Es el Estado más pequeño del mundo, sin embargo trabaja con unos presupuestos dignos de una gran ciudad. ¿Cómo genera tanta riqueza el Vaticano?
Es el país más pequeño del mundo. En
él solo habitan algo más de 900 personas. Sin embargo, esta ciudad de apenas media
hectárea tiene un presupuesto de 255 millones de euros, cifra similar al de una
ciudad como A Coruña que tiene 250.000 habitantes y una superficie 80 veces
mayor. Si aplicáramos la regla de tres que todos los Ayuntamientos usan para
contabilizar la inversión ciudadana, saldría que el Vaticano invierte en cada
uno de sus 900 habitantes una media de 284.000 euros anuales. ¡No está nada
mal! Sobre todo cuando la media de inversión (o gasto) público oscila, en un
país como España, entre los 600 y los 1.500 euros por habitante. Por ejemplo,
el municipio de San Sebastián de los Ballesteros, en Córdoba, también de 900
habitantes, tiene un presupuesto de 1 millón de euros, lo que da un gasto de unos
1.200 euros por habitante.
Pero, ¿cómo un país tan sumamente
pequeño puede conseguir tanto dinero? La respuesta es sencilla: mercantilizando
la fe. Exactamente. Atravesar los muros de la Ciudad del Vaticano supone
adentrarse en un parque temático donde la fe católica y Jesús son el epicentro.
Miles de personas colapsan diariamente el diminuto país que se ha convertido en
una fábrica de hacer dinero y que, según parece, no sorprende a nadie. Ni
siquiera a Francisco I, el “papa de los pobres”.
El Evangelio de Juan, en su capítulo
II, narra cómo Jesús expulsó a los mercaderes del templo:
Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.
Qué sorpresa se llevaría ahora al
comprobar que sus máximos representantes en la Tierra mercantilizan la fe para
hacer de ella un suculento negocio. Al llegar al Vaticano, el campo temático se
vislumbra por todos sitios. Museos vaticanos para allá, subida a la cúpula por
aquí, jardines vaticanos por ahí, tesoros papales por acá… ¿Se imaginan una
actuación similar a esta que narra este fragmento de la Biblia en la Plaza de
San Pedro? Dinero, dinero, dinero.
Un tour completo por este campo
temático religioso sale por una cantidad importante: entrada a los museos
vaticanos, 15 euros + 4 si la gestión la haces por Internet para evitar la cola,
que suele ser de varias horas. Si quieres sumar un guía que te explique un poco
qué estás viendo –pues apenas hay carteles informativos- el precio se dispara
entre 30 y 60 euros, según la agencia y la capacidad de persuasión que tenga el
comercial. A esto, sumamos 7 euros por la subida a la cúpula de San Pedro, obra
de Miguel Ángel; otros 10 euros para ver la necrópolis vaticana –donde está la
tumba del apóstol- y otros 6 euros para acceder al Museo del Tesoro de la
Basílica. Si además quieres hacer una visita guiada a la Basílica de San Pedro
–cuyo acceso es gratuito tras una cola de media hora- el precio se incrementa
en 10 o 12 euros más. Si prefieres una audioguía, habrá que pagar otros 5
euros. Además, hay otra opción, la de los jardines vaticanos, cuya visita solo
se obtiene a través de las agencias y que incrementan el tour en otros 15
euros. Y todo esto sin descuento alguno, pues hasta los niños a partir de seis
años pagan un ticket reducido de 8 euros, mismo precio que cobran a los
sacerdotes y religiosas, así como a los estudiantes hasta 26 años.
¿Qué ocurre con las personas que no
puedan costearse la cara entrada?, me pregunté cuando vi tales precios. Pues
que no entran. El voto de pobreza parece que frena en seco ante los muros del
Vaticano. Ahí, o llegas con pasta fresca en el bolsillo o tienes poco que ver.
Porque, en definitiva, un tour completo por el Vaticano cuesta más de 70 euros
por persona. Un negocio redondo que muchos fieles asumen sin rechistar, puesto
que para ellos, visitar la cuna del Cristianismo es la posibilidad más
fehaciente de acercarse a su dios.
Lógicamente, estos no son los únicos
“negocios” que ofrece el Vaticano, pues una vez dentro de los Museos, las
tiendas se suceden una tras otra. Se pierde la rigurosidad que reclama un museo
y la tranquilidad que busca quien lo visita para convertir el espacio en un
mero mercado turístico. Te sientes como ganado, recorriendo pasillos de un lado
a otro, contemplando magníficas obras de la Historia del Arte en unos segundos
y sin poder apenas parar para disfrutar un poco. Y es que el Museo Vaticano se
resiste a adecuar sus colecciones a las necesidades del público, convirtiéndose
en un mero “almacén” de obras de arte. Todas las indicaciones del museo se
reducen a señalizar el recorrido a seguir para llegar a la Capilla Sixtina en
un camino “corto y más directo” o en uno más largo donde, entre otras obras, se
podrá admirar La escuela de Atenas de
Rafael, pero sin que haya un cartel que así lo anuncie. Para más inri, algunas
obras “paganas” como el magnífico conjunto escultórico de Laooconte y sus hijos
o el famoso Apolo de Belvedere se encuentran en un patio sin ningún tipo de
protección especial.
