Angustia,
miedo, dolor, odio. To shoot an elephant refleja a la perfección la complicada
situación que se vive en la Franja de Gaza
Ayer
tuve la suerte, por decirlo de alguna forma, de ver este crudo documental en El
Eko. Disparar a un elefante (To shoot an elephant) es un reportaje
muy duro, centrado en la sangrienta situación que viven los palestinos de la
Franja de Gaza. Es un documental que transmite a la perfección la angustia de
casi un millón de personas que escucha diariamente cientos de aviones militares
sobrevolar sus cabezas. Bombas, sangre, víctimas, dolor, odio. Alberto Alce
consiguió con este espléndido trabajo sacar a la luz la terrible situación que
se vive en Gaza, un territorio olvidado por la Comunidad Internacional y donde
miles de personas mueren o malviven desde hace décadas ante el feroz ataque y
aislamiento a que les somete el Estado israelí y su ejército.
Sinopsis:
La
Franja de Gaza vive en estado de asedio desde junio de 2007, cuando Israel la
declaró una “entidad enemiga”. Un grupo de activistas internacionales impulsó
un movimiento, “ Free Gaza ” , que tiene como objetivo romper ese asedio.
Gracias a sus esfuerzos, y a pesar de la prohibición impuesta por Israel a
todos los corresponsales y trabajadores de ayuda humanitaria extranjeros de
cubrir y ser testigos directos de la “Operación Plomo Fundido”, un grupo de
voluntarios internacionales, miembros auto-organizados del International
Solidarity Movement, estuvieron presentes en Gaza el 27 de diciembre, en el
momento justo en que comenzaron los bombardeos. Junto a dos corresponsales
internacionales de Al Jazeera International, Ayman Mohyeldin y Sherine Tadros,
ellos fueron los únicos extranjeros que consiguieron escribir, filmar e
informar para varios medios de comunicación sobre lo que estaba sucediendo
dentro de la asediada franja palestina.
¿Eran periodistas? ¿Eran activistas? ¡A quién le
importa! Ellos se convirtieron en testigos. Ser periodista o ser cualquier cosa
depende de cómo tú lo sientas. Es una responsabilidad ética que te lleva a
compartir con un público más amplio lo que está pasando a tu alrededor. Será el
resultado de tu trabajo lo que te conducirá (o no) a una carrera como
periodista, no las presuposiciones o las etiquetas. Haz que se enteren. Haz que
los que tú quieres que escuchen, escuchen y sean conscientes de lo que tú estás
siendo consciente. Esto es ser periodista. Para ser testigo, con una cámara o
un lápiz, no es necesario tener un sueldo o una tarjeta que ponga “PRESS”.
Olvidad la neutralidad, olvidad la objetividad. No somos palestinos. No somos
israelitas. No somos imparciales. Sólo tratamos de ser honestos y contar lo que
hemos visto y lo que sabemos. Soy periodista. Si alguien me escucha, soy
periodista. En el caso de Gaza, ningún “periodista oficial” tenía autorización
ese 27 de diciembre para entrar (excepto los que ya estaban dentro), por lo que
nos convertimos en los únicos testigos, con todas las responsabilidades que eso
conlleva.
Yo siempre he entendido el periodismo como “una mano
encendiendo la luz en una habitación oscura”. El periodista es una persona
curiosa, un interrogador desagradable, una cámara y un lápiz rebelde que hacen
sentir incómodos a los que están en el poder. Ésta es la esencia de mi trabajo
en Gaza, cumplir un deber en el conflicto más narrado de la Tierra, donde, sin
embargo, nunca será contada la historia del asedio y del castigo colectivo que
Israel está imponiendo a toda la población en respuesta a los cohetes lanzados
por Hamas. Por ello, debía ser vivido tal como fue. Entré sigilosamente en
Gaza, a pesar de los intentos de Israel por impedirlo. Los que están en el
poder en Gaza nos “pidieron cortésmente” que nos fuésemos. Mi idea del
periodismo es eso. Cada gobierno del mundo debería sentirse nervioso cuando
alguien va por ahí, con una cámara o un lápiz, dispuesto a publicar lo que consiga
entender. Y todo ello por el bien de la información, uno de los más grandes
pilares de la democracia.
Esto es una película de “periodismo empotrado”.
Decidimos “empotrarnos” dentro de las ambulancias, abriendo un diálogo
imaginario con aquellos periodistas que se empotran dentro de las ejércitos.
Todo el mundo es libre de elegir desde qué lado quiere informar. Pero, en
muchas ocasiones, las decisiones no son imparciales. Decidimos que los civiles
que trabajan en el rescate de los heridos nos dan una perspectiva mucho más
honesta de la situación que para quienes su trabajo es disparar, herir y matar.
Preferimos médicos en vez de soldados. Preferimos la valentía de aquellos
rescatadores desarmados a aquellos que se alistan y que tienen experiencias tal
vez interesantes, pero moralmente rechazables. Es una cuestión de enfoque. A mí
no me interesan los miedos, traumas y contradicciones de aquellos que pueden
elegir quedarse en casa y decir no a la guerra.
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