21 de noviembre de 2014

El TTIP se come tus derechos

La UE y EEUU negocian un Tratado de Libre Comercio e Inversión (TTIP) que acaba con la gobernanza de los estados y da todo el poder a las multinacionales y sus injustas decisiones

 


En junio de 2013, la UE y EEUU comenzaron a negociar un Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversión (el TTIP en sus siglas en inglés). Desde el primer día, conservadores y socialistas venden los supuestos beneficios económicos, pero eluden los riesgos del TTIP. Unos riesgos que apenas se conocen puesto que la Unión Europea y EEUU negocian en secreto, ya que los 28 estados miembros firmaron un acuerdo para que la Comisión Europea pactara este tratado con EEUU de manera confidencial. Esta opacidad informativa está ofreciendo una oportunidad única a las grandes multinacionales y a los lobbies para influir en la opinión pública, dejando así fuera de la negociación a los propios estados y a los ciudadanos que se verán afectados por el acuerdo.

Pero, ¿qué es un tratado de libre comercio e inversiones? En resumen, este tipo de tratados bilaterales –o multilaterales- no pretende rebajar o eliminar aranceles, sino armonizar todas las regulaciones y criterios de todo ámbito, igualarlas y someterlas. Es decir, el Estado con más poder económico y mayor desarrollo de poder productivo somete a los demás firmantes a sus condiciones. Para Xabier Arrizabalo, profesor de Economía en la Complutense, “este TTIP trata de desmantelar todos los mecanismos que existen para proteger derechos laborales y para preservar ciertos segmentos para el capital nacional. Es decir, con este acuerdo, no solo pierden los trabajadores, sino también el pequeño y mediano capital no vinculado al sector financiero”.

Además, Bruno Poncelet, coordinador de la plataforma contra el tratado transatlántico Notransat, recuerda que las negociaciones del TTIP no se están llevando a cabo con representantes políticos, “sino con expertos –tecnócratas- designados por la Comisión Europa con el apoyo de los gobiernos nacionales”. Es decir, son las propias élites financieras, industriales y comerciales las que están tratando de provocar en el mundo de la política un desplazamiento de la legitimidad del poder. “Quieren promover formas de gobernanza opacas, alejadas de la gente, en las que quienes tomen las decisiones no hayan sido electos”, asegura en esta entrevista concedida a Periódico Diagonal. Por el contrario, añade, “lo que les interesa desacreditar es la legitimidad del poder político a una escala nacional, así como las finanzas públicas cuando se ponen al servicio de la solidaridad”.
Sin duda, el verdadero problemas para los grupos de presión empresariales y sus lobbies es más bien cómo deslegitimar determinadas políticas, en especial las que van en contra de la austeridad –y adelgazamiento de lo público- y a favor de las políticas de solidaridad y de los servicios públicos. O si no, ¿por qué ese ataque directo y gratuito a Podemos? Sin duda, porque su argumentario rompe con los principios del capitalismo y con los intereses primarios de las multinacionales.

Según Poncelet, el principal objetivo del TTIP es “dar más poder a las multinacionales”. En especial, dejándoles la elección de las leyes bajo las cuales desean trabajar. Por ejemplo, hoy, con el mercado único europeo, “las multinacionales ya pueden elegir entre 28 países diferentes –por lo tanto, entre 28 diferentes normas fiscales, salariales y sociales-, al tiempo que cuentan con la garantía de que sus productos puedan circular libremente”.

Unas condiciones idóneas para acabar con los buenos salarios, la seguridad social, las políticas de solidaridad y el anteriormente conocido como Estado del Bienestar, que son demasiado caros de mantener cuando se decide ponerlos en competencia con un sistema de trabajo digno del siglo XIX. Porque así es como estamos ahora, perdiendo todos los derechos que dignificaron el trabajo en el siglo XX.

Están desapareciendo y por eso ya se pueden encontrar empleos tan salvajes como el que hace unas semanas ofrecieron a un amigo mío que es de Mali y vive más de ocho años en España. Salía de casa a las 5 de la madrugada, conducía un vehículo con otros cuatro subsaharianos de Murcia a Cartagena, trabajaba de 7 a 7 (12 horas) cogiendo limones y cobraba por todo ello 17 euros (menos tres uros por la gasolina del viaje). Es decir, 12 horas de trabajo por 14 euros. Denuncia, le dije, pero saben qué, era imposible: solo conocía a un tal Paco que le iba supuestamente a contratar. Ni idea de su nombre completo ni de la empresa para la que trabajaba. Nada. Al tercer día desistió y encima no cobró nada. “Aquí pagamos a final de mes y si te vas antes lo pierdes todo”, le dijeron. Benditas reformas laborales.

Si ya somos esclavos, con el TTIP no quiero ni imaginar cómo estaremos. Lo que se está negociando en este acuerdo transatlántico es ofrecer a las multinacionales aún más opciones de deslocalizaciones oportunistas, pues a los 28 países europeos habría que sumar los 50 estados norteamericanos “que tienen muy poco de paraísos sociales para los trabajadores”, recuerda Poncelet.

Más allá del mercado laboral
Pero el acuerdo no solo influye a los trabajadores y a los ínfimos derechos laborales que existirían en caso de abrir el mercado de trabajo a EEUU, sino que la Comisión Europea está dispuesta a negociar con EEUU otra serie de servicios como el saneamiento de aguas, mutuas, servicios sociales y asociados a la sanidad o a la educación. Es decir, estos sectores podrían ser objeto de privatización. Porque, como ya han admitido ambas partes, la principal función del TTIP es eliminar las barreras que limiten los beneficios de las empresas multinacionales, verdaderas protagonistas de la negociación. En definitiva, si se aprueba este tratado tendremos que despedirnos para siempre de los derechos sociales, laborales y ambientales que hasta ahora hemos conocido.

Por ende, el modelo social europeo está más amenazado que nunca, pues el TTIP va a llevarse por delante algunos de los pilares que han sustentado a la Unión Europea desde su creación. Ya no solo se pierde la soberanía nacional, sino que serán las multinacionales quienes rijan el devenir de nuestras vidas, fundamentando su plan de choque en teorías económicas liberales y no en principios sociales y de bien común.

Los ciudadanos deberían pronunciarse sobre este TTIP, aunque PP, PSOE, CiU y UPyD ya votaron en contra de que se consultara mediante referéndum. Asimismo, el Parlamento Europeo tendría que evaluar cuál es el impacto social, medioambiental y laboral de este acuerdo de libre comercio y también cómo afectará a la pérdida de privacidad de los europeos. Sin embargo, parece que tampoco va a tener opción de pronunciarse y, en caso de que finalmente pueda, el rodillo conservador que gobierna Europa no dejará ningún tipo de alternativa a este macro acuerdo económico que nace sin control democrático alguno y en exclusivo beneficio de las grandes economías de las dos superpotencias.

Aun así, nos queda un halo de esperanza. No confío en Rajoy ni en la capacidad de protesta de los españoles. Por mucho que partidos como Podemos o Izquierda Unida se pronuncien en contra de este despropósito, la mayoría silenciosa calla y otorga. Solo nos queda confiar en Francia. Una vez más ha sido el país vecino quien ha alzado la voz para decir NO al tratado. Ojalá su veto llegue a buen puerto porque en nuestro patético e inmaduro país el SÍ viene de fábrica.

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