Subvencionadas por los diferentes gobiernos,
muchas ONG han empezado a hacer negocio de la pobreza. Dirigentes con sueldos
de escándalo y algunas implicadas incluso en actividades criminales
El pasado lunes, Día Mundial de la
Asistencia Humanitaria, publiqué un artículo donde ponía de manifiesto los serios
recortes que el Gobierno ha llevado a cabo en las políticas de Cooperación
al Desarrollo. En concreto, casi un 75% en tres años, pasando de invertir un
0,5% del PIB a un paupérrimo 0,15%, a años luz del 0,7% que acordó la ONU y
que, actualmente, solo cumplen los países nórdicos y el Reino Unido. Asimismo,
reflejé el enfado de las ONG dedicadas al desarrollo y a la solidaridad
internacional pues, actualmente, sus presupuestos se han visto fuertemente
golpeados por la deuda que las diferentes administraciones públicas
–especialmente ayuntamientos y comunidades autónomas- han contraído con ellas.
Pues bien, mi análisis de hoy quiere
ir un poco más allá. ¿Hasta qué punto las ONG se han convertido en dependientes
de estas subvenciones? Es más, ¿hasta qué punto las ONG han convertido a las
personas y países que ayudan en dependientes de estas subvenciones? ¿Han
sucumbido al sucio negocio de vivir de la pobreza? ¿Dónde acaba el
asistencialismo y la caridad y comienza el desarrollo?
Primeramente, cabe distinguir entre
asistencia humanitaria y cooperación al desarrollo. Mientras que la primera es
una forma de solidaridad, generalmente destinada a poblaciones pobres, o a las
que han sufrido una crisis humanitaria provocada por una catástrofe o una
guerra y que debe seguir los principios humanitarios de imparcialidad,
neutralidad, humanidad e independencia operacional; la cooperación comprende el
conjunto de acciones llevadas a cabo por organizaciones públicas o privadas con
el propósito de promover el progreso económico y social global, equitativo y
sostenible.
“La ayuda humanitaria tiene el
imperativo de salvar vidas”, recuerda Jaime Atienza, de Intermon Oxfam. Es por
ejemplo la actividad que actualmente se desarrolla en Siria o la que apenas se
percibe ya en Haití, abandonado
a su suerte tres años después del terremoto. “Hay que ayudar a las miles de personas que
han salido del país en busca de refugio y a las que han decidido quedarse
porque no tienen acceso a agua potable ni a ningún otro servicio por la
destrucción de infraestructuras”, añade. Por tanto, reconoce, “hay quien la
pueda considerar como únicamente asistencial, cortoplacista y sin un objetivo
de transformación social, pero en ciertas ocasiones es la única forma de ayudar
a ciertos países”, concluye.
Pero, ¿y qué ocurre después? Es decir,
cuando el conflicto acaba. Es el momento de potenciar los planes de cooperación
al desarrollo, que son más largos en el tiempo y tienen un objetivo transformador,
no asistencial. “Es cierto que después tiene que existir continuidad, porque si
se abandona un país es posible que sufra una crisis humanitaria posterior”,
añade Atienza.
Sin embargo, el sociólogo argentino
Ezequier Ander Egg, en su Diccionario del Trabajo Social, describe este
asistencialismo “como una forma de ayuda al necesitado, caracterizada por dar
respuestas inmediatas a situaciones carenciales sin tener en cuenta las causas
que las generan. Este tipo de asistencia, lejos de eliminar los problemas que
trata, contribuye a su mantenimiento y reproducción”. Esto es, por ejemplo, lo
que ocurre en el Cuerno de África. Las ONG se han preocupado más de asistir a
esas personas que se encuentran en situación extrema que en intentar negociar
el cese de la violencia para poder ofrecer un futuro realmente mejor. Han
creado vínculos de dependencia.
Para Ander Egg, la cooperación al
desarrollo tiene que enfocarse en ayudar a estos pueblos “a integrarse en
proyectos productivos que les permitan generar recursos propios para salir de
la pobreza”. ¿No cree que el mayor éxito de estos programas sociales se alcanza
cuando se abandonan porque los pueblos beneficiarios ya no los necesitan? Jaime
Atienza, de Intermon Oxfam, piensa un segundo la respuesta: “Es cierto, el
éxito de la cooperación está en que se termine el programa y la población esté
en una situación mejor y pueda sostener su situación”. Pero para conseguirlo
hace falta mejorar el diálogo político con los gobiernos. “No solo se trata de
garantizar que llegue el agua potable a un pueblo necesitado, sino de
garantizar que el Estado aporte este servicio básico para que la ONG pueda
cambiar de rumbo”.
Pero no todas las ONG comparten este
principio, además de que cada vez son más –en España unas 400, según confirma
la Coordinadora de ONG para el desarrollo- y muchas de ellas no tienen claros
ni su misión ni sus valores. Es más, cada vez caen más en la limosna a
cualquier precio, aun a costa de la dignidad de las personas a las que
supuestamente quieren ayudar. Otras, directamente, roban y estafan. Es más, hay
expertos que aseguran que solo el 10% del dinero que teóricamente está
destinado a cooperación al desarrollo llega a su destino. Es decir, la
solidaridad ha sucumbido en beneficio del negocio. “En España hay ONG que
incluso no tienen socios”, asegura Gonzalo Robles, director de la AECID. “Por
eso hay que corregir muchos defectos para hacerla más eficiente y de calidad”,
reconoce este portavoz gubernamental. Hoy, muchas de estas ONG son enormes
estructuras empresariales capitalistas que, además de explotar a sus
voluntarios, saben vender su supuesta buena imagen al Gobierno y a los medios
de comunicación para obtener las suculentas subvenciones que se reparten cada
año. Y como cualquier estructura empresarial parecen más preocupadas en obtener
beneficios que en conseguir sus fines aparentes.
