29 de julio de 2010

Neoliberalismo por imposición

Como indica el periodista Ignacio Ramonet en el último número de Le Monde Diplomatiquelos jefes del Eurogrupo (países que comparten el euro) parecen haber exigido al otrora “socialdemócrata” Zapatero renegar de toda veleidad social y convertirse en el acto al credo neoliberal. Aunque también es cierto que no parece haberle afectado mucho al presidente del Gobierno español ese exigido giro de 180 grados en su política. Si hace un par de años Zapatero decía eso de “gobernaré pensando en los que no tienen de todo” hoy repite consignas más propias del Partido Popular que, paradójicamente, es quien dice defender ahora los derechos de pensionistas, obreros y funcionarios.

Y esta presión ejercida desde Bruselas, a quien se unió el Fondo Monetario Internacional y los mercados financieros, obtuvo resultados: ZP, el que antaño ayudaba a “los más débiles”, anunció hace unas semanas el plan de ajuste más impopular de la democracia. Cinco millones de pensionistas, tres millones de funcionarios, cientos de miles de ancianos necesitados de asistencia y medio millón de futuros padres padecerán las consecuencias del histórico recorte. No hay duda de que las presiones que la Unión Europea, encabezada por los neoliberales conservadores Sarkozy, Merkel y Berlusconi, han surtido efecto. Aun así, este triunvirato europeo no sólo ha influido sobre las políticas españolas, sino que también ha irrumpido con fuerza en otros países socialdemócratas como Grecia o Portugal, cuyos primeros ministros no han tenido más opción que arrodillarse y adoptar las tesis ultraliberales que tanto habían combatido hasta entonces.

Pero, suscribiendo a Ramonet, esta reacción no es más que sorprendente. ¿Por qué? Muy sencillo. Hace menos de dos años, cuando el banco Lehman Brothers quebró, los partidarios del neoliberalismo que habían acampado a sus anchas en media Europa y, sobre todo, en EEUU y Gran Bretaña, estaban derrumbados y a la defensiva. Fueron ellos mismos quienes renegaron de su ideología y quienes manifestaron que el neoliberalismo había muerto. Parecía que la crisis del siglo hacía demostrar el fracaso de la teoría de la desregularización, del mercado libre y autorregulable gracias a la manoseada ley de la oferta y la demanda. Es decir, entre bastidores se hablaba de que había llegado la crisis del capitalismo y los países se lanzaron de nuevo a los brazos del Estado para salvar la economía y preservar la cohesión de la sociedad.

En aquellos momentos de caos, los Gobiernos, incluso los de derechas, recobraron su función de actores primordiales del área económica: nacionalizaron entidades financieras y empresas estratégicas, inyectaron masivamente liquidez en el sistema bancario (se hicieron incluso máximos accionistas de los bancos con mayor riesgo de quiebra), multiplicaron los planes de estímulo… Tanto gobernantes como economistas se felicitaban entonces por esas decisiones que habían conseguido reflotar la grave situación mundial. Había que volver a Keynes (economista inglés de la primera mitad del siglo XX, fundador de la macroeconomía moderna y defensor del intervencionismo estatal), se repetían. Estados Unidos lanzó un plan de rescate a los bancos de 700.000 millones de dólares, seguido de otro de 800.000 millones. Los 27 países de la UE se pusieron de acuerdo en un paquete de estímulo de 400.000 millones… Y Zapatero promovió también un ambicioso Plan de Estímulo a la Economía y al Empleo (Plan E) de 93.000 millones de euros.

En las Cumbres del G-20 los dirigentes de los estados más importantes del mundo se alineaban para combatir los paraísos fiscales, controlar los fondos de alto riego (hedge funds) y sancionar los abusos de los especuladores causantes de la crisis. Durâo Barroso, presidente de la Comisión Europea, declaraba: “Las autoridades políticas no toleraremos nunca más que los especuladores vuelvan a levantar cabeza y nos arrastren a la situación anterior”.

Pero, por desgracia, todas aquellas bonitas iniciativas se quedaron en eso, iniciativas. Hoy, casi dos años después, los mercados y los especuladores vuelven a tener el mando. Y los políticos siguen arrodillados. ¿Por qué? La explicación la da Ramonet muy acertadamente: “El peso de la deuda soberana consentida por los Estados para salvar a los bancos (la UE comprometió hasta el ¡28 % de su PIB! para salvar a los bancos, es decir, 3,3 billones, con b, de euros) ha servido de pretexto para un espectacular cambio de situación. Los mercados y la especulación financiera, apoyados por las agencias de calificación atacan directamente a los Estados endeudados de la UE, acusándoles de vivir por encima de sus posibilidades”. Y empiezan a atacar al euro…

El 26 de febrero de 2010, el Wall Street Journal destapó un caso cuanto menos preocupante: Un grupo de importantes responsables estadounidenses de hedge fundsdecidió aliarse para hacer bajar al euro frente al dólar. Su objetivo, la paridad 1-1. Hoy, unos meses después, el euro está a 1,30 dólares cuando, hace menos de un año, se cotizaba a 1,50 dólares por euro. Aunque, al menos, parece que se estabiliza, pues hace unas semanas los mínimos alcanzaron el 1,20. Además, los mercados siguen sin aprender la lección y vuelven a defender la no intervención estatal, exigiendo el desmantelamiento de la protección social y la drástica reducción de los servicios públicos. Y los gobiernos más neoliberales ceden con gusto e imponen estas medidas a los demás. Alemania, con el apoyo del FMI, ha impuesto planes de ajuste a todos los miembros de la UE (Grecia, Portugal, España, Italia, Francia, Reino Unido, Rumanía, Hungría…) cuyos gobiernos, obcecados en la reducción del gasto público, han aceptado sin rechistar. Aunque ello amenace el crecimiento de Europa.

Pero ahí no acaba todo, Bruselas ha manifestado su deseo de imponer sanciones económicas a quien incumpla el Pacto de Estabilidad del euro (limita al 3% del PIB el déficit público), un mínimo que actualmente no respeta ningún país de la Eurozona y que paradójicamente Francia y Alemania jamás han cumplido (y nunca han sido sancionados por ello, claro). Pero Berlín no quiere imponer sólo sanciones económicas, sino que quiere ir más allá: Merkel ha propuesto que los países que se salgan de esta vía neoliberal e incumplan el denominado Pacto de Estabilidad pierdan su derecho a voto en el Consejo Europeo, cámara que, junto al Parlamento Europeo, toma todas las decisiones de la Unión.

En conclusión, adiós al progreso. Portazo y cerrojazo. Hace dos años, cuando todos los gobiernos del mundo se pronunciaban en contra del neoliberalismo, una vez reflejado en la grave crisis económica el gran peligro que corre la ciudadanía y los Estados al dejar todo su capital en manos de mercados y especuladores, algunos tuvimos esperanzas. Hoy vemos que no hay nada que hacer. Como concluye Ramonet en su artículo: “¿Puede aceptarse que quede descartada cualquier solución democrática de izquierdas para impulsar el crecimiento y el avance social?” Por desgracia, parece que la gran mayoría ya lo ha aceptado.

Ahora me preguntarán, ¿y cuál es la solución? No me sonroja decir que yo no la tengo. Lo que sí tengo claro es que la fórmula actual tampoco es la buena. Hace apenas dos años el neoliberalismo nos demostró que puede hundirnos en un abrir y cerrar de ojos y parece que nadie ha aprendido la lección.


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