A pesar de las discusiones que sigue provocando
la noviolencia entre sus partidarios y detractores, esta forma de resistencia
se ha convertido en un estilo de vida para muchos activistas que se inició con
victorias tan relevantes como las impulsadas por Gandhi o Luther King. Hoy en
día, la lucha contra los desahucios o el movimiento en contra de la reforma del
aborto son dos claros ejemplos de que esta estrategia funciona
“Las revoluciones noviolentas han tenido más porcentajes de éxito que las
violentas”. Así lo afirma Jesús Castañar, autor de Teoría e Historia de la Revolución
Noviolenta. Sin duda, su aseveración resume una de las discusiones
que la izquierda revolucionaria ha tenido siempre y que oscila entre la
legitimidad del uso de la violencia o la eficacia de las estrategias
noviolentas para conseguir los fines que persigue. Toda la historia de logros
del movimiento obrero y de los movimientos sociales podría reducirse a este
dilema.
Hoy jueves, 2 de octubre, se celebra el Día de la No-Violencia. El porqué
de esta fecha se debe a que coincide con el aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la
Independencia de la India y pionero de la filosofía y la estrategia de la
“noviolencia”. Traducido literalmente del sánscrito ahimsa (a- como partícula
negativa y ‘himsa’, violencia, es decir, fuerza que causa daño), este concepto
de noviolencia, fundamental en la religión jaimista y muy importante en la
budista, fue introducido en Occidente por Gandhi para conectar la filosofía
religiosa con sus necesidades políticas revolucionarias igual que había hecho
su maestro León Tolstói al
vincular su pacifismo cristiano con una acción revolucionaria sin violencia
basada en la desobediencia. Fue entonces cuando desde ámbitos activistas se
acogió esta grafía para distanciarse de la mera idea de la negación de la
violencia.
La noviolencia en España
España siempre ha sido un país donde la noviolencia ha tenido muy buena
acogida e importantes victorias. En los últimos tiempos, la capacidad de
movilización, así como la creatividad y originalidad de sus acciones ayudaron a
renovar por completo las herramientas de acción y agitación de los movimientos
sociales y su legado noviolento sigue estando muy presente en las
manifestaciones del 15M, las diferentes mareas por la sanidad y la educación
públicas y, especialmente, en las acciones de la PAH y su #StopDesahucios.
Quizá la próxima acción colectiva noviolenta se vea en Cataluña el próximo 9 de noviembre,
día en el que se ha convocado el referéndum por el derecho a decidir y que,
ipso facto, fue prohibido por el Tribunal Constitucional. Si CiU, ERC y el
resto de fuerzas que defienden la consulta deciden instalar las urnas y llamar
a la ciudadanía a participar, estaremos ante un claro ejemplo de desobediencia
civil.
Pero, sin duda, y como bien recoge Castañar en su libro, esta discusión
sobre desobediencia civil y noviolencia se vio renovada y potenciada en España
“con la irrupción de un potente movimiento antimilitarista y la campaña de
insumisión en los años ochenta y noventa”. La campaña de insumisión como tal
fue una estrategia de desobediencia civil tanto al servicio militar obligatorio
como a la prestación social sustitutoria que, formalmente, comenzó el 20 de
febrero de 1989 y que no concluyó hasta el 31 de diciembre de 2001, fecha en la
que se suspendió el servicio militar en todo el país.
A pesar de que fueron muchas las organizaciones que apostaron por este
objetivo, fue el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC),
una organización antimilitarista y con una filosofía revolucionaria de la
noviolencia quien diseñó las pautas principales de esta larga campaña, aunque
también es cierto que el propio MOC nació en torno a esta campaña de
desobediencia civil, pero sobrevivió al fin del servicio militar obligatorio –y
todavía resiste- como una forma de lucha contra la militarización en otros
muchos aspectos de la sociedad. Estos movimientos bebían de autores y
experiencias de distintos países, se inspiraban en Gandhi y hacían suyos los
valores de otros movimientos coetáneos como los que rechazaban las guerras de
Argelia y Vietnam en Francia y EEUU.
Aun así, el antimilitarismo contaba con una larga tradición en España, ya
que a lo largo del siglo XIX había arraigado en la lucha contra el sistema de
reclutamiento conocido como quintas. Ese modelo permitía librarse del servicio
militar a las clases adineradas mediante el pago de un sustituto. Más adelante,
durante la Segunda República, surgieron algunos grupos pacifistas como la Orden
del Olivo o la Liga de Refractarios a la Guerra e incluso se llegó a poner en
marcha una campaña de insumisión al servicio militar de carácter netamente
antimilitarista.
La noviolencia en Gandhi
El filósofo estadounidense Henry David Thoreau fue el primero que
teorizó sobre la resistencia pasiva y la desobediencia civil. Según él,
únicamente la responsabilidad individual puede guiar el destino de la
humanidad, que en ningún caso debe someterse a la autoridad de un gobierno
civil. Encarcelado por no pagar sus impuestos, Thoureau afirmaba que “bajo un
gobierno que encarcela injustamente, el lugar del hombre justo está en la
cárcel”.
