hambre sigue asolando a la
mayor parte de su población. Por tanto, ¿qué está ocurriendo? Los indicadores
macroeconómicos son brillantes: 20 países africanos copan la lista
de los 25 países que más han crecido entre 2008 y 2013, pero uno de cada tres
pobres del mundo sigue siendo africano y los niveles de
desnutrición han alcanzado el récord absoluto de 223 millones de seres humanos
en el continente. Además, 413 millones de africanos viven
todavía hoy en situación de pobreza, lo que equivale a más de la
tercera parte de su población.
La principal explicación de esta grave situación se debe a que la riqueza
se concentra de forma desproporcionada en muy pocas manos, perjudicando así al
grueso de la población. De hecho, África es la segunda región más desigual del
planeta, solo por detrás de América Latina. Si no hay cambios significativos en
el reparto de la riqueza, en la próxima década el 20% de la población africana
podría estar atrapada en la pobreza extrema. Pero, ¿siempre ha sido así?
Las hambrunas siempre han existido en el continente africano. Sin embargo,
estas no han sido motivo de la desaparición de los alimentos, sino de su
concentración en muy pocas manos. Aun así, hasta los años 70 del siglo pasado
todos los países eran autosuficientes y practicaban sin mayores problemas la soberanía alimentaria.
¿En qué consiste?
Se entiende por soberanía alimentaria al derecho de los pueblos a decidir e
implementar sus propias políticas y estrategias agrarias y alimentarias para la
producción y distribución sostenible de alimentos que garanticen una
alimentación sana, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus
propias culturas y la diversidad de modelos campesinos, pesqueros e indígenas
de producción agropecuaria, comercialización y gestión de recursos sin
discriminación por razones de sexo, edad, etnia o de otro tipo. En definitiva,
la producción y el cultivo de los alimentos necesarios para alimentar
correctamente a su población y para fomentar el comercio local. Sin embargo,
África importa hoy más del 25% de su comida.
Este cambio radical en apenas cuatro décadas se debe a la venta de tierras
de cultivo a diversas multinacionales. La tierra fértil es un recurso cada vez
más escaso en África y, por ejemplo, solo en 2008 más de 32 millones de hectáreas de
terrenos subsaharianos fueron adquiridos por inversionistas
extranjeros. Aun así, desde 2009 la política de los gobiernos africanos ha
cambiado un poco, y desde entonces más de la mitad de los países de África
Central y Occidental ha revisado o creado al menos un marco jurídico nacional
en materia de derechos sobre la tierra para las poblaciones locales. Y es que
reconocer derechos sobre la tierra a estos pequeños productores puede favorecer
ya no solo el desarrollo económico a largo plazo, sino la conservación del
medio ambiente y la paz.
El negocio de las multinacionales
Pero por desgracia, durante décadas las multinacionales han expoliado gran
parte de las tierras del continente. Por ejemplo, solo en 2007 Mozambique cedió
cinco millones de hectáreas para cultivar jatrofa, una
planta que se usa en la producción de agrocombustibles y que desertifica el
suelo, mientras que, en ese mismo periodo, tuvo que importar el 50% de los
alimentos que consumió. Esta situación se repite en toda el África
subsahariana, que contempla atónita como sus tierras se convierten en
monocultivos para la exportación. Una vez que inversionistas y multinacionales
adquieren las tierras estas se utilizan para la producción intensiva a gran
escala, especialmente para producir biocombustible.
El otro pilar de este expolio de tierras se sustenta en los productos transgénicos.
Con el beneplácito de gobiernos como el de Obama, empresas como Monsanto, Diageo o Dupont copan el mercado en
continentes como el africano, donde están privatizando toda la alimentación, ya
que solo se pueden comercializar sus semillas. Debido a la salvaje intervención
de estas empresas transgénicas, el 75% de la diversidad genética
agrícola se ha perdido en los últimos años. Históricamente, el ser
humano ha utilizado para sus necesidades entre 7.000 y 10.000 especies. Hoy,
solo se cultivan unas 150 y doce de ellas representan más del 70% del consumo
humano. De hecho, los pequeños agricultores africanos se endeudan con Monsanto
por la compra de semillas transgénicas y herbicidas muy tóxicos –y son multados
si usan sus propias semillas-. Finalmente, no les queda más remedio que
cultivar los nocivos alimentos transgénicos que, aunque se han prohibido en
toda Europa (excepto en España),
siguen estando a la orden del día en EEUU. De hecho, Obama es el presidente que más ha protegido a estas
empresas y el que más transgénicos ha aprobado en EEUU desde la
alfalfa y la remolacha azucarera hasta la soja, el maíz o el algodón.
Pero no son solo empresas estadounidenses, algunas como la española García
Carrión tienen reservas inmensas de territorio en países
como Ghana para implantar el monocultivo. Pero la concesión de tierras a
grandes empresas no es exclusiva de Europa o EEUU, sino que también llega a
empresas de Indonesia, India, Singapur o Malasia. Este nuevo colonialismo
corporativo, del que solo se benefician multinacionales y gobiernos
–dictatoriales en muchos casos- es lo que la Unión Europea, Estados Unidos y
Asia tienen en mente para el continente africano. En definitiva, estrategias
económicas que significan mayores ganancias para unos pocos y mayor sufrimiento
y éxodo para la mayoría.
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