Rusia posee las mayores reservas mundiales de gas. La Unión Europea depende de ellas, pero no quiere hacerlo por mucho tiempo, pues Estados Unidos no ve con buenos ojos el crecimiento económico del gigante euroasiático. Por eso, Bruselas proyecta el gasoducto Caspio-Italia, una obra gigantesca y multimillonaria que ya está creando conflictos en las regiones que atraviesa. Y todo ello con un doble trasfondo: los negocios energéticos con el corrupto Azerbaiyán y la peligrosa técnica del fracking dentro de nuestras fronteras
En 2006 el conflicto entre Rusia
y Ucrania provocó el corte del suministro de gas a Europa. En ese momento, la
UE se percató de la absoluta dependencia que tenía del gas ruso, una
dependencia que será mayor según vayan disminuyendo las reservas de petróleo en
el mundo. Por eso, todo parece indicar que la geopolítica mundial empieza a
girar en torno a Rusia, que renace como nueva superpotencia energética.
Actualmente, el gigante euroasiático tiene
más reservas de gas natural que cualquier otro país del mundo. Además,
posee la segunda mayor reserva de carbón y el octavo lugar en reservas de
petróleo. Y desde 2012 pelea con EEUU y Arabia Saudí por ser el mayor productor
de petróleo del mundo con más de 10,5 millones de barriles diarios.
Pero, como bien auguran todos los
expertos, el petróleo no es la fuente energética del futuro. Hay que buscar
alternativas y, en ese campo, Rusia también es el número uno. Hoy en día es el
mayor productor de gas natural –con el 22,3% de la producción mundial- y
también el mayor exportador. Por eso, Rusia sabe que su futuro es muy
relevante, tanto que para
2025 será una de las cinco superpotencias del mundo, superada solo por
China, EEUU, la Unión Europea y Japón. Sabe que juega con ventaja.
Sin embargo, EEUU y Europa no se
lo van a permitir. La UE dice que no quiere depender del gigante ruso, y como
las reservas domésticas de la UE disminuyen año tras año está buscando
alternativa. La principal baza es el gasoducto
Caspio-Europa que pretende llevar gas desde el Mar Caspio hasta Italia, a
través de cuatro tramos que conformarán una inmensa infraestructura de más de
4.000 kilómetros. Como era de esperar, antes de empezar su ejecución ya han
surgido los problemas. Rusia e Irán, que consideran lago al Caspio, se
benefician de su explotación desde 1921. Sin embargo, Kazajstán y Azerbaiyán lo
consideran un mar, por lo que su explotación debería regirse por la legislación
internacional marina. Primer conflicto servido.
Negocios con una dictadura
Aun así, si no se pudiera cruzar
el Caspio, no habría mayor problema, pues el principal proveedor de gas del
proyecto sería Azerbaiyán y 26 pozos de explotación que podrían suministrar
hasta 16.000 millones de metros cúbicos de gas al año (la mitad del consumo
anual español). Pero, ¿qué significa negociar con Azerbaiyán? Gobernado desde
1991 por la dinastía familiar de los Aliyev, esta república caucásica está
considerada como uno
de los países más autoritarios y cleptocráticos del mundo. Es más, en 2012
fue nombrado país “corrupto del año” por la ONG Transparencia Internacional.
Con este bagaje dictatorial, es comprensible que su gobierno quiera lavarse la
cara ganando
Eurovisión, como ocurrió en 2011, o patrocinando equipos de fútbol como el
Atlético de Madrid.
Pero los favores parecen no haber
hecho más que empezar. Pues, por ejemplo, Azerbaiyán ha presidido el Consejo de
Europa desde mayo. Por ende, es lamentable que un país donde hay más de un
centenar de presos políticos y donde apenas se hacen esfuerzos para aplicar
normas para proteger la democracia o los derechos humanos, pueda convertirse
próximamente en uno de los mayores aliados gasísticos de Europa. Sin embargo, lejos de escuchar los gritos de
los opositores al régimen de los Aliyev, Europa y Estados Unidos, que apoya
incondicionalmente el gasoducto, alaban a la opresora dinastía. Pero para
Occidente, negociar con el gas azerí y turco –pues la ‘tubería’ cruzaría
Turquía de este a oeste- serviría para impulsar la economía de estos dos países
en detrimento de Rusia y China.
Rusia conoce perfectamente la
jugada y Putin, en su descontrolado afán anexionista, ha anunciado que el Cáucaso
es la región que más le interesa para poder controlar desde Moscú. Sin embargo,
la UE ya se ha pronunciado y ha manifestado que frenará cualquier intento de
Rusia de interferir en la región y, especialmente, “en el Corredor de Gas del
Sur”. Y es que, a pesar de los recortes y de la difícil situación por la que
pasan las arcas públicas europeas, este macroproyecto se ha catalogado ya de
“interés común” para toda la Unión y a él se van a destinar miles de millones
de euros en los próximos años. Una vez más, las directrices de EEUU, que pide
reducir la dependencia gasística de Europa con Rusia, son fielmente respetadas
por Europa. El único motivo por el que construir una obra tan cara y colosal
como el gasoducto Caspio-Italia es debilitar a Moscú como potencia mundial,
aunque este propósito perjudique a millones de ciudadanos europeos y rusos y
desencadene conflictos en regiones fronterizas e incluso internas, pues en el
norte de Italia ya han surgido plataformas ciudadanas que se oponen
vehementemente al proyecto.
El fracking en el punto de mira
Y todo esto con España de fondo, pues
ha sido el país
elegido para convertirse en el nuevo distribuidor de gas cuando la UE
decida ‘independizarse’ de Rusia. ¿Del gas procedente de África? Sí. Pero
también como “almacén” del gas estadounidense que, como siempre, será el gran
beneficiado del conflicto. De hecho la “Iniciativa Global de
Gas de Esquisto” de EEUU está en plena búsqueda de mercados para vender el
gas extraído de las rocas. Está técnica que suena tan prometedora esconde el
problemático, contamínate y peligroso fracking
o fractura hidráulica que tanto está dando
que hablar en los últimos meses. España ya ha firmado acuerdos con estas
empresas estadounidenses para exportar y almacenar gas durante los próximos 25
años. Además, y para más inri, el gobierno de Rajoy ya manifestó su apoyo total
a esta peligrosa técnica y el Congreso, hasta en dos ocasiones y gracias a su
mayoría absoluta, avaló que España se convierta en un país productor de gas
mediante fracking.
En definitiva, el conflicto está
servido. Una vez más, los ciudadanos nos convertimos en marionetas que vamos de
un lado a otro a causa de los vaivenes de las superpotencias y de las
decisiones de nuestros políticos, más preocupados en contentar a las grandes
multinacionales energéticas que en ayudar a su empobrecida ciudadanía.
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