Según diferentes estudios de mercado, morirse en España cuesta
más de 3.500 euros de media, una cantidad elevadísima que obliga a
muchas familias a aferrarse a la beneficencia como única solución
El capitalismo no conoce ética alguna. O al menos de esa ética entendida como una rama de la Filosofía que se
ocupa del estudio racional de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el
buen vivir. Muy pocas de estas cosas existen dentro de este sistema atroz, a no
ser que nos refiramos a la moral de los defraudadores, a la virtud del expolio,
al deber de hacerse rico, a la felicidad sustentada en lo material y al buen
vivir a costa de los más débiles de la sociedad. Y tan difícil resulta librarse
de las cadenas que nos aferran a él que ni pasar a la otra vida nos libra de
sus desmanes.
Hasta morirse
sale caro en este país. Porque, sumergidos de lleno en la cultura del
consumismo atroz, morir no solo conlleva una falta de signos vitales, sino
que exige una distinción de clase que refleja estatus. ¿Cómo vas a comprar
ese ataúd? ¿No vas a ponerle más flores? Sin duda, entre los muertos también
hay clases. Cuánto más ostentoso y aparatoso sea el solemne acto, mayor
reconocimiento y aplauso parece que tendrá entre quienes se acerquen a despedir
al pobre muerto.
Y es que aunque
en la cultura occidental la muerte es uno de los grandes temas tabú, alrededor
de ella se ha levantado todo un negocio que mueve millones de euros al año
y que, en muchos casos, obtiene rédito económico del bajón anímico de sus
apenados clientes. Según los últimos cálculos oficiales, morirse en España
cuesta de media unos 3.500 euros, una cifra que aumenta considerablemente
en ciudades como Madrid o Barcelona. Y si a eso sumamos que cada vez hay más
gente sin escrúpulos dispuesta a enriquecerse en este sector, no es raro
encontrarnos a ‘vendedores’ que presionan sin compasión a los familiares que
viven en esos momentos en un verdadero estado de shock emocional.
Además, para
Rajoy y los suyos morirse es un lujo, como según su punto de vista lo es
también el teatro o el cine. Por eso en septiembre de 2012 subió el IVA de
los servicios funerarios del 8 al 21%. Para el PP morirse no es un bien de
primera necesidad y por eso nos ha colocado a la cabeza de Europa como el país
con el IVA más caro para estos servicios. De hecho, en estados como Dinamarca,
Italia, Irlanda, Holanda, Portugal o Reino Unido morirse está exentod e
impuestos.
Lo más caro, sin duda, es el ataúd. Los diferentes estudios de mercados dicen que es prácticamente imposible
encontrar un féretro por menos de 700 euros y, casualmente, son los que se
destinan a los entierros de beneficencia que, casualmente, se han
duplicado en los últimos años ante las serias dificultades que tienen las
familias para poder sufragar los elevados gastos del sepelio. Por tanto, el
gasto medio de una familia en el ataúd de su ser querido no baja de los
1.200 o 1.300 euros, pero este gasto puede alcanzar incluso los 3.000 euros
si el vendedor es tan convincente como pudiente la familia.
Otro gasto casi
imposible de rechazar en los tiempos que corren es el del tanatorio.
Aunque el cuerpo se puede velar en casa o en un hospital, lo más común es
acudir a un tanatorio que, sea público o privado, tiene un precio mínimo de
600 o 650 euros por noche.
Y cómo no: las flores. Si dices que
no quieres flores, siempre habrá quien te afee la decisión. Por tanto, parece
casi obligatorio rodear el féretro de ramos, centros y coronas. Los precios se
pueden disparar, aunque es verdad que varían muchísimo. Aun así, es
prácticamente imposible encontrar coronas por menos de 100 euros o
centros por menos de 60 o 70 euros.
Por último, hay
que elegir el lugar para el descanso eterno. El alquiler inmediato de
un nicho cuesta una media de entre 900 y 1.800 euros por diez años, tras
los cuales la familia del fallecido ha de buscar un lugar donde depositar los
restos. Si, por el contrario, elegimos la opción de la incineración, el
precio no es mucho más económico –en verdad el precio medio total también se sitúa
entre los 3500 y 4000 euros- y el problema lo encontramos en cómo y dónde
depositar las cenizas. Pues, por ejemplo, esparcirlas en el “Jardín del
Recuerdo” que se ha construido a tal fin en el Cementerio Sur de Madrid cuesta
varios cientos de euros, una cantidad que incomprensiblemente aumenta si la
familia acompaña en el emotivo momento. Así que lo mejor es buscar un lugar que
tenga especial vinculación con la persona fallecida y enterrarlas con cariño.
Para finalizar, a todo esto hay que sumar unos 100 euros de trámites
burocráticos y un pequeño responso –ya sea católico o laico- a modo de
despedida que no baja de los 50-60 euros de media.
Estos precios
tampoco varían en el caso de que el difunto sea donante de órganos, ya
que no conlleva ningún gasto administrativo para la familia. Una vez realizadas
las comprobaciones de la muerte, la valoración de los órganos y tejidos para el
transplante y la consulta a la familia sobre la voluntad del fallecido se
produce el proceso de donación. En este proceso pueden intervenir “más de cien
profesionales”, según la Comunidad de Madrid. Tras la donación el cadáver
pasa a disposición de la familia para ser velado de la manera que
consideren oportuna, sin que su imagen se vea alterada.
La opción más “económica” es la donación del cuerpo a la ciencia médica, ya que todos los trámites y costes derivados del
proceso corren a cargo de la universidad o centro que reciba el cuerpo. No
obstante, hay cuerpos que están imposibilitados para el estudio, como los que
han sufrido una muerte violenta, los que necesiten una autopsia post-mortem,
los que hayan donado órganos para su trasplante o los que hayan padecido
enfermedades contagiosas de alto riesgo (VIH, tuberculosis, hepatitis B/C…). Y siempre
queda el remordimiento, especialmente tras saber que en la Complutense
abandonaban los cuerpos sin compasión alguna en el ‘sótano de los horrores‘.
Otras opciones
para abaratar costes pasa por contratar el pack completo a una funeraria.
Por ejemplo, la funeraria El Arcángel de Córdoba tiene varios
paquetes que van desde los 1.820 euros del servicio básico sin velatorio hasta
los 3.840 euros que incluye incluso un cátering para los familiares.
En definitiva,
puestos a morirnos, más vale que tengamos todo bien atado antes de dejar este
mundo. Tenemos tres opciones: dejar bien claro que queremos que nos abandonen
en los brazos de la beneficencia, donar nuestro cuerpo a la ciencia aun
sabiendo que podemos acabar en el ático de cualquier facultad o pagarnos un
seguro de deceso como hacían nuestras abuelas y que por una módica cantidad
anual puede ahorrar más de un quebradero de cabeza a nuestras familias cuando
decidamos estirar la pata. Porque, quién iba a decir hace un par de siglos, que
hasta morirse iba a suponer un negocio suculento para algunos.
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