Para
el antropólogo español Gustau Nerin, autor del libro Blanco bueno busca negro pobre, “hacer una escuela o una letrina no tiene
impacto sobre el desarrollo de África. Llevamos cincuenta años de cooperación a
gran escala y no ha habido resultados. El modelo está caducado. No hay ningún país africano que se haya desarrollado gracias a políticas
de cooperación. Hace treinta años se creía que, al ritmo que avanzaba la
cooperación, a principios del siglo XXI el continente africano estaría al nivel
de Europa, pero se ha visto que no. De hecho, incluso se ha aparcado ya la
expresión de ‘país en vías de desarrollo’. Hay muchísimo paternalismo y las ONG se
acercan a África como si hubiera que enseñar a los pobrecitos negros a hacer
todo”.
Rafael Vilasanjuán,
director del laboratorio de Ideas y de Comunicación del Instituto de Salud
Global de Barcelona, fue director de Médicos Sin Fronteras en España desde 1999
hasta 2006. Es decir, vivió como máximo dirigente de esta ONG el devastador
tsunami que asoló Sri Lanka en 2004. Días después de la tragedia, Médicos Sin
Fronteras decidió
no aceptar más donaciones. “Aunque en un primer momento mucha gente no
entendió nuestra decisión, a nosotros nos parecía un ejercicio de
responsabilidad y honestidad, pues habíamos cubierto ya el dinero necesario
para llevar a cabo los proyectos que nos habíamos fijado y no porque nos dieran
más dinero íbamos a llevar a cabo más proyectos en la zona”, aseguró entonces.
Pero, sin duda, esta no es la tónica general, de hecho, el propio Vilasanjuán
confirmó que existe un gran desequilibrio entre las necesidades sobre el
terreno y la aportación que hacen las ONG. Pero, ¿dónde va a parar todo ese
dinero sobrante que no se invierte en proyectos de desarrollo?
He ahí la gran
pregunta. La gran cantidad de dinero recaudada por las ONG a causa de las
grandes tragedias choca con los escasos controles de contabilidad y aparición
cada vez más asidua de escándalos financieros. Un estudio del Huser Center de
la Universidad de Harvard asegura que entre 1995 y 2002 más de un centenar de
organizaciones no gubernamentales estadounidenses se vieron implicadas en
actividades criminales y de tráfico de
armas. Hace unos años, varias informaciones aseguraban que la presidenta y CEO
de UNICEF, Caryl Stern, ganaba más de 1 millón de dólares al año. Rápidamente,
la sede norteamericana de esta ONG, hizo público el salario de esta señora: 454.855 dólares… Y
se quedaron tan anchos. ¿Es de recibo que la presidente de una ONG cobre
340.000 euros al año? Es decir, casi 30.000 euros al mes… en limpio.
¿Es justo que Marsha
J. Evans, presidenta y CEO de Cruz Roja en EEUU tenga un sueldo –según datos de
2009- de 651.957 dólares? Además, disfruta de seis semanas de vacaciones a
gastos pagados, incluyendo el viaje para ella, su marido y sus hijos. Igualmente,
tiene un seguro médico y dental que cubre el 100% para ella y toda su familia
de por vida. Esto significa que de cada dólar que ella consigue, solo 0,39
dólares se destinan a la causa. Podría
seguir, pero esta interesante
investigación saca a la luz todos
esos datos para poder comprender un poco mejor el sucio negocio que llevan
entre manos algunas ONG.
En conclusión, muchas
de estas Organizaciones No Gubernamentales sin ánimo de lucro, viven de las
subvenciones del Gobierno de turno y, además, no invierten ese dinero en los
proyectos de cooperación que tan insistentemente nos venden. La mayoría de
ellas lo usan para solucionar la vida de sus dirigentes, que viven como ricos
magnates a costa de la triste situación de los países más pobres; otras –las
menos- usan ese dinero para invertirlo en fines mucho menos éticos como el
tráfico de armas o el crimen organizado. Sin duda, no se puede meter en el
mismo saco a todas estas organizaciones ni es de recibo generalizar, pero
también es cierto que mientras las que actúan con fines realmente solidarios no
denuncien a las estafadoras que se benefician del dinero público para hacer
oscuros negocios, todas estarán para mí en el mismo saco.
1 comentario:
Grandísimo David, coincido plenamente con tu análisis. La revisión del papel de las ONG es una idea que me ronda la cabeza desde hace tiempo, y es difícil de abordar por tratarse de algo que en el imaginario social es netamente bueno y casi inatacable. De los asuntos que tocas en el artículo, me parece importante insistir en el papel de sustitutivo que juegan las ONG con respecto a funciones que deberían ejercer los estados -una ONG puede hacer un pozo o atender a enfermos en una aldea, pero sólo el estado puede crear una red de agua potable o un sistema de atención sanitaria general- y que hacen que no haya avances. Y además está la función balsámica que ejercen sobre la conciencia social de los países desarrollados, que hacen que te sientas bien -y me incluyo plenamente- con donativos mientras el desarrollo real brilla por su ausencia. Pero en general, la idea de las ONG como un fin en sí mismas lo resume todo. Lo dicho, chapeau!!
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