Con un presupuesto que supera los 50 millones de
euros y con funciones prácticamente nulas, el rechazo a la Cámara alta sigue en
aumento entre la ciudadanía. Pero, ¿por qué no desaparece?
Emmanuel Joseph Sieyès, uno de los
teóricos de las constituciones de la Revolución Francesa, decía que si una
segunda cámara “está de acuerdo con la primera, es superflua; mientras que si
no llegan a acuerdos, es perniciosa”. Y parece que el paso de los siglos le ha
dado toda la razón. Desde que estallara la crisis, existe un claro debate en la
calle: las administraciones públicas tienen que adelgazar para ajustarse el
cinturón que los propios políticos exigen e imponen a los ciudadanos. Y,
sin duda, el Senado se ha convertido en objeto de toda crítica junto a las
diputaciones provinciales. La pregunta es sencilla: ¿Sirve para algo la Cámara
alta?
Según la Constitución, el Senado tiene funciones políticas,
legislativas y de integración territorial, pero son “papeles gregarios,
subsidiarios y no diferenciados de lo que también hace el Congreso”, explica
Francisco Palacios, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de
Zaragoza. En resumen, el Senado tiene lainiciativa legislativa junto al Congreso de los Diputados y
el Gobierno, pero siempre en subordinación a la Cámara baja, al igual que
ocurre con sus funciones presupuestarias y de control político. A su vez,
participa en la elección de cuatro magistrados del Tribunal Constitucional y
seis vocales del Consejo General del Poder Judicial. Por último, tiene
funciones de integración territorial, aunque siempre que no exista acuerdo
entre el Senado y las diferentes comunidades autónomas será el Congreso quien
tenga la última palabra. En definitiva, “funciones artificiosas y prescindibles”,
afirma Palacios.
Más de 260 senadores
Entonces, ¿por qué mantenerlo? Actualmente, la Cámara alta está compuesta por 266
senadores, elegidos una parte de ellos mediante listas abiertas y
otra parte a través de elección directa de los diferentes parlamentos
autonómicos. Según recoge la Constitución, los ciudadanos eligen cuatro
senadores por provincia, excepto para las islas, donde se eligen tres en las
grandes (Mallorca, Gran Canaria y Tenerife) y uno en las pequeñas. Melilla y
Ceuta están representadas por dos senadores cada una. Por otro lado, cada
parlamento autonómico elige un senador más y otro por cada millón de habitantes
de su comunidad.
Según el profesor Palacios, en el Senado existen cuatro
tipos de políticos:
- Ad Honorem o elefantes, es decir, aquellos que por edad no tienen vitalidad o funcionalidad para la vida política. Este era el caso de Manuel Fraga.
- Por favores prestados, esto es, aquellas personas que cumpliendo una función importante en el partido requieren de un parapeto político-económico. El caso estrella, sin duda, fue el de Luis Bárcenas.
- Por conseguir un complemento económico, como ocurre con el socialista Juan Alberto Belloch que además de senador es alcalde de Zaragoza.
- Por motivos clientelistas, es decir, aquellos militantes relevantes que hay que colocar en algún sitio. Un buen ejemplo sería el de la socialista Carmen Alborch.
Es por esta razón que los grandes partidos –ya no solo PP y
PSOE, sino también CiU o PNV- se han mostrado reacios a eliminar esta segunda
Cámara, alegando siempre una importancia que nadie demuestra. “Si desaparece,
los grandes partidos perderían un espacio de colocación administrativa, ya no
solo de senadores, sino también de asesores”, asegura Palacios. Por tanto, como
muchos expertos arguyen, lo máximo que se conseguirá será alguna reforma que
mejore la imagen de esta Cámara de cara a la molesta ciudadanía. De hecho, esto
fue lo que sucedió en 2009 con la famosa Cámara de los Lores inglesa, perfecto equivalente del
Senado español. La opinión pública manifestó tal rechazo hacia esta arcaica
cámara que el Gobierno inglés tuvo a bien su remodelación. “Era un perfecto
residuo absolutista que amparaba –y ampara- a miembros natos por razón de
nacimiento y adscripción nobiliaria”, añade Palacios. Es, por tanto,
“absolutamente antidemocrática”. Aun así, la reforma no sirvió más que para
quitarle poder y dejarla en un estado vegetativo muy similar al del Senado
español.
