El gobierno quiere
aprovechar su mayoría absoluta para aprobar una reforma electoral que daría
plenos poderes a la lista más votada de cada ayuntamiento
Desde tiempo inmemorial, ha sido estrategia gubernamental aprobar o al
menos presentar duras reformas durante el periodo estival. Se creen que con
sol, baño y descanso los golpes duelen menos. Algo así debió pensar Mariano
Rajoy cuando a finales de julio hizo pública su propuesta de modificar la ley
electoral para impulsar la denominada elección directa de alcaldes. Durante el
último mes, el debate ha sido constante, pero el Gobierno apenas ha argumentado
en qué consistirá esta reforma que, aunque ellos la presentan como una medida
de regeneración democrática, a cada vez más personas le parece un paso atrás en
cuanto a control ciudadano se refiere. A grandes rasgos, esta medida defiende que
debiera ser alcalde la persona más votada porque, según sus argumentos, no es
razonable que un partido pueda quedar cercano a la mayoría absoluta y, sin
embargo, perder la alcaldía por la unión del resto de formaciones. Para lo que
Rajoy es una injusticia, para muchos analistas no es más que democracia.
Con esta polémica medida, Rajoy hace visible las dificultades que tiene el
Partido Popular para negociar y llegar a acuerdos tácitos con otras formaciones
políticas. En lucha constante –aunque testimonial en muchos casos- con PSOE y
UPyD y en enfrentamiento ideológico directo con Izquierda Unida y Podemos, el
PP se encuentra solo ante el peligro, escorado a la derecha, y con ningún apoyo
que pueda asegurarle una mayoría que serviría para seguir impulsando las
reformas y privatizaciones que tanto están afectando a la ciudadanía.
A pesar de la oposición generalizada, el Gobierno popular se muestra firme
en su intención de aprobar la reforma aun sin el apoyo del resto de
formaciones. El auge de Podemos que está desbancando el monopolio bipartidista
de PP y PSOE asusta a los dos grandes porque, aunque los socialistas se oponen
ahora a la reforma propuesta por el Ejecutivo, la defendieron tiempo atrás y,
les guste o no, también saldrán muy beneficiados, al igual que los partidos
nacionalistas. Sin duda, los grandes perjudicados serán UPyD, Izquierda Unida y
Podemos, fuerzas minoritarias en auge, especialmente la encabezada por Pablo
Iglesias, y llamadas a tener la llave de gobierno en muchos ayuntamientos de
España en las elecciones municipales de 2015.
Por eso, no cabe duda de que convertir en alcalde al cabeza de la lista más
votada, otorgándole una mayoría absoluta “a capón” supondría dinamitar el sistema
de representación proporcional que rige todas nuestras instituciones, un
sistema que tampoco es justo y que debería ser reformado hacia delante, no
hacía atrás como pretende Rajoy. Y es que su reforma equivaldría a convertir en
votantes de segunda a quienes no estén dispuestos a pasar por el aro del
bipartidismo. Es decir, con esta medida el Gobierno intenta castigar a la
ciudadanía que ha optado por romper con el modelo PP-PSOE y obligarles a volver
a esa supuesta senda que nunca debieron abandonar, dirigida por un nutrido
grupo de corruptos, que trabaja más por su bienestar personal que por el bien
común de la ciudadanía. Si la reforma se aprueba, apoyar a partidos como
Izquierda Unida, UPyD, Podemos o cualquier candidatura local independiente sería
poco menos que tirar el voto.
Si al menos se hablara de elecciones primarias o de listas abiertas, el mal
podría ser menor, sin embargo todo parece indicar que será la cúpula quien
elija al número uno de cada formación y que la ciudadanía tendrá que votar una
lista cerrada, sabiendo de antemano que gobernará la que tenga más votos,
aunque apenas supere el 40% de apoyo. Es decir, el hecho de que los alcaldes
puedan ser elegidos por mayoría simple es una aberración porque empeora todavía
más el sistema actual desde un punto de vista democrático, pues podría obtener
la alcaldía una fuerza que tuviese un rechazo mayoritario.
¿Por qué esta reforma?
En febrero de 2013, Mariano Rajoy aseveró que no aprovecharía su mayoría absoluta
para modificar la ley electoral: “Todos los sistemas electorales son
opinables y discutibles, y por supuesto que se puede modificar la ley electoral
española, pero lo más importante es que cualquier modificación se haga con un
gran consenso”, dijo entonces. “Yo nunca modificaré la Ley Electoral por
mayoría”, concluyó. Año y medio después, tras el batacazo del bipartidismo en
las elecciones europeas y el gran despegue de Podemos, la estrategia del
presidente parece haber dado un giro de 180 grados. Ya no se esconde: Su
objetivo es sustentar el sistema bipartidista para poder seguir adelante con
las reformas que impone Europa.
No cabe duda que con el auge de Podemos y del resto de formaciones
minoritarias, el PP ve peligrar la privatización de servicios públicos en los
municipios, una estrategia que ha sustentado y justificado el resto de reformas
a nivel nacional y que ha tenido por protagonista a servicios como el de
recogida de basuras o el de suministro de agua. Perder el poder local podría
dar marcha atrás a estas impopulares privatizaciones. Por eso, reforzar la ley
en su propio beneficio no solo dejaría al PP vía libre para seguir adelante con
las reformas, sino que también evitaría el control fiscal de la oposición y
blindaría la posibilidad de plantear mociones de censura o revocatorios. En
definitiva, lo que quiere el PP –y probablemente el PSOE aunque intente
disimularlo- es que el sistema funcione con los menores riesgos posibles. Por
eso, es responsabilidad de toda la ciudadanía mostrar su rechazo ante esta
injusta reforma que pone en peligro la sana pluralidad y restringe sobremanera
el juego democrático de nuestro país.
Publicado en Melior.is
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