
En febrero de 1992, el mismo mes en que habíamos comprado la casa de campo donde actualmente residimos y que casi todos vosotros conocéis, mi padre llegó con un regalo inesperado. Tras avisarnos a mi hermana y a mí de que “había algo en la cochera”, nos pusimos como locos a ver qué era. Y allí, camuflada bajo una silla, muerta de miedo y con apenas un mes de vida, estaba la Isidora, como todo el mundo la empezó a conocer desde entonces. De hecho, el nombre es otra anécdota graciosa. Y es que mi hermana, que apenas tenía dos años entonces, cuando la vio gritó: “¡El gato Isidoro!”. Pero claro, cuando más tarde comprobamos que de gato tenía más bien poco, decidimos llamarla Isidora.
Con el paso del tiempo, la Isi fue convirtiéndose en la reina de la casa. En un miembro más de la familia. Todavía recuerdo aquellas largas tardes en las que acurrucada encima de mí me lamía toda la camiseta, anhelando, parece, sus primeros días de lactancia. Pronto estrechamos buenos lazos. Con el resto del mundo, mi gata era arisca. No le gustaba que la tocaran ni que la molestaran. Pero estaba bien conmigo. Salíamos a pasear, a jugar... Siempre estábamos juntos y le gustaba acompañarme a todos lados. Ciertamente, es muy difícil pensar en aquellos años de mi infancia y adolescencia sin tener vivos recuerdos de la Isidora.

Nosotros, por aquellos años todavía vivíamos en el pueblo, y al campo íbamos los fines de semana, en verano y Navidad. Entonces, la Isidora era la verdadera y única guardiana de la casa. ¿A cuántos perros habrá atacado en su vida? Me encantaba verla montada encima del lomo de cualquier perro que se colaba al campo, incluso de aquellos que llevaban algunos amigos. La Isidora veía a su víctima, erizaba el lomo, saltaba sobre el perro y lo hacía correr despavorido como si estuviera montando a caballo. Un verdadero show que gustaba a todos menos a los pobres perros y a sus asustados dueños.
Pero no todo fueron buenas noticias. Un día, a finales de los 90, fuimos a echarle comida y nos percatamos de que no estaba. La llamamos y no aparecía por ningún sitio. Al cabo de un rato buscando, me fijé que estaba en el campo de al lado, pero que, aunque quería acudir a mi reclamo, apenas podía andar. Cuando la tuve entre mis brazos me quedé horrorizado. Algún desaprensivo la había tirado a una hoguera y la pobre estaba totalmente quemada. No tenía uñas ni pestañas, ni bigotes, ni apenas pelo... La llevamos al veterinario y nos dijo que se había salvado de milagro. Durante meses tuvimos que estar aplicándole pomadas contra las quemaduras, atándole las patas para que no se las tocara... fue una época complicada, pero de la que, por suerte, se recuperó sin problemas.
Los años fueron pasando y la Isidora siguió siendo la reina de la casa. Sobre todo cuando fuimos a vivir al campo, allá por el 2001. Estos últimos diez años han sido sin duda los mejores para ella. Con su cojín o con su trapo, primero junto a la “lumbre” y después junto a la calefacción, se pasaba los días durmiendo y comiendo. Sin apenas hacer otro tipo de esfuerzo. Aun así, yo de vez en cuando la sacaba a la calle y la hacía correr detrás de una cuerda, o subir al tejado, que era otra de las cosas que le encantaba. Casi siempre que estaba en la calle pasaba las horas durmiendo al sol en el tejado.

Yo, a mitad de 2003, vine a vivir a Madrid, y dejé de verla tan a menudo. Entonces fue mi madre quien se encargó de seguir cuidando de ella, pues aunque ya había muchos más gatos en el campo, ella siempre tuvo el papel protagonista. Era la madre de todos y, como tal, la única que recibía atenciones especiales. Aun así, mi madre me llamaba muchas veces y me decía: “Si vieras la Isidora... Estaba durmiendo en su cojín, de pronto se ha levantado, ha ido a tu habitación, ha empezado a maullar, ha dado dos vueltas, y ha vuelto a tumbarse”. La verdad es que esas cosas, siempre son especiales. Y llaman la atención. ¿Tendrán sentimientos los animales? La verdad es que a veces lo parece.
Pasaron los años y mi gata fue haciéndose más y más mayor. Superando todas las “medias” de edad habidas y por haber. Durante los últimos años, el pelo se le caía, apenas veía... el veterinario decía que no iba a durar un telediario, pero ahí seguía, al pie del cañón. Esta Navidad la vi por última vez. Estaba cansada, pero nos acompañó como cada año durante todas las fiestas, en su inseparable cojín. Apenas comía y se la veía siempre cansada, adormecida. El tumor que se le estaba creando en la cabeza estaba acabando con ella, aunque como bien dijo ayer el veterinario que la sacrificó, tenía el corazón para aguantar otros cuantos años más. Sin embargo, y según las “estadísticas”, superaba ya los 90 años de edad humana.
Ley de vida. La verdad es que hoy es un día triste. Muchos dirán que no era más que un gato, pero para mí ha sido mucho más. Una fiel compañera de viaje que estuvo a mi lado en los complicados años que me guiaron de la niñez a la edad adulta. Un animal sí, pero que a veces hacía mejor compañía que cualquier persona. Realmente inseparable. Como decía al principio, un lazo de unión entre mi pasado y mi presente que, por desgracia, también se ha ido para siempre. La voy a echar de menos.
Hasta siempre Isi. Gracias por los buenos ratos vividos
2 comentarios:
Bonito texto, David! No conocía a tu Isidora de nada y después de la lectura parece que yo también he perdido algo.
Un abrazo,
Daniel Martín
Lo siento David. Nosotros también tuvimos un perro (cocker) y después de casi dos años no veas si lo echamos de menos. En fin, aunque es duro siempre te quedaran los buenos momentos vividos con ella.
Un abrazo
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