6 de junio de 2011

Digamos NO. Negaos. Actuad. ¡INDIGNAOS!

Compañero, compañero, podremos...
(Vicente Chumilla, 5/6/2011)


Ayer visité la Feria del Libro junto a mi amigo Vicente Chumilla. Tras detenernos en varios puestos, lo vi. ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel. El libro del que más se ha hablado en las últimas semanas y que no sé por qué, todavía no había leído. Vicente insistió en regalármelo, así que yo decidí comprar también Reacciona, dirigido por otro nonagenario, José Luis Sampedro y Homenaje a Cataluña de Orwell, un clásico que buscaba desde hacía tiempo.

No pude esperar. En el metro leí todo el discurso bien hilvanado de Hessel y hoy lo he vuelto a releer para sacar las ideas fundamentales y publicarlas en este post. Dice José Luis Sampedro, que prologa el texto del francoalemán, que el grito ¡indignaos! ha de servir para no bajar la guardia. Pero se pregunta: “¿De qué nos alertan? (...) Vivimos en una democracia, en el Estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización occidental. No hay guerra, no hay ocupación. Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero, ¿de verdad estamos en una democracia?”.

Si reflexionamos, nos damos cuenta de que los financieros, culpables indiscutibles de la crisis, han salvado ya el bache y prosiguen su vida como siempre y sin grandes pérdidas. En cambio, sus víctimas no han recuperado el trabajo ni su nivel de ingresos. No se ha planteado la necesidad de nacionalizar los grandes bancos, y ni siquiera se ha pedido la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo. No se eliminan los paraísos fiscales ni se acometen reformas importantes del sistema. ¿Por qué?

Responde Hessel: Porque el poder del dinero “nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general”. La brecha entre ricos y pobres nunca había sido tan grande. ¿Cómo no vamos a indignarnos? La indignación ha de estar centralizada en la resistencia contra la dictadura de los mercados.

¿Vamos a dejar que se pierdan los derechos que tanto costó conseguir en la segunda mitad del siglo XX? Derechos Humanos, Seguridad Social, Estado de bienestar, jubilación... El siglo XXI está acabando con todo. La “gente pudiente” se ha apoderado de lo que es de todos: medios de comunicación, bancos, recursos energéticos, de la propia tierra que pisamos, hasta del viento... Pero como es de todos es nuestro derecho y nuestro deber recuperarlo al servicio de nuestra libertad. Se trata de no sucumbir bajo el huracán destructor del “siempre más”, del consumismo voraz y de la distracción mediática mientras nos aplican los recortes.

Si no luchamos nosotros por nuestra sociedad, ¿quién lo hará? ¿Queremos una sociedad de sin papeles, de expulsiones, de recelo hacia los inmigrantes; una sociedad que ponga en duda la jubilación, el derecho a la Seguridad Social; una sociedad donde los medios de comunicación estén en manos de los magnates? Tras la debacle que supuso la Segunda Guerra Mundial, Europa cambió: se creó la Seguridad Social, se garantizó una jubilación digna, se nacionalizaron las fuentes de energía, electricidad, gas, los grandes bancos, las aseguradoras... Es decir, se cambió el paradigma: el interés general debía primar sobre el interés particular. Y todo ello difundido gracias a una prensa independiente, sello indispensable de una verdadera democracia.

Pero ahora se atreven a decirnos que el Estado ya no puede garantizar los costes de estas medidas ciudadanas. “¿Cómo puede ser que actualmente no haya suficiente dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción de riqueza ha aumentado considerablemente en las últimas décadas?”, se pregunta Hessel. Muy sencillo, porque, repito, nunca antes la brecha entre ricos y pobres había sido tan grande. Por eso somos los jóvenes quienes tenemos que coger el relevo, pues los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia.

Pero tenemos que darnos cuenta, porque lo que está pasando actualmente también es responsabilidad nuestra. Decía Sartre: “Sois responsables en tanto que individuos”. El hombre debe comprometerse a cambiar su sociedad en nombre de su responsabilidad como persona humana. Y ese cambio no es utópico. Lo dice el propio Hessel: “Mi optimismo natural quiere que todo aquello que es deseable sea posible”.

Por tanto, hay que huir de la indiferencia, “la peor de las actitudes”, según Hessel. Si pasamos de todo perderemos la facultad de indignación y el compromiso que sigue, uno de los componentes esenciales que forman al ser humano. Ya podemos afirmar que tenemos dos grandes desafíos:
  1. Romper la inmensa distancia que existe entre ricos y pobres.
  2. Defender los derechos humanos y mejorar la situación del planeta.
Stéphane Hessel, que es la única persona viva que formó parte del equipo de redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, recuerda aquí dos artículos. El 15, que dice que “toda persona tiene derecho a una nacionalidad” y el 22: “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la Seguridad Social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional (...) la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables para su dignidad y para el libre desarrollo de su pensamiento”. Solo por el cumplimiento de estos dos derechos merece la pena la lucha. Y seguro que todos y todas tenemos motivos suficientes para justificar nuestra indignación.

La no violencia

Pero para conseguir estos objetivos solo hay un camino viable: la no violencia. La violencia, cualquiera que sea la forma bajo la que se manifieste es un fracaso. Es más, la no violencia es el medio más eficaz para detener la violencia en la que se encuentra inmerso este mundo. La violencia da la espalda a la esperanza, por tanto hay que dotar a la esperanza de confianza, la confianza en la no violencia. Hay que negociar para acabar con la opresión. Hay que hacer vigentes los mensajes de Luther King o Nelson Mandela.

El pensamiento productivista de Occidente ha arrastrado al mundo a una crisis de la que hay que salir a través de una ruptura radical con la escapada hacia delante del “siempre más”. Ya es hora de que la preocupación por la ética, por la justicia, por el equilibrio duradero prevalezcan. Puesto que los más graves riesgos nos amenazan. Y pueden llevar a su término la aventura humana en un planeta que podría volverse inhabitable para el hombre.

Hemos de frenar el retroceso protagonizado en la primera década del siglo XXI. George Bush, el 11-S y su posterior respuesta (Irak, Afganistán...) están desestabilizando el mundo. La Cumbre de Copenhague sobre cambio climático no ha conducido a ningún compromiso vinculante. No nos queda más que recurrir a la insurrección pacífica. La juventud ha de responder. Ha de decir no al consumo de masas, al desprecio hacia los más débiles y a la cultura, ha de luchar contra la competición a ultranza peligrosamente desatada del “todos contra todos”.

Digamos NO. Negaos. Actuad. ¡INDIGNAOS!

1 comentario:

Malvado Dylan dijo...

El libro es bastante mediocre, no hay ni una sola idea original, ni una sola solución. No entiendo como se ha vendido tan bien. Quizás porque dice trivialidades que nuchos querían oír.

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