Foto: Jonan Basterra |
Hace menos de un mes, Mariano Rajoy se paseaba tranquilo por las calles de Nueva York, puro en boca, después de alabar a los millones de españoles que decidían no salir a la calle para protestar contra las salvajes medidas de ajuste que está adoptando su Gobierno. “No se les ve, pero están ahí. Son la inmensa mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Son personas que sufren, que pasan por dificultades enormes, que hacen frente a muchos problemas”, dijo Rajoy. Son personas sumisas, calladas, que no se quejan y que, me atrevo a decir, no creen en sí mismas. En su fuerza y poder para cambiar esto.
Las personas que están constantemente en
la calle peleando contra esta grave injusticia social se han dado cuenta de que
no pueden renunciar al papel que la sociedad les otorga como supervisores del
poder. Porque, recuerdo, en una verdadera democracia, el gobierno lo conforman
los ciudadanos. Para ellos, para los que ocupan tan ostentosos sillones y
disfrutan de tan pomposos sueldos, lo cómodo es movilizar a los ciudadanos cada
cuatro años para que metan un voto en una urna. Y después de eso, todo está hecho.
Ya no tenemos derecho a quejarnos más que en el bar ni a protestar en la calle
ante las injusticias. Aunque el partido gobernante, me da igual que sea A o B, decida que no va a
cumplir nada del
programa electoral con el que selló el pacto democrático con los ciudadanos. Me
has votado. Esto es lo que hay. Te jodes. A callar y a asumir.
Pero por suerte para esta supuesta democracia,
muchos ciudadanos nos oponemos rotundamente a esa sumisión que nos quieren
imponer. El voto significa cada vez menos una situación aislada que sucede cada
cuatro años y cada vez más un ejercicio de confianza previo a una actividad que
será supervisada en directo y con derecho permanente a réplica por parte de la
ciudadanía.
Por eso el gobierno de turno ya no se
cruza de brazos. ¿Cómo va a permitir que los ciudadanos cuestionen
constantemente sus decisiones? Por eso se encargan de radicalizar cada
protesta. De condenar cada manifestación. De tachar de radicales a
quienes salen a la calle. Da
igual que sean jóvenes, mayores, estudiantes o padres de alumnos. Todos caben
en el mismo saco. Como decía hace unos días Ignacio Escolar, todo es ETA a sus ojos.
Solo ellos tienen la razón. Cualquier oposición tendrá siempre tintes criminales
y violentos.
Por eso, el ministro de Justicia, el
“progre” ex alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, se ha lanzado a modificar el Código Penal para criminalizar una serie de
acciones que hasta ahora no tenían más pena que la administrativa. A partir de
ahora, ocupar una sede bancaria para protestar, cortar una calle o difundir por
Internet manifestaciones que después acaben de forma violenta, tendrán pena de
cárcel. Da igual que el 77% de los españoles
apoye los motivos de
estas manifestaciones. Da igual que un juez “pijo y ácrata”
como Santiago Pedraz archive la causa del 25-S. Él también es ETA. Él tampoco
sabe lo que dice. La razón más absoluta solo nace de la suprema sabiduría de
ministros como Wert, García Margallo o Arias Cañete, todos ellos ex tertulianos de
Intereconomía, un ‘medio de comunicación’ que ya se ha
convertido en el epicentro de donde emana gran parte de las líneas estratégicas
del gobierno.
¿Pero siempre ha sido así? Qué va. Ni mucho menos. Hace unos años, Mariano Rajoy alentaba a
los ciudadanos a tomar las calles en contra de las medidas ejecutadas
por el Gobierno de Zapatero. Como líder de la oposición, el actual presidente
animó muchas protestas callejeras y no tuvo reparo alguno en reconocerlo en una
entrevista en la COPE en 2006.
“Mi partido es el que moviliza todas las
manifestaciones. Es el que las respalda y las llena”, decía ufano en la emisora
de los obispos. Aunque, también es cierto, que Mariano y los militantes
populares se manifestaron casi siempre en pro de un recorte de derechos. Lo
hicieron en contra del aborto, en contra del matrimonio entre personas del
mismo sexo o en contra de la política antiterrorista del Ejecutivo Socialista,
esa que el PP decía apoyar sin fisuras.
La Iglesia y multitud de organizaciones conservadoras han estado siempre detrás
de muchas protestas en este país. Sin embargo, esas mismas federaciones
católicas que hace unos años alentaban a los ciudadanos a salir a la calle, son
las que ahora piden sumisión al
gobierno y
permanecer en casa a verlas venir.
Quédate en el sofá. Ve la tele. Relájate.
Todo se va a arreglar. No sufras. Estamos aquí para ayudarte. Subimos las tasas
universitarias, aumentamos el IVA, recortamos los derechos laborales,
fulminamos la sanidad pública, disparamos el precio de los transportes públicos,
multiplicamos el precio de la luz, del gas, el butano y el agua; pero no te
quejes. Estamos aquí para ayudarte. Si te quejas, atente a las consecuencias.
Multas, detenciones, persecuciones, seguimientos, cárcel, humillación. Tú
eliges. O estás con nosotros, o estás
contra nosotros. Permitimos que los más ricos apenas paguen
impuestos, cedemos ante sus chantajes, nacionalizamos las pérdidas de los
bancos y privatizamos sus beneficios, abaratamos los despidos o amnistiamos a
quienes han estafado al Estado durante décadas. Pero te queremos ayudar.
Estamos contigo. Solo nos importa vuestro bienestar. Así que no te quejes. No
salgas a la calle. Si lo haces, allá tú con tus decisiones. Y no hagas fotos a la
Policía mientras te golpea, pues nos han dado el Nobel de la Paz
por algo. Si te aporrean es porque algo malo estabas haciendo. En el fondo,
solo queremos ayudarte a que no abandones el redil.
¿Vas a permitir que sigan atemorizándote?
¿Vas a permitir que sigan empobreciéndote? No lo toleres. El miedo está
cambiando de bando. Los ciudadanos tenemos mucho poder. Demuéstralo y sal a la
calle. Solo nosotros podemos arreglar todo esto. No permitas que la dictadura
del miedo gane la batalla.
Artículo publicado en el blog Micronopio de Cordópolis
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