Juan Diego Botto ha estrenado hoy 'Un trozo invisible de este mundo', una obra magistral donde la realidad supera toda ficción posible
Foto: elpais.com |
Hay días en los que la realidad te
mete un revés que te tira de espaldas. Cuando más crees estar viviendo la
calle, sintiéndola, pisándola, sucede algo que te hace ver por esa ranurita que
tras mucho esfuerzo has conseguido abrir en ese muro que encierra el ‘quebienvivimosaqui’
y demás paranoias propias de la enajenación más profunda. Alguien te llama y te
dice: Va, asómate. Y cuando tirando de audacia y valor te acercas a la pequeña brecha para intentar ver qué hay detrás, para ver ese infinito que parece que todos
obviamos por miedo al ostracismo más absoluto, sale el puño cerrado y seco de
un jugador de rugby que te golpea los dientes con furia mientras te tira de
espaldas. Mierda, la realidad es mucho peor de lo que esperabas, a que sí. Tanto
que muchos y muchas, tras ver la injusticia que esconde el muro del ‘quebienvivimosaquí’,
decide agachar la cabeza y pensar: ‘Pues tan mal no estamos’. Vamos a aguantar.
Total, Europa es ejemplo de democracia.
Por suerte, creo que cada vez somos
más los que nos atrevemos a levantarnos, aun con sangre entre los dientes, para
volver a mirar. Para intentar comprender lo que ocurre más allá de este Show de
Truman que tan bien nos han sabido vender. Juan Diego Botto es de esas personas
que ha sido capaz de mirar más allá. Y además, para nuestra suerte, ha sabido
contarlo junto a la magistral Astrid Jones y gracias a la soberbia dirección de
Peris-Mencheta. Irónico el escenario. El Matadero. El lugar perfecto para ver
una obra que obliga al espectador, a base de un valle de sonrisas y lágrimas, a
sacarse la máscara que no le permite ver la realidad. Quítate la máscara de
individuo. Empatiza. Siente. Crece.
Odio. Dolor. Despotismo. Amargura. Tristeza.
Más odio. Más dolor. Rabia. Asco. Vergüenza. Soy el puto afortunado que vive en
el ‘primer’ mundo y que no quiere ver la mierda que hay detrás del muro. Ese es
el gran problema. Pero el mundo existe. Está ahí afuera. Míralo de frente.
Resulta aberrante pensar que mientras viajas en el metro, pensando en qué vas a
escribir después del shock recibido, nadie, repito, nadie de todas esas
personas que van absortas en sus teléfonos móviles es capaz de pensar que, a
escasos metros de ahí, a menos de un kilómetro de mi ventana, hay una prisión ilegal
donde el Estado de Derecho, ese estado del ‘quebienvivimosaqui’ encierra a las
personas que ansían un papel que les permita pagar impuestos o acudir a un
hospital sin miedo a ser denunciada. Personas que ahora mismo estarán llorando
en sus celdas. Gritando. ¡Dama tang! ¡Dama marr!
Maldiciendo en algún idioma
ininteligible a nuestros oídos la maldita suerte que les llevó ahí. Esa maldita suerte que les
alejó de su hija, de sus amigos, de su tierra, de su vida. Esa maldita suerte
que les trajo a este país para, al final, reducir su identidad a un mero
número. 2001. No eres nada. ¿Derechos humanos? Pero ‘quebienvivimosaqui’.
Cárceles donde se encierra a gente que
no ha cometido delito alguno más que nacer con un color distinto de piel o con
un idioma diferente. Jódete, reprochan muchos. Pero es que no eres español. Es lo
que hay. Deambulas. Vas de calle en calle, de ciudad en ciudad, de país en
país. Nunca sabes cuándo podrás volver. Pero es que vienen a robarnos. A
quitarnos el trabajo. Y lo triste es que cuando consigues volver, casi siempre cabizbajo, nada es igual. Nadie
es igual. Todo fluye, nada permanece. Yo, yo, yo. Nada más importa. Has fracasado. Mi ciudad,
mi casa, mi país. Vete, desaparece, sal de aquí. ¿Dónde estoy? ¿Adónde voy?
Todavía más duro es ser migrante por obligación. Guerras, hambre, muerte, utopía. Todo va entrelazado.
El exiliado que sale de casa sin poder siquiera mirar atrás y abraza otra
tierra que enseguida le escupe, le empuja, le rechaza. Fuera. No eres de aquí.
¿Qué haces? Sal. No existes. No eres. Y cuando crees que puedes volver a ser, llega una “sacrosanta Transición” que te da la patada para volver a la cuneta
de la que nunca debiste intentar salir. ¿Para qué remover la mierda? “Diez está tan lejos
de infinito como dos”. No. Diez ya es más que dos. Ya está más cerca. Camina.
Sigo bloqueado. He intentado contar todo, pero creo
que no habéis podido entender nada. Ironía, humor, drama, exilio, migración. Esos son
los temas clave de la obra magistral que esta noche tuve la suerte de presenciar. Un relato que te lleva de bruces contra
el muro y te hace ver esa realidad invisible a nuestros ojos. Un matadero que
destroza nuestras mentes individualistas para ofrecer una solución colectiva y
justa al caos que nos rodea. Método acertado. Pues hay historias que entran
mucho mejor por los sentimientos que por la razón. Porque por más que nos lo
quieran vender, no somos números. Samba era el 3106. Y murió sola, agarrada a
una mano desconocida, que ni siquiera la entendía, mientras expiraba llamando a
su pequeña a la que nunca más pudo volver a ver. Nalingi yo mingi...
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