Gandhi conoció las obras de Thoreau en su paso por la cárcel en 1908.
Curiosamente, también había sido encarcelado por negarse a pagar los impuestos
que el gobierno sudafricano cobraba a los indios. Así que decidió estudiar las
teorías del filósofo estadounidense, influenciadas asimismo por textos sagrados
hindúes y budistas. De todos modos, Gandhi nunca renunció del todo al uso de la
fuerza: “Preferiría que la India defendiera su honor por la fuerza de las armas
que no que asistiera exánime y sin defenderse a su propia derrota, sin embargo,
ello no quita que yo crea que la noviolencia es infinitamente superior a la
violencia y que la clemencia es más noble que el castigo”.
Aun así, con el paso del tiempo comprende que la fuerza no es más que la
guerra que cada uno debe desencadenar en sí mismo. Por eso, defendiendo la
verdad y no haciendo sufrir al adversario, sino sufriendo en sí mismo, Gandhi
apoya que no se renuncie en ningún caso al uso de la fuerza, pero milita por
una “fuerza anímica” que mantenga intactos los cuerpos: “La no violencia no
consiste en renunciar a la lucha real contra el mal. La no violencia, tal como
yo la concibo, es por el contrario, frente al mal, una lucha más activa y más
real que la ley del talión, que por su propia naturaleza desarrolla la
perversidad”. Sus huelgas de hambre o la popular Marcha de la Sal en
contra del impuesto que el Gobierno Británico imponía a este producto, ya que
la producción de sal era monopolio del gobierno, fueron clave de cara a
conseguir la independencia de la India.
La evolución de Luther King
La historia de la lucha de liberación de los afroamericanos estuvo marcada
por la violencia desde las primeras revueltas del siglo XVII, y de Nat Turner a
Marcus Garvey o Malcolm X la insurrección
armada aparece como una opción privilegiada. La iglesia cristiana afroamericana
se opone al uso de la violencia y de ella se erige la figura del pastor Martin Luther King, un teólogo del amor
cristiano que prohíbe hacer al prójimo lo que uno no quisiera sufrir en su
propia carne.
Sin embargo, Luther King nunca fue dogmático y en realidad su conversión a
la no violencia data de la experiencia política que vivió en 1955-1956, cuando
organizó el boicot de los negros a los autobuses de Montgomery en respuesta a la detención de Rosa Parks,
culpable de haberse negado a ceder su asiento a un blanco en un autobús. Al
comprobar la eficacia de esta forma de lucha (el púlpito y la calle), formula
acto seguido su teología de la resistencia pasiva.
El descubrimiento de la obra de Gandhi representó para él un avance notable
hacia la reconciliación del cristianismo con el reformismo social. En su
autobiografía, recuerda que se disponía a renunciar al pacifismo cristiano
cuando se percató de la fuerza del mensaje de Gandhi y su pertinencia para la
emancipación de los negros de EEUU. En 1958, de vuelta a EEUU tras una
peregrinación en la India, escribe: “A medida que pasaban los días, la doctrina
cristiana del amor al prójimo, puesta en práctica por el método de la no
violencia que enseñó Gandhi, se convirtió en una de las armas más temibles de
que disponían los negros […] La filosofía de la no violencia de Gandhi es el
único método moral y concretamente válido para los pueblos oprimidos que luchan
por su libertad.”
Sin embargo, la evolución y eficacia de la noviolencia impulsada por Luther
King vino de la mano de la televisión. La entrada de este electrodoméstico en
los hogares estadounidenses desempeñó un papel determinante en el resultado de
la campaña por los derechos civiles que los afroamericanos habían impulsado en
el sur. La muchedumbre racista y hosca del sur aparece en las pantallas como
una horda salvaje: las imágenes de mujeres y hombres jóvenes negros desarmados,
barridos por los cañones de agua a presión contra incendios y los furiosos
perros de la policía en Birmingham en 1963 turban
a todo el país, incluida la Casa Blanca. La entrada de la violencia en el
espacio mediático provoca el rechazo del público. La imagen de la injusticia
hace que el telespectador se sienta incómodo y, por tanto, inclinado a pesar de
sus ideas a simpatizar con los manifestantes pacifistas.
En definitiva, son cientos los ejemplos de actos de noviolencia y
desobediencia civil que han terminado con éxito en todo el mundo. El último,
sin duda, la lucha contra la reforma del aborto en nuestro país. Y es que, en
muchas ocasiones, responder con resistencia pasiva a la violencia que ejerce el
Estado o el sistema es la mejor solución para hacer más visible la injusticia
que se combate. La violencia engendra más violencia, por tanto, lo que se
obtiene mediante el uso de la fuerza solo se puede mantener mediante la
represión. Y, como bien dijo Gandhi, la única forma que tiene la humanidad de
liberarse de la violencia, es por medio de la noviolencia.
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