Posibles reformas
Sin embargo, hay voces que rechazan que se elimine el
Senado, aunque abogan por una profunda reforma. Este es el caso de Alberto
Penedés e Ignacio Urquizu-Sancho, miembros del Instituto Juan March y que en
2007 publicaron un completo estudio para la Fundación Alternativas –think
tank cercano al PSOE- donde abordaban esta problemática. En este informe,
defienden que el Senado debe reforzarse para, sin llegar a tener capacidad de
veto, poder decidir con autonomía sobre cuestiones territoriales. “El Senado
debería tener mayor poder sobre la elaboración de los estatutos de autonomía,
las proposiciones de ley de las asambleas autonómicas y los hechos
diferenciales”, explican.
Asimismo, creen que habría que recuperar esa idea que coloca
al Senado como una cámara “cualitativamente superior”. Con esto, pretenden que
aumente el tiempo de que dispone para estudiar las leyes, especialmente
aquellas que abordan cuestiones de tipo moral o que conllevan cuestiones de
derechos fundamentales (aborto, eutanasia, relación Iglesia-Estado…), así como
aquellas que puedan tener consecuencias sobre varias generaciones, como pueden
ser las leyes de carácter ambiental o urbanístico.
En definitivas cuentas, lo que Penedés y Urquizu-Sancho
reclaman para el Senado es mayor competencia territorial y legislativa. Sin
embargo, Francisco Palacios, catedrático de Derecho Constitucional, cree que la
función legislativa en su variante representativa “debe hacerse en un solo
espacio, pues bastante dispendio representativista hay ya con las 17 cámaras
legislativas autonómicas”, explica. Aun así, no rechaza que se le otorgue mayor
peso en política autonómica, aunque considera que esto solo se conseguiría si
existiera una representación simétrica de todo el mapa autonómico, es decir,
“que tuviera como función la legislación sobre el sistema de competencias,
esencialmente respecto al tema de la financiación”. Solo así, explica, “podría
diferenciarse realmente de las funciones del Congreso”.
A pesar de todo, conseguir este equilibrio en un Estado tan
asimétrico es prácticamente imposible, por lo que sacar al Senado de su estado
vegetativo actual parece inviable. Por todo esto es por lo que expertos como
Francisco Palacios abogan por su desaparición, aunque para ello será necesario
que se informe más al ciudadano respecto a lo inane de su existencia, “además
de que falta también una estructura político-civil que pueda recoger dicha
reivindicación”.
¿Cuánto nos cuesta el Senado?
La gran pregunta que se plantean muchos ciudadanos es cuánto
dinero supone para las arcas públicas mantener una institución tan poco
efectiva como la Cámara alta. Pues según los presupuestos de 2013, el Senado
cuesta a los españoles cerca de 52 millones de euros. Una parte elevada de
esta cantidad se emplea en los sueldos de los senadores. Cada senador tiene un
salario base de 2.813,91 euros mensuales, pero que se multiplica hasta por
cuatro con los 376 cargos remunerados que los 266 senadores se reparten dentro
de la Cámara alta. Esto significa que Pío García Escudero, presidente del
Senado, gana mensualmente más de 11.200 euros. Además, los vicepresidentes de
mesa y secretarios cobran más que sus homólogos del Congreso, superando los
8.500 euros al mes y los 8.100 euros, respectivamente. Los portavoces tampoco
se quedan lejos, cobrando más de 7.300 euros mensuales.
Pero, además de estos importantes honorarios, los senadores
tienen derecho a dietas (unos 120 euros diarios), pago de kilometraje (0,25
euros por kilómetro), bonos para taxi (más de 3.000 euros anuales), sin olvidar
las subvenciones que reciben los grupos parlamentarios del Senado (6,5 millones
de euros), el coste de la traducción simultánea que supera los 10.000 euros por
sesión o los lujosos Smartphone que tienen los senadores que, según el
último servicio de contratación de telefonía móvil, alcanza las 440 líneas
telefónicas y con el compromiso de renovar todos los aparatos a los 24 meses de
inicio del contrato por un total de más de un millón de euros al año. A todo
esto hay que sumar, cómo no, las injustas pensiones vitalicias de las que
disfrutan.
En definitiva, ¿es preciso mantener esta Cámara? En
Alemania, por ejemplo, solo hay 100 senadores, mientras que Estados Unidos solo
tiene uno por estado. Es más, en países como Suecia, Noruega o Dinamarca esta
Cámara de casta privilegiada no existe, por tanto, ¿por qué existe todavía? Muy
sencillo, porque los grandes partidos sacan una importante tajada de ella y ya
saben que PP y PSOE siempre aplican los recortes de puertas para afuera.
Artículo publicado en melior.is
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