Con esto se desprende que la única
misión de los Museos Vaticanos es intentar evangelizar a través de la
mercantilización de la fe. El patrimonio que existe en su interior es
impresionante, albergando, sin duda alguna, una de las colecciones más
importantes del mundo, equiparable solo a museos como el Louvre de París o el British
de Londres. Pero no aporta conocimiento alguno. No se profundiza en lo que se
observa, todo queda reducido a una mirada fugaz y a decenas de cámaras
fotográficas que se anteponen a tus ojos de un lado a otro.
Uno
de los más visitados
Los Museos Vaticanos reciben una media
anual de 4,3 millones de visitantes, situándose en el puesto número cinco del
ránking de los museos más visitados del mundo. Por delante, el Louvre, con 7
millones de visitas anuales; el British Museum con 6 millones; el Museo
Metropolitano de Arte de Nueva York, con 5 millones y el Tate Modern de Londres
con algo más de 4,5 millones. Esto significa que la Capilla Sixtina es visitada
diariamente por más de 12.000 personas de media –que supera las 25.000 diarias
en festivos y vacaciones- una verdadera locura para un museo de pequeñas
dimensiones en comparación con los anteriormente citados.
Críticos de arte, historiadores y
hasta el propio director de los Museos Vaticanos han mostrado en muchas
ocasiones su preocupación por la conservación de las obras artísticas que
alberga el museo y, especialmente, por la Capilla Sixtina, puesto que no puede
eliminar la contaminación ambiental que recibe cada día. Antonio Paolucci, actual director de la entidad, lanzaba la alarma en el diario vaticano L'Osservatore Romano hace ya tres años: "El problema de este lugar visitado cada día por miles de personas es la presión antrópica excesiva, que necesitaría algunos cambios y compensaciones de proporcionada eficacia". Asimismo, añadía que "no existe un adecuado control climático" y que eran insuficientes los instrumentos para abatir las partículas contaminantes.
Pero la Curia Romana no hace nada.
¿Por qué? Porque en el fondo el legado artístico les da igual. Lo
verdaderamente importante es mantener el negocio. Hace unas semanas, enviaron
un comunicado con las cuentas de la ciudad-estado del Vaticano, que se
mantienen al margen de las también mareantes cifras que recibe la Curia Romana,
como bien explica en
esta entrevista Lucio Ángel Vallejo, el contable español
del Papa.
La Ciudad del Vaticano sobrevive ‘exclusivamente’
de la actividad de los museos y demás visitas de pago dentro de la Basílica,
así como del supermercado y de la oficina postal que hay en la plaza. Según
estos datos, en 2012 la Ciudad del Vaticano consiguió 258 millones de euros a
través de estos negocios, mientras que según dicen estas cifras, invirtió 235
millones en pagar el sueldo de las 1.936 personas que trabajan en el país
–incluida la Guardia Suiza-, así como en mantener los edificios del pequeño
Estado. Con todo, el pasado año obtuvo 23 millones de euros de beneficios, dos
más que en 2011. “Este resultado se debe a la óptima andadura de los Museos
Vaticanos -rezaba el comunicado-. En particular, gracias al aumento del números
de visitantes, en contra tendencia a la crisis del sector turístico mundial y
gracias también al nuevo repunte de los mercados financieros”.
Y todo esto
sin hablar del Banco Vaticano y de los escándalos financieros que rodean a esta entidad desde hace meses y sin
adentrarnos en el valor de las obras que albergan sus palacios y museos, muchas
de las cuales están deslucidas por la falta de espacio y el inadecuado volumen
de visitantes que permiten. ¿Podría el Vaticano vender alguna de estas obras a
otros museos de renombre para descongestionar sus barrocas instalaciones? ¿Se
plantearán en algún momento reducir el número de visitas a la Capilla Sixtina
para perpetuar su majestuosidad o seguirá primando hacer caja a costa de la fe
de sus fieles? ¿Ayudarán de alguna forma a las personas pobres para que puedan
acceder a contemplar con sus propios ojos la riqueza de la Iglesia? ¿Llegará un
momento en que los feligreses perciban la hipocresía de esta institución
soberbia que predica pobreza y solidaridad mientras se baña en opulencia? Lo
que está claro es que su mesías, el tal Jesús de Nazaret, habría molido ya a
palos a la Iglesia y a gran parte de sus representantes terrenales. Cognosco melior, facio taliter
1 comentario:
La iglesia que más LUZ da, es la que ARDE
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